Saber vivir

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Palabras del juez principal de la Suprema Corte de Estados Unidos a su hijo, en su graduación*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on May 14, 2022

El Juez John Roberts, en la graduación de Cardigan Mountain School:

“Ahora los oradores de la ceremonia de graduación te desearán buena suerte y te enviarán buenos deseos. Yo no haré eso, y te diré por qué:

-De vez en cuando, en los años venideros, espero que te traten injustamente, para que llegues a conocer el valor de la justicia.

-Espero que sufras una traición porque eso te enseñará la importancia de la lealtad.

-Lamento decirlo, pero espero que te sientas solo de vez en cuando, para que no des por sentado a los amigos.

-Te deseo mala suerte, de nuevo de vez en cuando, para que seas consciente del papel del azar en la vida, y comprendas que tu éxito no es del todo merecido y que el fracaso de los demás tampoco es del todo merecido.

-Y cuando fracases, como lo harás de vez en cuando, espero que también de vez en cuando tu oponente se regodee por tu fracaso. Esa es una forma en la que comprenderás la importancia del espíritu deportivo.

-Espero que te ignoren, para que sepas la importancia de escuchar a los demás, y espero que tengas el dolor suficiente para aprender a ser compasivo.

Ten en cuenta que, tanto si te deseo estas cosas como si no lo hago, sucederán. Y si te beneficias de ellas o no, dependerá de tu capacidad para ver el mensaje que hay escondido en tus desgracias.”

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Las 7 reglas de oro para conquistar a un hombre (aunque ya sea el esposo)

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 13, 2021

Hay muchas causales para el fracaso en una relación de pareja. Unas son inevitables, pues son producto del acaso y de la suerte; pero otras dependen enteramente de la mujer. A estas últimas se refiere el presente escrito.

Uno de los aspectos más frecuentemente ignorados en las relaciones de pareja es que la mujer y el hombre son muy diferentes, no solo en el aspecto físico —biológico— sino principalmente el plano psicológico: manejan las emociones y los afectos de una manera totalmente distinta.

Si, por ejemplo, una mujer desea captar la atención de un hombre, debe saber que él perderá el interés si la argumentación es sentimental, pero si intenta llegar a él con base en razonamientos, pondrá una atención mayor (no quiere decir esto que los hombres sean más racionales, sino que lo que los “mueve”, lo que más llama su atención son las razones, no tanto los sentimientos). Por el contrario, la mayoría de las mujeres, aunque todo lo entienden con la misma capacidad intelectual (o mejor, a veces) que los varones, se ponen en mayor actitud de escucha, de atención, cuando se les habla al corazón, es decir, cuando, al hablarles o escribirles, se tocan sus emociones o sus afectos. Lo mismo ocurre cuando en las películas, series, telenovelas, videos de YouTube, etc., dejan ver sentimientos, más que lucubraciones mentales: no solamente atienden más y mejor, sino que guardan todo eso más fácilmente en la memoria.

Además de esta, son tantas las diferencias que hay entre los dos sexos, que habría de escribirse un libro muy extenso o quizás una colección de folletos para describirlas todas (existe un libro, llamado Los hombres son de Marte; las mujeres son de Venus, escrito por el conocidísimo John Grey, editado innumerables veces en varios idiomas, y que ha ayudado a muchísimas parejas en el Mundo entero, donde él recoge y describe muchas de las características femeninas y masculinas). Pero como ese no es el propósito de este artículo, se expondrán aquí únicamente las que se relacionan con el título: la relación de pareja; les servirán a todas las mujeres que tengan pretendientes, novios o esposos (hasta de muchos años de casadas).

 

1) No se sabe si es por el cromosoma Y (que solo poseen las células de los varones) o más bien debido a la hormona testosterona, pero ellos son conquistadores por naturaleza: gozan, disfrutan, se fascinan con el reto que supone conquistar; y, por el contrario, se desencantan con gran facilidad cuando la mujer demuestra estar ya conquistada, enamorada.

Esta característica masculina no es solamente del hombre primitivo: es de todos los varones en la historia de la humanidad; y lo seguirá siendo pues, junto con todas las demás características masculinas, define la masculinidad, desde el punto de vista psicológico: es inherente a ella, es parte constitutiva de la naturaleza del varón, de su esencia, de su sustancia, y tiene mucho que ver con la biología: el pene recibe su nombre porque penetra; la vagina —que traduce vaina— es el receptáculo, y se deja penetrar, es penetrada; y estos aspectos marcan definitivamente la psicología humana: quien va es el hombre; quien espera es la mujer. Es por esto por lo que los sexólogos siempre han afirmado que el hombre ama, mientras que la mujer es amada y, si le complace, corresponde a ese amor. He aquí la definición, por antonomasia de la masculinidad y de la femineidad.

Además, cuanto más trabajo le exige a un hombre una conquista, tanto más valorará a esa mujer; es como si para él las mujeres tuvieran un letrero en la frente que dijera: “Mira qué tan alta estoy; mira que trofeo tan maravilloso soy; mira lo inalcanzable que soy para ti…” Pero si una mujer demuestra mayor interés o amor por un hombre que lo que él le ha demostrado a ella, los letreros que él verá serán los opuestos, con la consecuente disminución o pérdida de interés por parte del hombre. Es que, como se ha dicho de las mujeres, los hombres tienen también un sexto sentido: de un modo intuitivo detectan cuánto interés muestra una mujer, y eso les dice cuánto se valora una mujer. Y son replicadores: si ven que una mujer no se valora, ellos tampoco la valorarán; pero, al ver una que sí reconoce su altísima dignidad, se sentirán irremediablemente atraídos por ella, y no descansarán hasta conquistarla. Así, pues,

Quienes han entendido erróneamente que las características de la masculinidad y la femineidad pueden cambiar, así como lo hacen los animales al adaptarse al entorno, según la teoría de la evolución, desconocen lo definitorio de estas diferencias entre el hombre y la mujer. Por otra parte, la lucha interior que libran quienes intentan mudar su esencia masculina o femenina, por ser en contra de su propia naturaleza, es siempre dolorosa, agotadora e inútil. Se engañan, pues, quienes libran esa pelea.

Es por esto por lo cual la mujer que desea fortalecer una relación que le gusta, lo mejor que puede hacer es subirse en ese pedestal de alteza, de hidalguía, de donaire, ascendiendo por la escalera de la primera regla de oro: No demostrarle al hombre más del diez por ciento de lo que él le demuestre a ella. Él la mirará desde abajo, admirándola, anhelante, deseoso, y su interés crecerá mágica y exponencialmente, y se volcará en mil detalles y medios de conquista.

Debe aclarase aquí que no se trata de no amar al hombre más del diez por ciento de lo que él la ama, sino de no demostrárselo. Y esta es otra característica femenina: así como la mujer no es quien toma la iniciativa ni va, sino que espera, asimismo a ellas les resulta natural (por ser de su propia naturaleza) —y hasta entretenido— ese esconder parcialmente la totalidad de sus sentimientos con el hombre por quien se siente atraída, esperando verificar la sinceridad de sus intenciones: coquetea con él, pero se aleja un poco, para analizar la reacción que le provocan sus acercamientos y alejamientos…, y esto la hace sentir a gusto, en su “nicho”, es decir, en su esencia femenina. El hecho de que ahora se haya popularizado la idea contraria y que a algunas les pueda resultar inicialmente extraño este comportamiento, no contradice ni desdice lo que se está afirmando: una vez que ellas lo intenten, experimentarán el gusto que surge de reencontrar su “nicho”, como lo demuestra la experiencia.

Como se ve, el complemento es perfecto: ellos gozarán del esfuerzo que les representa la conquista, y ellas, de su espera analítica.

 

2) De aquí se desprende la segunda regla de oro: si una demostración excesiva de interés le hace disminuir o perder al hombre su interés en ella, la facilidad o dificultad con la que los hombres erotizados de este mundo hedonista y superficial consiguen lo que quieren —sexo— marcará su percepción de la calidad de una mujer: si ella se deja seducir y tocar íntimamente sin que el hombre tenga que pagar un precio por eso, él la definirá en su interior como una mujer “fácil”, no candidata para una vida conyugal y familiar, sino para unos momentos de placer pasajero y superficial, al modo de los animales, que se dejan guiar por el instinto. Afirmarán en su interior: «Esta es para un rato; no puede ser la madre de mis hijos ni la compañera de mi vida.»

Por ende, peor será si ella se entrega sexualmente, sin estar completamente segura de su amor: un hombre que ama es capaz de ofrecerse totalmente para trabajar por la felicidad de una mujer, hasta que la muerte los separe, es decir, de entregarse totalmente, sin condiciones y hasta la muerte. En otras palabras, si él no es capaz de comprometerse ante una autoridad superior y ante la sociedad toda a dedicar su vida a hacerla feliz, ella no debería entregarse del todo, como tantas veces lo hacen: en vez de concebir la cópula sexual como la demostración máxima de un amor auténtico, el culmen de una certeza absoluta de su amor por ella, lo reducen a un simple acto carnal, donde no hay compromiso alguno. Y, en la mente masculina, ella reducirá instantánea y dramáticamente su dignidad —su valor—. Obviamente, esa relación será fallida: es un fracaso anticipado.

La segunda regla de oro, pues, reza: No entregarse del todo al hombre que todavía no lo ha hecho primero y por completo.

 

3) Otra diferencia entre las psicologías de ambos sexos, y que se desprende también de la biología, es la vía a través de la cual cada uno de los sexos (hombre y mujer) escucha. Es imperativo dejar claro aquí que el verbo escuchar difiere de oír: este último es definido en su primera acepción por la Real Academia Española como: «Percibir con el oído los sonidos», mientras que de «escuchar» (también en su primera acepción) afirma que consiste en: «Prestar atención a lo que se oye». ¡Con cuánta frecuencia se escucha a los terapistas de pareja afirmar de viva voz o en sus escritos que «el problema radica en la falta de comunicación»! y, por esto, miles de mujeres intentan que sus parejas las escuchen, sin tener en cuenta que el hombre no presta mucha atención a las palabras, si no se lo induce antes de alguna manera.

La mujer es más proclive a escuchar que el hombre: basta que le hablen, para que intente introducirse en los sentimientos de su interlocutor y descubrir lo que hay allí, adentro; al hombre, por el contrario, se le dificulta más hacer esa penetración psicológica, porque no tiene la suficiente paciencia para atender a una serie de expresiones sentimentales, afectivas o emocionales, pues, como se dijo más arriba, a ellos se les llega más a través de disquisiciones racionales. Por esto, siempre se ha dicho que el hombre escucha la primera frase, comienza a distraerse en la segunda y, cuando la mujer le dice la tercera, ya está pensando en otra cosa, es decir, solo la oye, ya no la escucha.

Es necesario, entonces, que la mujer use un medio para atraer la atención del hombre. Pero ¿cómo hacerlo? Es fácil: la tercera regla de oro dice: No hablar; actuar. El hombre no se fija en las palabras; centra su atención en los hechos y, principalmente, aquellos que ponen en peligro su dominio de la relación: si la mujer (esposa, novia, compañera) le demuestra que depende psicológicamente de él o que no puede vivir sin él o sin su cercanía, él se sentirá confiado; solamente cuando se dé cuenta de que ella ya no está interesada en él o que su interés ha disminuido, ocurrirá un cambio repentino y sorprendente: se volcará hacia ella preguntándole reiteradamente: «¿Qué te pasa?» Y es que temerá no seguir gobernando la relación o no ser lo principal para ella y, en consecuencia, correr el riesgo de perderla.

 

4) Para lograrlo, es necesaria la cuarta regla de oro: Usar la táctica de la indiferencia, la frialdad y la sequedad. Esta técnica está indicada principalmente para cuando el hombre se porta mal: cuando ofende a la esposa, compañera o novia: cuando es indiferente, de mal humor y hasta cuando le es “infiel” con la actitud: miradas a otras mujeres, mensajes sospechosos, sonrisitas o coqueteo de cualquier clase, etc. (debe aclararse aquí que la infidelidad propiamente dicha, la violencia física, el terrorismo psicológico, la drogadicción, el alcoholismo, las mentiras compulsivas y la mitomanía están en un grupo aparte de comportamientos y, en consecuencia, su manejo implica añadir a esta técnica un tratamiento más complejo).

Pero esta táctica también debe usarse siempre que la mujer detecte cualquier disminución en el interés del hombre hacia ella, tanto en la época de la conquista como cuando ya está bien avanzada la relación.

En estos casos, conviene tener siempre presente que esta táctica de la indiferencia, la frialdad y la sequedad se debe hacer durante un tiempo prolongado: unos días o, en el caso de situaciones más delicadas, unas semanas. Nunca será insuficiente repetir una y otra vez a las mujeres que esto no se puede hacer durante un tiempo menor —unas horas, por ejemplo—, por muy desesperadas que estén: unas horas no sirven de nada, con ningún hombre; al contrario: hay hombres que requieren de más tiempo para reaccionar: si el hombre es poco expresivo en sus sentimientos, por ejemplo, necesitará más tiempo (meses).

No se debe olvidar que, entre personas ya casadas, si él está acostumbrado a que ella le prepare la comida o le lave la ropa, es necesario que deje de hacerlo. Y, por supuesto, deben rechazarse las relaciones sexuales, aduciendo que se siente mal, cosa que no es mentira: ella se siente mal por el maltrato o la falta de amor o de atención por parte de su esposo.

Pero la mujer debe entender y recordar que permanecer fría, seca e indiferente durante ese lapso significa hacer silencio. Cualquier frase que se les diga -hablada o escrita- es traducida en el cerebro de los hombres así: “Todo está bien; no has hecho nada malo.” En cambio, ellos interpretan el silencio como la manifestación de que algo está mal y que, por eso, podrían llegar a perder a la mujer. Lo máximo que deben hacer las mujeres es contestar a la pregunta: «¿Qué te pasa?»  con la frase: «No; nada», todas las veces que sea necesario, hasta que descubran alguna indicación de que él ya está reaccionando: por ejemplo, si lo notan un poco angustiado, preocupado y/o temeroso…

(Hay un indicador valioso: si todavía es violento al hablar o es acusador [la culpa a ella], quiere decir que todavía debe sufrir un poco más de esa frialdad, sequedad e indiferencia, de ese silencio absoluto.)

Como se explicó 2 párrafos atrás, si ella nota un cambio favorable, es el momento oportuno de contestar algo así: «Es que estoy triste… No sé… No siento que me ames…». Y, ante la apresurada respuesta del hombre: «¡Yo sí te amo!», hacer silencio unos segundos (ojalá bastantes), y añadir: «El lunes pasado, a las 7:00 de la noche, cuando estábamos en la sala [hay que ser muy concretas en esto, pues a ellos se les olvida con grandísima facilidad lo que ocurrió], me contestaste muy duramente con estas palabras…» o: «…no me pusiste atención…», etc. Y aquí viene algo que es quizá lo más importante de todo: ella debe continuar en esa actitud fría seca e indiferente -sin decirle o escribirle ninguna palabra-, hasta que él pida perdón y se le note que está sinceramente arrepentido y con el deseo firmísimo de no volver a hacer lo que dijo o hizo. No sobra repetir esto: la mujer debe continuar en esa actitud hasta que él cumpla 3 requisitos: 1) pedir perdón, 2) demostrar con hechos su arrepentimiento sincero y 3) demostrar con hechos su voluntad de no volver a defraudarla así. Debe reiterarse: Dejar de ser fría, seca e indiferente o hablar antes de que él cumpla esos 3 requisitos impedirá que todo lo que se hizo anteriormente funcione.

Actuando siempre así, se logrará hacerlo mejorar en su entrega y se irán erradicando, poco a poco, todos los aspectos negativos de su vida.

 

5) Pero deben tenerse en cuenta 2 características de esta regla de oro: primero: hay que tratar cada defecto, uno por uno: no es bueno apabullarlo tratando de corregirlo en todo.

Y segundo: después de su sincero arrepentimiento debe, digámoslo así, “castigarlo” unos días más, continuando con la misma técnica: frialdad, sequedad e indiferencia, pues es necesario que ella averigüe si es verdad que está sincera y totalmente arrepentido y si —léase bien— está cambiando, no solamente dispuesto a cambiar; si no hay solo palabras, si hay un verdadero cambio en su conducta. Esto es indispensable: si ella lo empieza a tratar de nuevo como antes apenas mejora un poco, los resultados no serán los mismos; la experiencia de muchas parejas lo ha demostrado: los hombres se sienten seguros otra vez, apenas ven que ella «ya volvió a ser la misma», y reaparecen sus errores; a veces, incluso, se pierde todo lo avanzado y de nada sirve lo que se hizo.

Pero después es necesario “premiarlo”: en el momento en el que ella ya corroboró, por su buen comportamiento durante algunos días, que en verdad mejoró, comenzar a disminuir paulatinamente la frialdad, la sequedad y la indiferencia, en todos los aspectos.

Esta es la quinta regla de oro: Premio y castigo. Es algo parecido a lo que se hace con los niños: se los premia cuando se portan bien y se los castiga cuando se portan mal. Poco a poco, ese hombre irá disminuyendo sus defectos e irá mejorando como amante, hasta llegar a convertirse en lo que ella desea.

Está pues, en la mujer, la potestad, el poder de hacer de su novio o esposo un hombre maravilloso. Solo hasta después de explicar esto, se puede afirmar que cada mujer se merece el marido que tiene, pues depende de ella el educarlo y hacerlo crecer como ser humano y como varón.

 

6) Llegando a este momento, la lectora descubrirá por deducción la sexta regla de oro: a los hombres no se le deben creer las palabras sino los hechos.

Sobre este punto es necesario afirmar de las mujeres algo parecido a lo que se dijo de los hombres: debe haber algo en las hormonas femeninas o en la genética de la mujer que la induce a creer en las palabras cariñosas de los hombres, sin percatarse de que no siempre dicen la verdad. Son muchas las historias, por ejemplo, de hombres que usan esa táctica para conseguir que ellas accedan a sus deseos carnales, para tener placer sin responsabilidad alguna y, casi siempre, abandonándola tiempo después, y dejándolas con la sensación de haber sido utilizadas.

Asimismo, es mucho más frecuente de lo que parece el hecho de utilizar esa técnica para convencer de un falso amor a la mujer burlada por una infidelidad. Lo sorprendente de esto es que muchas mujeres creen más en las palabras de los hombres que en sus hechos: la infidelidad es la prueba más grande de desamor: no hay nada más evidente: quien ama de verdad, jamás es infiel. Sin embargo, ¡“se calman” cuando ellos les juran su amor! Está puesto entre comillas ese “se calman” pues, aunque por fuera parecen estar bien, su corazón les grita constantemente que no son amadas, que sus vidas amorosas son un engaño… Debe enfatizarse que los hechos —la infidelidad— les demuestran que no las aman; mientras que con las palabras —la mentira evidente— se autoengañan.

Una forma más hipócrita de mentir es la manipulación psicológica: hay muchos hombres que ¡culpan a las mujeres por su infidelidad! Les dicen: «Es que como usted no me da sexo, yo lo busco por fuera». Y lo peor es que hay mujeres que no se dan cuenta de que eso significa que la única razón por la cual él estaba con ella era el placer sexual que le daba, no el amor auténtico, lo que la reduce a un objeto de placer sexual que puede cambiar por cualquier otra; y tampoco advierten que ese hombre se está comportando como un animal, que se guía por el instinto y que, por lo tanto, no vale la pena como esposo. De nuevo: les creen a las palabras, aunque los hechos les digan otra cosa.

Se puso el ejemplo de la infidelidad, por ser este el más fácil de entender, pero muchos hombres usan la manipulación psicológica para culpar a la mujer de todos los defectos que ellos tienen: «Es que usted es de mal genio», «Es que usted es muy celosa», «Es que estoy cansado de su cantaleta»… (mil ejemplos más se podrían poner aquí). Es verdaderamente impresionante la facilidad con la que la mayoría de las mujeres caen en esta trampa hipócrita y manipuladora: se cuentan por miles las consultas por parte de mujeres a los terapistas de pareja, preguntándoles si ellas mismas fueron las que fallaron, para que la relación se deteriorara.

En verdad es deplorable que ellas sean tan crédulas y estén tan inclinadas a caer en el complejo de culpabilidad. Por eso conviene que se graben en la mente y en el corazón esta consigna que resume lo que se ha dicho hasta ahora: la mujer debe creer solo en las actuaciones del hombre; no en sus palabras: principalmente cuando el hombre se excusa o cuando la acusa a ella.

 

7) Por lo que se acaba de expresar, la mujer que de verdad quiere conquistar a un hombre, también debe usar la séptima y última técnica de oro: Decidir con la razón, no con el corazón.

Con esta regla de oro parece que se le está pidiendo a la mujer que cambie en algo que constituye su interioridad, algo que a primera vista es muy difícil de cambiar. Pero ambas afirmaciones son incorrectas: esta regla no cambia nada de su esencia femenina ni les pide que hagan algo imposible. Se trata, no de dejar su hermosa sensibilidad femenina, que descubre espontánea y velocísimamente el dolor ajeno o expresa el sufrimiento propio, sino de no usarla en las decisiones. Dicho de otro modo, hacer a un lado los sentimientos y poner en el otro la voluntad; y, sin dejar de experimentar sus sentimientos, no dejar que ellos tomen las decisiones, sino que lo haga la voluntad, especialmente cuando se trata de las decisiones más importantes.

Hay aún otro modo de decirlo: la mujer se puede repetir constantemente esta frase: «A la hora de escoger lo que debo hacer, elijo lo que me conviene, no lo que me gusta». En esta frase está condensada la madurez: ¿Acaso no es verdad que el niño quiere lo que le gusta, mientras que el adulto hace lo que le conviene, aunque no le guste? Pongamos un ejemplo: Al niño le asusta tanto la aguja, que rechaza la vacunación, llora y hasta se rebela; pero el adulto se descubre el brazo o se baja el pantalón para que la enfermera lo vacune.

Esa madurez ayuda grandemente a la mujer a hacer todo lo necesario para conquistar al hombre, cuéstele lo que le cueste: sabe que, a la postre, será ella la que ganará: en primer lugar, conseguirá transformar a su pareja en el hombre ideal, sin cambiarle para nada su personalidad, sino que, por el contrario, lo hará crecer como hombre, como varón, como novio o esposo y hasta como padre, pues con el ejemplo le podrá enseñar todas esas virtudes a sus hijos, si los tiene. Es decir: ese hombre mejorará, se hará más amable —que significa: más susceptible de ser amado—, pues ella lo verá más alto, más digno, más elevado en todas sus características…, en una palabra: un hombre mejor, pues sus virtudes serán tantas y tan altas, que cualquier mujer se enamoraría de él. Y, en segundo lugar, como amante será maravilloso: ninguno le ganará en detalles para con su mujer, será caballeroso y amoroso, vivirá dedicado a ella, trabajando por su felicidad, pues esa será su dicha: ¡hacerla dichosa a ella!

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Trastorno afectivo bipolar

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 5, 2014

¿Qué es el trastorno bipolar?

Este es el título del libro del Dr. Eduard Vieta*, psiquiatra del Hospital Clinic, de la Universidad de Barcelona, Francesc Colom y Anabel Martínez-Arán.

En él, los autores lo definen así (p. 7):

“La enfermedad bipolar consiste en una alteración de los mecanismos que regulan el estado de ánimo, de forma que los cambios habituales que experimenta cualquier persona en su tono vital se acentúan hasta un punto que puede llegar a requerir hospitalización.”

Esto quiere decir que las variaciones en el estado de ánimo que no llegan a esos niveles deben considerarse normales, que es lo que le ocurre a todo ser humano en su vida cotidiana: episodios de mayor o menor depresión y también episodios de mayor o menor manía, que hay que saber manejar, como lo hace la mayoría de los seres humanos.

Pero hoy se hacen muchos de diagnósticos de enfermedad bipolar en personas (no se deben llamarlos pacientes, pues no padecen enfermedad alguna) normales.

Lo que preocupa es que, una vez que un psiquiatra o psicólogo le dice a esas personas que padecen (convirtiéndolos así en pacientes) de trastorno afectivo bipolar o enfermedad bipolar, se sienten marcadas con ese calificativo, y desde entonces comienzan a autoevaluar constantemente sus comportamientos, para descubrir cuáles son característicos de esa enfermedad, autoinduciéndose así a concentrar la mente en sí mismos y en el “problema” que tienen (!?).

Obviamente, este egocentrismo genera en ellos un incremento de los síntomas, seguido de una sensación de autocompasión y también del deseo de producir compasión en quienes viven a su alrededor, máxime cuando el psiquiatra les dice a los familiares que el “paciente” sufre de esa enfermedad y que hay que cooperar en su tratamiento, como lo hace el libro del Dr. Vieta.

En cambio, cuando a la persona se le informa que su condición es la normal del ser humano y se le dan los medios para implantar en ellos las virtudes de las que carecen, el resultado es muy positivo: muchos de ellos empiezan a concentrar su vida en servir a los demás (haciendo a un lado la autocompasión y olvidándose de ese enfermizo interés en que los demás se ocupen de ellos), dejan los medicamentos y comienzan a vivir una vida normal, con sus luchas, sus triunfos y sus fracasos —que asumen con madurez—, aceptando vivir en adelante unas etapas de bienestar y optimismo y otras de malestar y pesimismo, como nos ocurre a todos.

Por eso, es utópico aspirar a que todos lleguen a una estabilidad anímica total, porque lo normal es esa variabilidad en el ánimo, más acentuada en las mujeres por sus cambios hormonales.

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*  El Profesor Eduard Vieta en la actualidad es profesor titular de Psiquiatría por la Universitad de Barcelona y Jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Clinic de Barcelona, donde ejerce como médico consultor y director del Programa de Trastornos Bipolares. Dicho Programa es uno de los líderes mundiales en investigación clínica en trastorno bipolar y está financiado a través de proyectos competitivos por el Instituto de Salud Carlos III, el 7º Programa Marco de la Unión Europea, y el Stanley Medical Research Institute de Estados Unidos. El Dr. Vieta es también investigador del Institut dInvestigacions Biomèdiques August Pii Sunyer (IDIBAPS) y del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM).

A lo largo de su vida profesional ha publicado más de 400 artículos originales en revistas internacionales, más de 200 capítulos de libros y 25 libros completos sobre trastorno bipolar, tanto puramente científicos como divulgativos. También forma parte del comité editorial de numerosas revistas científicas y ha recibido los premios internacionales Aristóteles y Mogens Schou a la excelencia investigadora por su trayectoria científica y el premio 2011 del Colegio de Médicos de Cataluña y Baleares (COMB) a la Excelencia profesional.

Ha sido asesor de la presidencia europea en investigación en neurociencia y profesor invitado de la Universidad de Harvard, Estados Unidos.

 

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Si ya son suficientes los hijos, ¿usar la píldora?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 12, 2009

 

En el año 1953, los doctores Pincus y Chang descubrieron la píldora anticonceptiva. Hoy muchas mujeres toman la píldora.

La base del tratamiento reside en suministrar al organismo una cantidad de hormonas sexuales femeninas que intentan frenar la liberación de las gonadotropinas de la hipófifis, de manera que no se produzca la maduración de los folículos ováricos ni la ovulación.

Pero parece que la información científica que los esposos tienen sobre los anticonceptivos es muy errada:

La píldora es el medicamento más “seguro” en las estadísticas (menos del 1% de “fracasos”).

Se presenta en pastillas de toma diaria, en inyecciones cada cierto tiempo y en forma subcutánea. Están compuestas por estrógenos y progesterona, ambas hormonas sexuales femeninas, que intentan evitar la ovulación y mudan el estado del endometrio (parte interna del útero) para que el huevo fecundado no anide, no se adhiera a su madre.

Lo que poco se publica es que estos medicamentos producen muchos efectos secundarios, principalmente trastornos vasculares: tromboflevitis y flevotrombosis, razón por la que muchas pacientes se encuentran en hospitales por infartos de miocardio y trombosis cerebral; además, se reportan casos de hipertensión. Fuera de estos, los libros y revistas científicos informan sobre alteraciones del ciclo menstrual, problemas digestivos, nerviosos y hepáticos, alteraciones mamarias, trastornos metabólicos y cutáneos, todos estos de larga descripción y por ello, imposible de reseñar completamente.

Los síntomas son dolores de cabeza o náuseas, pero hay otros de menor incidencia, como el aumento de peso, que se presenta sobretodo en aquellas mujeres que tienen cierta predisposición a la obesidad. Para contrarrestar estos efectos adversos se ha optado por disminuir las dosis de hormonas contenidas en las pastillas anticonceptivas.

Algunas veces, al dejar la píldora después de haberla tomado largo tiempo, aparece una amenorrea (ausencia de menstruación) transitoria. Esto sucede porque el organismo se habitúa a las hormonas que contiene la píldora y, al faltar esta, necesita tiempo para recobrar su ritmo hormonal normal.

Pero lo peor de todo es que se ha probado que, ya que falla con alguna frecuencia como anovulatorio, actúa como abortivo: el medicamento mata al nuevo ser humano. He aquí la explicación:

De acuerdo con los últimos descubrimientos científicos en genética, el nuevo ser humano aparece con la fecundación: los 46 genes que ya posee el óvulo fecundado (23 de la madre y 23 del padre) hacen de él un ser único espiritual y biológicamente: son ellos los que guían la construcción del cerebro, establecen el color de los ojos, de la piel y de los cabellos, el sexo, las huellas digitales, la talla aproximada, algunos rasgos de la personalidad, etc.

Sin embargo, de vez en cuando, los anticonceptivos orales permiten la ovulación: un óvulo sale a la trompa de Falopio, donde puede ser fecundado por un espermatozoide. La pareja continúa tranquila sus cópulas sexuales, pues la paciente sigue tomando el medicamento.

En un estadio del ciclo, los estrógenos que se encuentran en los anticonceptivos orales aumentan la movilidad del nuevo ser humano —óvulo fecundado— y hacen que llegue al útero muy joven (antes de estar preparado para asentarse en él) y muera.

La progesterona, por el contrario, disminuye su movilidad, haciendo que el óvulo fecundado llegue tarde al útero, cuando ya está muerto, por falta de nutrición.

Así mismo, el anticonceptivo actúa sobre la mucosa del útero, impidiendo que el endometrio o pared interna de la matriz quede dispuesto para recibir el óvulo fecundado.

Al disminuir las dosis de hormonas contenidas en las pastillas anticonceptivas para corregir los efectos adversos, se corre aún más riesgo.

Con esto se concluye que los anticonceptivos orales o “píldoras” matan a ese nuevo ser humano, es decir, actúan como abortivos.

Desde hace tiempo se conocen estos mecanismos abortivos de la famosa “píldora”, pero se han ocultado sistemáticamente.

Así, hoy es imposible estar de acuerdo con el uso los anticonceptivos orales, sin estar de acuerdo con el homicidio de inocentes.

Por otra parte, se ha probado que este, que es el método más utilizado —la píldora— afecta, por las hormonas que contiene, a la mujer, haciendo que esté agresiva, que se disminuya su libido (apetito sexual) y otras consecuencias como trastornos emocionales, ya que las hormonas cambian su patrón psicológico, así como lo hacen durante el embarazo y, a veces, en los días que preceden a la menstruación.

 

   

 

 

 

 

 

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