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La homosexualidad: CIENCIA Y SENTIDO COMÚN

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on February 19, 2024

 

 

Siempre que se discute sobre la homosexualidad aparecen opiniones contrarias: algunos dicen, por ejemplo, que la homosexualidad va en contra de la esencia del ser humano; otros la defienden argumentando que, como se ve en los animales, es propia de la naturaleza humana…

Las posiciones están parcializadas y con frecuencia miran sólo una de las características del asunto, dejando de lado otras de capital importancia, y por eso son cada vez más antagónicas y están cada vez más cargadas de prejuicios de corte religioso, cultural, psicológico, etc.

Es muy raro —por no decir inexistente— el juicio equilibrado de quien aborda este tema desde todos los puntos de vista: con frecuencia, por ejemplo, se desvía la atención hacia el respeto y la dignidad de las personas homosexuales o, por el contrario, hacia el acto homosexual en sí mismo, sin tener en cuenta a las personas.

 

῾Como en los animales se ven conductas homosexuales, la homosexualidad es naturalʼ

Un ejemplo de los aspectos dichos se puede exponer con una pregunta: Quienes argumentan que la homosexualidad es natural debido a que los animales tienen ese tipo de comportamientos ¿no se dan cuenta de que al usar el prefijo “homo” de la palabra homosexual se están refiriendo exclusivamente al hombre, al ser humano, y no a los animales? Como este, hay infinidad de ejemplos en los que se verifica una aproximación pobre y sesgada al tema, como suele ocurrir en casi todos los temas polémicos.

Asimismo, los mitos inciden en la opinión de las personas, tanto más cuanto más ignorantes son en algunas áreas del saber. Ese es el caso de quienes desconocen el comportamiento animal: cualquier veterinario especializado en conducta animal —o etólogo— puede explicar que, cuando un macho monta a otro, lo está haciendo por dominancia: establece así una jerarquía mayor sobre el que está montando (esto se da también entre las hembras de algunas especies, para determinar cuál es la hembra-alfa: su prelación en la jerarquía animal). Es un movimiento instintivo, similar al del coito, pero se hace sobre una pierna o el lomo del otro, sin penetración alguna.

Por otra parte, es evidente que la naturaleza humana es superior a la animal: entre las muchas diferencias que hay, el ser humano es racional (ninguna mascota o animal salvaje  es capaz de sumar, restar, multiplicar, deducir, filosofar, pensar en el futuro o el pasado, preguntarse por su destino…); otra diferencia es que el ser humano posee la facultad de la voluntad: puede decidir libremente sus actos, mientras que los animales se guían indefectiblemente por el instinto. Por eso, jamás se pueden comparar los actos humanos con los actos animales: el acto humano puede ser valorado moralmente (afirmando que es bueno o malo para sí mismo, para los demás o para el medio ambiente en el que vive); pero el acto animal, por ser instintivo, no se puede valorar moralmente: el animal no tiene opción: sigue su instinto, que va siempre en favor de su naturaleza.

Añadamos algo más: una hembra, cuando le toca elegir entre su vida y la de su cría, la abandona en las fauces o garras de los predadores; esto no lo hará una madre humana: ella está dispuesta a dar la vida por su hijo. Quiere decir esto que el ser humano es capaz de amar: por el bien de otro individuo de su especie, se olvida de sí mismo, hasta el extremo de llegar a dar su misma vida con ese fin.

Así, pues, no se puede comparar al ser humano con un simple animal.

Por último, hay una inmensa diferencia entre los actos animales y los humanos: ese movimiento instintivo que realizan por dominancia los animales de una misma especie entre sí difiere por completo al establecimiento de una relación de pareja entre dos personas del mismo sexo en la especie humana, pues el primero —el del animal— es un acto inconsciente, mientras que el segundo —el humano— es un acto claramente consciente: los homosexuales siempre han defendido su relación basada en el amor o, al menos, en fuertes sentimientos, de los que están exentos los animales.

Se deduce de todo esto que, cuando se afirma que la homosexualidad no es natural, lo que se está diciendo es que no es natural EN LA ESPECIE HUMANA, de muchísima mayor dignidad que la de un animal.

Debe añadirse aquí que, desde el punto de vista fisiológico, en la entrada vaginal, se encuentran las glándulas de Bartolín, cuya función es lubrificar la zona, para que no se produzcan erosiones o excoriaciones durante el coito. Pero ni el ano ni el recto tienen lubrificante alguno, lo que explica la alta incidencia de transmisión de sida en personas homosexuales, comparada con la de personas heterosexuales; esto significa que la homosexualidad no es fisiológica. Y tampoco es anatómica: la vagina tiene la misma forma y tamaño que el pene: se acoplan perfectamente; esto no ocurre entre el pene y el recto (y menos entre lesbianas: la vagina no se complementa con los dedos, instrumentos u otros reemplazos del pene).

En consecuencia, la homosexualidad —que propiamente hablando solo se da en la especie humana— va en contra de SU propia naturaleza.

Y, por esto mismo, el homosexual se hace daño a sí mismo cuando realiza actos homosexuales, que van en contra de las características esenciales que posee como ser humano: su inteligencia y la capacidad de usar su voluntad libre, reduciendo así su dignidad, infinitamente superior a la de un simple animal (que nunca se rebaja, ya que siempre sigue su instinto).

La genitalidad

Otros términos que se confunden frecuentemente son: sexualidad y genitalidad.

La palabra Sexualidad viene de sexo, seccionado, parcializado, partido: mitad en busca de otra mitad, un “yo” en busca de un “tú”; sólo así tiene sentido el “tú”.

Esta dimensión sexual o seccional del ser humano no es únicamente corporal ni sólo espiritual, sino personal. En el “yo” humano se funden irreversiblemente lo corporal, lo psicológico y lo espiritual.

Genital, en cambio, viene del latín genitare, esto es, generar, procrear, tener hijos. Los genitales, por tanto, son los órganos de la “generación”, de la procreación. En la genitalidad, entonces, residen las capacidades de la maternidad y de la paternidad.

Significa esto que la genitalidad es única y exclusivamente para procrear; no así la sexualidad.

Al estudiar la fisiología de los genitales masculinos y femeninos, se descubre que el pene, cuando el hombre está excitado, tiene una forma casi exactamente igual a la de la vagina cuando la mujer se encuentra en la fase de exitación. Por eso se puede decir, aunque suene demasiado obvio, que el pene es para la vagina, y que esta es para aquél.

En el varón, la eyaculación es el final de todo el ciclo excitatorio, como las contracciones vaginales hacia adentro lo son en la mujer.

En cuanto ocurre la ovulación, la pared del útero experimenta ciertas transformaciones encaminadas a que el hijo pueda desarrollarse cuando se implante en ella.

De esto se desprende que la naturaleza prepara minuciosamente el camino para la gestación de un nuevo ser y que por tanto todo el proceso tiene como finalidad la procreación.

Pero ¿cómo se lleva a cabo esto en un par de hombres o en un par de mujeres? ¿Se podría llamar natural una relación entre dos genitales masculinos o entre dos genitales femeninos? Como se concluyó en el párrafo anterior, los genitales tienen como finalidad la generación de nuevas vidas, la procreación. Preguntado esto mismo de otra manera: ¿dónde está lo natural de su relación genital?

Así, se puede deducir que, desde el punto de vista anatómico, fisiológico —y lógico—, el acto homosexual no es natural.

 

¿El homosexual nace o se hace?

En un laboratorio de experimentación científica se lleva a cabo un estudio microscópico. Han sido citados una mujer y un hombre para ver sus células a gran escala, a través de un instrumento visor. Se procede a hacer un pequeño raspado del dorso de sus manos para que algunas de sus células más externas caigan sobre una lámina pequeña de vidrio, llamada portaobjetos, que se lleva de inmediato al microscopio electrónico.

El resultado es el mismo que se observa en todas las oportunidades: las células descamadas de la mujer muestran dos cromosomas “X”, mientras que las del hombre tienen un cromosoma “X” y otro “Y”.

La ciencia de la genética lo descubrió desde hace muchos años: los seres humanos, desde el período embrionario —y aun antes—, tienen definido el sexo. Lo que pasa frecuentemente inadvertido es que, no sólo las células de la piel, sino las de los órganos internos, las de los huesos, músculos y articulaciones, las de los vasos y nervios, las del cerebro y hasta las de la base de los cabellos están sexuadas.

En genética se ha comparado la información que existe en los cromosomas con los computadores y se ha llegado a la conclusión de que, en un solo cromosoma humano, hay el equivalente a 4 libros de 500 páginas cada uno, con 300 palabras impresas en cada página, aproximadamente. Son billones de genes con información específica: un gen determinará el color de los ojos, otro el de la piel, otro la estatura aproximada… Sin embargo, la sexualidad no está “escrita”, en uno o en un ciento, ni siquiera en un millar de genes, sino en una información genética inmensamente mayor: está en un cromosoma completo, es decir, es todo un legado genético el que determina el sexo de un individuo.

De manera que esa sexualidad, parcialidad, “mitad en busca de otra mitad”, división o sección (es decir, sexo) está presente en todo el organismo: el corazón de una mujer es femenino, como lo es su páncreas, su hígado o su cartílago; las células de su sistema nervioso central están “impregnadas” de esa feminidad; por decirlo así, piensa y actúa como mujer, y hasta camina como mujer. Así mismo, el hombre lo es en toda su anatomía y en todo su funcionamiento fisiológico: las acciones involuntarias, y aun voluntarias, son realizadas por órganos y sistemas hechos por células masculinas; por eso sus acciones y pensamientos son los de un varón, se mueve como varón, vive como varón.

De los cromosomas depende también la formación de los órganos genitales y de los caracteres sexuales secundarios.

Sin embargo, el homosexual —quien dirige sus afectos hacia un ser humano de su mismo sexo— tiene idénticos órganos genitales y, en el microscopio, sus células muestran también los mismos cromosomas “X” y “Y” de un hombre.

¿Qué sucede entonces?

Desdichadamente nadie lo sabe con certeza hasta ahora. Pero hay algunas luces al respecto.

 

Los siguientes son factores que coadyuvan —que facilitan— el hecho de que un hijo se incline hacia la homosexualidad:

 

El uso de la píldora anticonceptiva

Las hormonas sexuales femeninas, estrógenos y progesterona, presentes siempre en la píldora anticonceptiva permiten de vez en cuando —en un valor cercano al 1%— la ovulación y, por tanto, el embarazo. De hecho, ése es el porcentaje de fracaso (llámese “embarazos”) de los anticonceptivos orales. En esas ocasiones, la mujer continúa tomando el medicamento hasta que se da cuenta que está esperando un hijo.

Durante esa temporada es muy probable —lo están investigando los científicos dedicados a esta área— que las hormonas sexuales femeninas sean llevadas al nuevo ser humano que está desarrollándose y evolucionando dentro de unos parámetros bastante lábiles. Cualquier incidencia que les llegue a través de los líquidos que atraviesan la placenta puede afectarlos positiva o negativamente. Por esa razón está contraindicado el uso de medicamentos durante el embarazo, a no ser que la balanza riesgo–beneficio haga que el obstetra determine, en ocasiones especiales, formularlos a la paciente asumiendo el riesgo de daño en el embrión o en el feto.

Pues bien, los índices preliminares parecen mostrar que hay más homosexuales en los matrimonios que utilizan la píldora como método anticonceptivo.

Si se tiene en cuenta que el levonorgestrel, aquella hormona que se “implanta” bajo la piel del brazo, uno de cuyos nombres comerciales es el Norplant, actúa con el mismo mecanismo, ha de temerse el mismo resultado.

 

La educación

Pero esta circunstancia (el hecho de que la madre use anticonceptivos y que ello facilite una tendencia hacia la conducta homosexual) debe tener otros sumandos. De hecho, se cree imposible sin que, además, exista cierto grado de inestabilidad familiar.

Cuando el aspecto psicológico del niño es afectado, muy especialmente por el trato paterno, según los últimos análisis psicológicos realizados en estos seres humanos, la alteración provocada por un padre excesivamente enérgico (y hasta violento) y duro, o bien, alejado y frío en sus relaciones con sus hijos, circunstancias ambas bastante más frecuentes de lo que parece en las sociedades eminentemente machistas como la nuestra, puede impulsar a esta propensión.

Si a esto se añade que en los centros educativos mixtos hay mayor incidencia de homosexualidad que en los demás, aunque es completamente erróneo afirmar que serán homosexuales quienes estudien en estos centros, éste se convertirá también en uno de los factores coadyuvantes, si se presentan las otras condiciones y circunstancias. Nadie sabe qué lo facilita. Se ha conjeturado que, ya que el desarrollo intelectual de la mujer es más rápido que el del hombre, el muchacho se verá inclinado a “refugiarse” en sus compañeros del mismo sexo y condición intelectual, quizá intentando reemplazar el cariño del padre que nunca tuvo.

Por último, y ya que la psicología propia de cada ser sexuado se desarrolla más fácilmente si hay más hermanitos del mismo sexo, si a todo lo precedente se añade que los padres no tienen más que dos hijos —la parejita—, otro sumando se asociará para facilitar este desorden de la naturaleza, en personas que no tienen la culpa y sufrirán más, tal y como se muestra en las estadísticas.

Si la ciencia no da pronto más indicios, estas y algunas otras lógicas conjeturas con ligero soporte científico son las únicas herramientas con las que se puede contar al analizar la tendencia homosexual. Lo que no se puede seguir afirmando, en cambio, es que se haya comprobado que el factor hereditario o el genético representen algún papel.

 

La libido

Definida como el deseo sexual, la libido es considerada por algunos autores como el impulso o raíz de las más variadas manifestaciones de la actividad psíquica

Antes de entrar en este tema, conviene revisar las razones por las que la naturaleza dotó al ser humano de ciertos placeres.

Un ejemplo muy útil es el apetito, el deseo de comer: la finalidad del placer puesto por la naturaleza en las papilas gustativas de la lengua, en el paladar y hasta en las mucosas de la boca, es mantener vivo al individuo, lo mismo que el placer que produce el ingerir alimentos cuando se siente hambre. Si estos placeres no existieran, el hombre moriría; se requeriría que hiciera una abstracción mental para comprender que el alimento es necesario para mantener la vida y se diera unos minutos diarios al día para dedicarse a nutrir su cuerpo. La naturaleza obvió este problema dotando de placer al ser humano cuando se la alimenta.

Algunos romanos del siglo primero en sus orgías, verdaderas bacanales: como sus viandas eran tan apetitosas, tenían destinados unos lugares ligeramente alejados a los cuales iban de cuando en cuando a vomitar lo ingerido, para regresar a seguir disfrutando de su festín.

A todos le repugna esta descripción, pero conviene mucho sopesar esta acción:

  1. El instinto es un medio (en este caso el apetito es un medio para la subsistencia), pero en las acciones de estos romanos se puso como fin al instinto.
  2. El hombre se diferencia de las bestias por su capacidad de raciocinio y por su voluntad, las cuales deben gobernar a los instintos.
  3. Solo la ausencia de racionalización puede llevar a este desorden de la naturaleza en el que los actos no cumplen su finalidad natural.
  4. Cuando el instinto se convierte en el fin aparece la perversión.

Asimismo, a nadie le parecería atractivo realizar la cópula sexual si esta no produjera placer.

Es fácil deducir entonces que la naturaleza dotó también de satisfacción al acto que haría que la raza humana no se acabase.

Por tanto, el placer que depara la genitalidad es un medio para la permanencia del hombre sobre la tierra y sería simplemente absurdo no concluir que nunca es un fin para el ser humano.

Pero así es:

Tanto en los hombres como en las mujeres, de nuevo por el influjo del machismo y por la generalización del hedonismo (la búsqueda de placer como fin y fundamento de la vida), se puede presentar el deseo urente de genitalidad, hasta de una genitalidad desaforada, cuando se ha mutado el orden cosmológico para buscar únicamente el placer, el goce puramente biológico, dejando a un lado los otros aspectos de la sexualidad humana y convirtiendo al hombre en un ser que lo único que busca es satisfacer sus pasiones, haciendo de sí mismo un esclavo de esas pasiones y no un hombre con libertad, ya que cada día tendrá que buscar nuevas fuentes de placer para tratar de llenar el vacío que le produce la constante insatisfacción, cerrando así un círculo vicioso sin fin.

Los planos en los que se mueve el hombre (biológico, psicológico y espiritual) no deberían convertirse en  fuentes de esclavitud, no deberían condicionarlo; sin embargo, esto ocurre cada vez más: a veces se habla ya de “necesidades” genitales.

Así nunca se podría hablar de dignidad humana ni de virtudes o defectos: todos harían lo que los impulsos le indicaran.

Cuando el amor se subordina al placer comienzan las dependencias de las pasiones y de las emociones, y aparece la esclavitud.

En eso consiste la libídine: el desafuero genital de los hombres y el furor uterino de las mujeres, llamado más popularmente ninfomanía. La libídine tiene como sinónimos la lascivia y la lujuria, y es la consecuencia más común de los tres males que asechan la felicidad del ser humano: el machismo, el hedonismo y la mojigatería. Aquí es necesario completar la idea con una alusión a este último: la mojigatería, el pensar que todo es pecaminoso, hace que los educandos (llámense escolares o simplemente hijos), en el momento en que se sienten “libres” de todo peso de sus profesores, tutores o padres, caen en el desafuero en los aspectos genitales con más facilidad que quienes no sufrieron ese oprobio. Por eso es tan errado educar con excesivo recato como con desenfreno. El justo medio, como en todo, es lo ideal.

De la libídine pueden nacer una gran cantidad de desórdenes, los cuales aparecen reseñados en muchos de los libros y revistas que dicen tratar acerca de la sexualidad, pero que parecen estar dedicados a ella (a la lascivia), y que por lo demás, serán sus propulsores. Además, también pueden propiciar la homosexualidad.

 

¿Sexo o ‘género’?

Hoy se lee y se escucha la palabra «género», utilizada en vez de «sexo». Y se habla de tres «géneros», incluyendo el homosexual.

En relación con la sexualidad, debe utilizarse una terminología adecuada para una mejor comprensión de la materia. Por esto, es necesario conocer la definición de algunos vocablos, dentro de los que se encuentran los siguientes:

El sexo cromosómico o genético está especificado por la presencia o ausencia del cromosoma «Y» en el patrimonio genético de la célula del ser humano; así, los individuos que tienen un cromosoma «Y» con uno o más cromosomas «X» son varones; mientras que los que carecen de cromosoma «Y» son genéticamente hembras. Este hecho es el resultado objetivo de la fecundación.

El sexo nace antes que nosotros. Hemos sido varones o hembras el día de la concepción y lo hemos sido de manera irreversible. El desarrollo hormonal, la centralización neurológica, la periodicidad fisiológica [las funciones del organismo] y la configuración formológica [la forma] de nuestra sexualidad no son otra cosa que fenómenos subsecuentes, pero también consecutivos al fenómeno de la determinación genética del sexo.

El sexo gonadal está basado en la histología —las características microscópicas de los tejidos— de las gónadas; el varón posee tejido testicular, la mujer posee tejido ovárico. El crecimiento y la diferenciación de las glándulas sexuales se dan gradualmente, sobre una base de tejidos diferentes, bajo la influencia del sexo genético: los genes que se encuentran en los cromosomas se encargan de diferenciar las gónadas en sentido masculino o femenino.

El sexo embrionario o vías genitales son: el conducto de Müller (propio de la mujer) y el conducto de Wolff (propio del varón).

El sexo fenotípico o genital está determinado por las características de los genitales externos. Basándose en él, en el nacimiento se le asigna el sexo al individuo, desde los puntos de vista civil y social.

Durante la pubertad y a través de un proceso de maduración se da el crecimiento del organismo sexual interno y externo, según las características propias de cada uno de los dos sexos.

 

En la sexualidad física normal se da una armonía y concordancia entre todos estos componentes; pero, a veces, se presentan anomalías que determinan un estado de intersexualidad, esto se da si hay discordancia entre los caracteres genéticos, gonádicos, embrionarios y genitales del sexo. Las anomalías se conocen como el pseudohermafroditismo y el hermafroditismo verdadero.

El pseudohermafroditismo se da en dos situaciones:

En el pseudohermafroditismo femenino los genitales son masculinos (más o menos diferenciados) mientras las gónadas y el patrimonio cromosómico son femeninos, como ocurre, por ejemplo, en el Síndrome Adrenogenital Congénito.

En el pseudohermafroditismo masculino los genitales son femeninos, pero las gónadas y el patrimonio cromosómico son masculinos, presentando incluso testículos (Síndrome de Morris o de feminización testicular).

El hermafroditismo verdadero (muy raro), es el caso en el que se presentan tejidos ováricos y testiculares al mismo tiempo.

Estas diversas formas de anomalía se refieren a los componentes físicos del sexo, y son totalmente diferentes al transexualismo, a la homosexualidad y al travestismo:

 

El transexualismo auténtico se define como el conflicto entre el sexo físico normal y la tendencia psicológica que se experimenta en sentido opuesto.

Casi en la totalidad de los casos se trata de sujetos de sexo físico masculino que psicológicamente se sienten mujeres y que tienden a identificarse con el sexo femenino. Son raros los casos en sentido inverso, es decir, los sujetos físicamente mujeres que pretenden volverse hombres.

El travestismo, por el contrario, es un síndrome en el cual no hay un deseo profundo de cambiar de sexo, sino que simplemente se ha instaurado una necesidad psíquica de vestirse con ropa del otro sexo, como condición necesaria para alcanzar la excitación sexual; y se suele buscar la relación sexual con sujetos del sexo opuesto.

En la homosexualidad masculina, el sexo genético, el sexo gonadal, el sexo embrionario y el sexo genital son masculinos; pero la satisfacción erótica se deposita en un sujeto del mismo sexo. El homosexual no desea cambiar de sexo, sino, simplemente, tener relaciones sexuales con varones.

Asimismo, en el lesbianismo, tanto el sexo genético como el sexo gonadal, el sexo embrionario y el sexo genital son todos femeninos; pero ella desea tener relaciones sexuales con mujeres.

 

Por todo esto, en el Diccionario, la voz «Sexo» se define como «Condición orgánica que distingue al macho de la hembra en los seres humanos». Y su segunda acepción no da más que dos opciones: «Conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo: sexo masculino, sexo femenino».

En cambio, «Género» (del latín genus, generis), es el «Conjunto de especies que tienen cierto número de caracteres comunes». Esto significa que la especie humana, junto con otras especies, conforma con ellas un género.

Por eso, es erróneo el uso de la palabra «género» para designar la sexualidad de un individuo.

Tampoco es acertado usar el término «género», para dar las supuestas tres opciones al individuo, ya que lo cierto es que para el individuo que nace no hay elección posible del sexo genético; y está científica y objetivamente comprobado que el sexo genético es el que determina los otros componentes biológicos:

Si el individuo es varón, todas las células de su organismo poseen cromosoma «Y»; por lo tanto, ES masculino genética, gonadal, embrionaria y genitalmente. Y es varón, aunque se sienta mejor como mujer o le atraigan los hombres.

Si se trata de una mujer, en ninguna de sus células existe un cromosoma «Y»; por lo tanto, ES hembra genética, gonadal, embrionaria y genitalmente. Y es mujer, aunque le atraigan las mujeres o se sienta mejor como hombre.

Los estudios científicos

Así como se cuenta de algunos laboratorios farmacéuticos que propician sus ventas publicando los artículos científicos que hablan favorablemente de sus productos y omiten aquellos en los que se muestran sus efectos secundarios y otros defectos, muchos escritores y conferenciantes se dejan llevar por la tentación de no mostrar sino los artículos científicos que apoyan sus tesis. Así, tanto entre los defensores de la conducta homosexual como entre quienes la critican se ven casos en donde se sesga la información. Y como hay tantos artículos que se hacen con intenciones predeterminadas (a veces hasta pagadas), hay de dónde escoger, para sustentar las tesis de uno u otro lado, según los intereses.

Es difícil asegurarse de escoger las investigaciones totalmente equilibradas, que buscan solamente encontrar la verdad.

Si a esto sumamos la creciente cantidad de publicaciones en las redes sociales que sin soporte científico ni control afirman lo que quieren, podemos deducir que hoy es muy fácil dejarse engañar en las redes sociales. Las tácticas no son muy sofisticadas, pero son muy eficaces, pues son las que usan con más frecuencia las sinapsis neuronales descritas más arriba.

 

¿Eres realmente libre?

Yendo por el bosque, ves unas huellas de oso, oyes unas ramas que se mueven y eres atacado efectivamente por un oso. Si sobrevives, en tu cerebro se producirá un mecanismo de defensa que te ayudará a prevenir la misma situación: al unir los datos: huellas y sonido de ramas, hará que te pongas en estado de alerta y buscarás cómo protegerte o huirás, para impedir que esto te vuelva a ocurrir.

Ese mecanismo de defensa se puede entender al explicar en qué consiste una sinapsis: impuso nervioso que se produce a través de las neuronas y que posibilita su comunicación. Ese impulso es, en esencia, una descarga química traducida en una señal eléctrica que viaja a través de las redes neuronales.

Las sinapsis permiten a las neuronas dl sistema nervioso central formar redes de circuitos neuronales. En el ejemplo del ataque del oso, si a la persona le vuelve a ocurrir esa mala experiencia, se formará un circuito o conexiones neuronales que alertarán instantáneamente al individuo para que se proteja o huya.

El estado de alerta es, bioquímicamente, una salida masiva de adrenalina, secretada por las glándulas suprarrenales, que produce lo necesario para luchar o huir: aumento de las pulsaciones (volumen minuto cardíaco), de la tensión arterial, palidez (el flujo sanguíneo disminuye en la piel, para aumentar en los músculos y tener así más fuerza y resistencia), la pupila de los ojos se abre para ver mejor y aumenta la temperatura basal.

Pero en este proceso también se involucra la psique: en esa circunstancia se produce un susto: «Impresión repentina causada por miedo, espanto o pavor» o temor: «Pasión del ánimo, que hace  huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso», o miedo: «angustia por un riesgo o daño real o imaginario», etc.

Además, las conexiones neuronales son cruciales para los procesos biológicos que dependen de la percepción y el pensamiento.

Si, por ejemplo, desde niño, mis padres me repiten constantemente ideas erróneas, como la de que los hijos son inferiores a los padres o que no tienen derechos, iré haciendo una conexión neuronal de pensamiento proclive a esa idea, hasta que se arraigue fuertemente en mí y sea cada vez más difícil llevarme a la correcta valoración de los individuos; esto determinará una autoestima muy pobre, prejuicios dañinos y concepciones más o menos distorsionadas de la realidad, que harán más difícil mi trato con los demás, y que podrán perjudicar mis relaciones familiares, laborales y sociales.

Asimismo, por el mal ejemplo de mis padres, amigos y conocidos, pero también por la manipulación velada a la que nos someten los medios de comunicación tradicionales y hoy, sobre todo de las redes sociales, pueden irse implementando en mi pensamiento y en mi psique actitudes o criterios que en realidad no quisiera tener, como la costumbre de generalizar (pensar que todos los miembros de una comunidad, raza, sexo, credo, etc. son idénticos, que no existen individualidades entre ellos).

Que las mujeres son inferiores a los hombres, que los homosexuales deben ser repudiados, que los creyentes son irracionales, que los no-creyentes son malos, que los derechistas siempre reducen la libertad individual, que los izquierdistas promueven el libertinaje…, son sólo algunos ejemplos de la vastísima variedad de falta de visión total a la que nos intentan someter esas conexiones neuronales.

Y, como así ya nos han inducido a tomar partido, nos inclinan también a ver, leer ni oír solamente videos, audios o escritos concordantes con nuestro nuevo criterio o manera de pensar. Y así rehacemos cada vez más esas conexiones neuronales que nos afianzan y reafianzan en las que creemos “verdades” incuestionables, sin caer en la cuenta de que lo que hicimos fue hacer nuestras las de otros, perdiendo así la libertad de pensamiento.

Pero las consecuencias no acaban aquí: fabricamos una moral sobre todos esos errores de concepción, llegando a afirmar que quienes piensan de otro modo están mal, pecan, son ignorantes, merecen nuestra reprobación y hasta nuestras críticas, juicios, denuncias y condenaciones; y, si hasta en eso hemos cedido, nuestros insultos, denuncias, demandas, maltratos físicos y hasta la muerte.

La mejor manera de perder la libertad es dejarnos convencer por una publicación de la prensa o de las redes sociales: en ese momento habremos quedado enganchados: nos parcializaremos y tomaremos partido, sin darnos cuenta de que ya no tenemos la capacidad de cuestionar lo que leemos o vemos. Es impresionante verificar cómo antiguos individuos de pensamiento libre caen inconscientemente bajo estas redes sociales y son esclavizados por sus propias redes de circuitos neuronales.

Y, peor aún: hay médicos especialistas que se dejan envolver por toda esta parafernalia de criterios que no tienen soporte científico, que les dan crédito y que las exponen como si fueran verdades científicas.

Es por esto por lo que hay médicos que están de acuerdo con el aborto, a pesar de que la genética y la embriología les han enseñado que el embrión o el feto es un ser humano con un código genético distinto a la madre, un ser humano viviendo dentro de otro ser humano diferente a él.

También los hay que defienden la idea de que hay ciertas condiciones genéticas que hacen a los asesinos, con lo que ponen en duda la moral: ¿qué tan culpables somos de nuestros comportamientos, si la herencia incide en ellos, dejándonos sin la libertad de elegir? ¿Existen el bien y el mal? ¿Por qué castigar a los culpables o premiar a quienes producen un avance científico, si eso estaba en sus genes? ¿No sería mejor, entonces, eliminar las cárceles, los abogados, las leyes…?

Asimismo, también hay médicos que afirman —contrario a lo que dice la ciencia hasta ahora— que la homosexualidad es genética.

Hasta esos niveles llegan cuando se dejan influenciar: sin darse cuenta pierden la libertad: repiten y afirman conceptos contrarios a la verdad que aparece patente a sus ojos, simplemente porque lo oyeron decir a algún profesor o conferenciante, y lo creyeron sin utilizar el sentido común. Los ha cautivado un concepto que crea una conexión neuronal que les hace perder la facultad de cuestionarla y, a veces, los enceguece.

Y el público que los escucha les cree, simplemente porque son médicos, sin caer en cuenta de que son seres humanos que, como todos, pueden dejarse llevar por esas sinapsis neuronales que se crean por un criterio que impacta.

 

Por el contrario, son muy favorables las conexiones neuronales que nos llevan a la verdad, que nos hacen más humanas las relaciones sociales, que aumentan el respeto y la armonía en la diversidad, la cooperación, la fraternidad, la convivencia pacífica, la servicialidad y el amor, especialmente para con los pequeños, débiles, pobres y marginados.

Debemos, pues, favorecer las sinapsis que nos hagan vivir en la verdad y que nos acarreen libertad, e impedir por todos los medios lo que nos coacciona la libertad.

Y, ¿cómo hacerlo?

Se podrían poner muchos ejemplos sobre temas políticos, religiosos o deportivos, pero incitarían a la polémica, precisamente porque muchos están condicionados por las conexiones neuronales que se han establecido en ellos. Debemos recurrir, entonces, a algo que no tenga tanta trascendencia, algo que no carezca de importancia, pero que poco o nada cambie nuestras vidas.

Escojamos el viaje a la Luna, el 20 de julio de 1969. Hoy se pueden encontrar muchos videos de YouTube en los que se afirma con vehemencia que eso no ocurrió. Después de verlos, quedo convencido de que la humanidad fue engañada desde entonces. Pero sé que también puedo ser engañado por esos videos… ¿Cómo salir de la duda?…

Decido, pues, escuchar la otra parte: busco todos los artículos y videos que ha publicado la NASA y SPACE X, y voy descubriendo que todos los autores y expositores y hasta los mismos directores de ambas entidades, sin estar hablando específicamente de ello, dan por cierta la misión norteamericana Apolo 11, que colocó a los primeros hombres en la Luna: el comandante Neil Armstrong y el piloto Edwin F. Aldrin.

Ahora no falta sino hacer de esa nueva sinapsis la verdadera, y desechar la anterior, que me tenía engañado y quizá cautivo: aceptar que he sido vehemente defendiendo ante otros algo falso.

Y eso mismo debo hacer con todos los temas, comenzando con aquellos que sí inciden en mi vida. Y así comenzaré el camino hacia la auténtica libertad.

Lo mismo ocurre con la ideología de género, como se pasa a considerar. 

 

Ideología de género, ¿pérdida de la libertad?

El término sexo se refiere a las dos categorías, masculino y femenina, en que se dividen los seres humanos y la mayoría de los seres vivos según las diferencias anatómicas y fisiológicas de los órganos reproductores y los caracteres sexuales secundarios.

Desde la década de 1950, para referirse a los papeles sociales de hombres y mujeres se introdujo el término género. La idea que entonces se estableció con esta palabra es que, en el pasado, el papel (el género) de hombres y mujeres venía impuesto por la sociedad. Pero, en la sociedad occidental actual, con su hiperindividualismo y la ética autónoma (lo malo o bueno es definido por cada persona, sin ningún criterio), se supone que el individuo no acepta un papel impuesto por la sociedad, sino que elige su propio género.

En este orden de nuevas ideas, el papel que el individuo elige para sí mismo se denomina identidad de género. El individuo puede elegir un género independientemente de su sexo biológico. En función de su orientación o preferencias sexuales, el individuo puede decidir ser heterosexual, homosexual, lesbiana, transgénero, transexual o no binario (que una persona aún no quiere ser ni hombre ni mujer).

Un transgénero es una persona convencida de que su identidad de género no coincide con su sexo biológico. Por ejemplo, un hombre puede sentir que es una mujer, mientras que biológicamente es un hombre, o viceversa. Cuando alguien es infeliz y lucha con su sexo biológico por este motivo, se denomina disforia de género. Una persona transexual es alguien que pretende cambiar su sexo biológico por el correspondiente a su identidad de género o que ya lo ha hecho mediante tratamientos médicos y procedimientos quirúrgicos.

Junto a la ideología de género, existe la llamada teoría queer (que originalmente significaría “extraño” o “peculiar”), según la cual no existen identidades de género fijas, sino fronteras fluidas entre ellas. Por ejemplo, hay jóvenes que a veces mantienen relaciones con alguien de su mismo sexo y otras veces con alguien del sexo opuesto, dependiendo de los sentimientos y el estado de ánimo del momento.

Organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, promueven la aplicación de la ideología de género a escala mundial en empresas, organizaciones gubernamentales e instituciones sanitarias. También lo hacen mediante programas educativos que animan a niños y jóvenes desde la escuela primaria a reflexionar sobre la identidad de género que quieren elegir o por la que se sienten atraídos. Y en esas edades es donde se crean mejor y más fácilmente las sinapsis neuronales, puesto que, comparados con los adultos, los niños y jóvenes han producido menos sinapsis y, en consecuencia, tienen menos dificultad para implementar nuevas.

En los niños que no están seguros de querer convertirse en transexuales, la administración de un agente hormonal, la triptorelina, puede retrasar el inicio de la pubertad con el objetivo de dar tiempo al niño para reflexionar sobre esta cuestión, aunque esta hormona puede causar efectos secundarios graves. Además, hay que recordar que los adolescentes suelen dudar de su identidad de género durante algún tiempo y, sin embargo, en la mayoría de los casos la disforia de género pasa sin problemas. Debe tenerse en cuenta también que muchas personas transexuales se arrepienten tras cambiar su sexo biológico. Sin embargo, sobre todo después de un cambio quirúrgico del sexo biológico, no hay vuelta atrás.

Los orígenes de la ideología de género se encuentran en el feminismo radical. En la segunda mitad de los años cuarenta, Simone de Beauvoir escribió que no se nace mujer, sino que se llega a serlo, es decir, a través del papel clásico de mujer impuesto por la sociedad. Según el feminismo radicalizado de los años 60 y 70, la sociedad imponía a la mujer casada un papel de instrumento de reproducción y educación. La anticoncepción podría liberarla de este papel. La feminista Shulamih Firestone escribió en 1970 que, una vez liberadas de la tiranía de su biología reproductiva, las mujeres podrían desempeñar un papel propio, independiente de su sexo biológico. Esta liberación implicaba también el desmantelamiento de la familia, unidad social organizada en torno a la reproducción, y el sometimiento de la mujer a su destino biológico. También exigía la libertad de todas las mujeres y niños para hacer lo que quisieran sexualmente. Tras la última revolución del feminismo, creía que surgiría una sociedad en la que todas las formas de sexualidad estarían permitidas y autorizadas.

En los años sesenta, la introducción de la píldora anticonceptiva hormonal «liberó» en gran medida a las mujeres, según se pensaba, de su biología reproductiva. Esto sentó las bases para la separación total del género del sexo biológico.

La idea básica de la ideología de género, es decir, que los papeles de hombres y mujeres (género) pueden separarse completamente del sexo biológico, deriva de la visión dominante del hombre en nuestra sociedad actual. Por lo general, limita la persona humana a su conciencia (mente), con su capacidad de pensar y tomar decisiones autónomas, que fue posible gradualmente en el marco de la evolución gracias al desarrollo de procesos bioquímicos y neurofisiológicos muy complicados en el cerebro. Según esta visión del hombre, el cuerpo sólo sería el medio por el que la persona (limitada a la conciencia) puede expresarse. Esto otorga a la persona humana un derecho muy amplio a disponer de su cuerpo, incluida su sexualidad biológica.

 

La otra posición al respecto

Por el contrario, la inmensa mayoría de la humanidad todavía sustenta su criterio basada en la ciencia y en la antropología, que enseñan que el hombre no es sólo su alma o sólo su cuerpo, sino que es una unidad de alma y cuerpo. El cuerpo, incluidos los órganos reproductores, no es algo secundario o accesorio, sino que pertenece a la esencia del hombre (a su sustancia, a su naturaleza) y, por tanto, al igual que todo el ser humano, es un fin en sí mismo y no un mero medio que el hombre puede utilizar para cualquier fin: el cuerpo humano no es una materia prima con la que el hombre pueda hacer libremente lo que quiera.

El hombre y la mujer, por su alma racional, tienen la misma dignidad humana. Sin embargo, son físicamente diferentes en el sentido de que son complementarios entre sí por su sexualidad biológica y por su biopsíquica (psicología masculina o femenina), cuyas características están perfectamente determinadas por la ciencia (investigaciones que se realizan con base en el método científico). Esta complementariedad se refiere a 2 aspectos: la cooperación con la realización personal del otro, por una parte, y por otra, a su papel mutuo en la reproducción.

Es evidente, desde el punto de vista biológico y fisiológico, la complementariedad que existe entre los genitales masculinos y femeninos, cuyo funcionamiento natural deriva en la posibilidad de la procreación. En las relaciones entre personas del mismo sexo no se da esa complementariedad y, como no es posible para ellos la procreación, deben recurrir a métodos contrarios a su naturaleza para conseguirlo. No pueden ser madres y padres en plenitud quienes no aportan parte de su código genético con el óvulo y el espermatozoide, respectivamente, ni madres en plenitud las mujeres que acogen en su seno (o en el de su pareja) el embrión formado por un código genético en el que ellas no hicieron aporte alguno.

Como ya se ha dicho, el cuerpo pertenece esencialmente al ser humano y también la sexualidad biológica. Por tanto, ser hombre o mujer forma parte de su ser y no es algo que pueda desprenderse de él.

Por supuesto, los papeles (género) de hombres y mujeres pueden cambiar bajo la influencia de factores socioculturales. Hasta los años 50, por ejemplo, en muchos países se creía que las mujeres tenían que dejar su trabajo cuando se casaban. Además, a menudo no se les permitía abrir una cuenta bancaria sin el consentimiento de su marido. Esto ya no es así en los países occidentales, debido a los cambios socioculturales que se han producido desde entonces. En nuestros tiempos las mujeres también pueden ocupar puestos públicos y privados a los que no tenían acceso en el pasado. Que todo esto sea imposible para ellas no está escrito en su sexualidad biológica.

Sin embargo, no es posible separar completamente los papeles sociales de hombres y mujeres de su sexualidad biológica. Los aspectos esenciales de ser varón y mujer, de ser esposo o esposa, de ser padre o madre y de ser hijo o hija están todos anclados en la esencia del ser humano y, por tanto, no se pueden cambiar a voluntad, sin dañar su naturaleza y, en consecuencia, sin alejarlo de su realización personal.

Al confundir y, por tanto, socavar el papel del padre, la madre, los cónyuges, el matrimonio y la relación entre hijos y padres, la ideología de género tiene graves implicaciones para la proclamación de los fundamentos de la naturaleza del ser humano, la de ambos sexos y, por ende, de la sociedad, cuya célula es la familia.

Erosionar o cambiar el significado de palabras como padre, madre, matrimonio, paternidad y maternidad también socava la relación entre marido y mujer, por un lado, y la que debe haber entre padres e hijos, por el otro.

En el contexto de la ideología de género, el hombre niega su propia naturaleza y decide que no le viene dada como un hecho preestablecido, sino que él mismo la establece.

Aprender a aceptar el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados es esencial para una verdadera ecología humana. Apreciar el propio cuerpo en su feminidad o masculinidad también es necesario para poder reconocerse en el encuentro con el otro diferente de uno mismo. De este modo, es posible acoger con alegría el don específico del otro, y enriquecerse mutuamente. Por lo tanto, una actitud que pretende borrar la diferencia sexual porque ya no sabe cómo enfrentarse a ella no es saludable. Presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. El sexo biológico y el género (el papel sociocultural del sexo) se pueden distinguir, pero no separar.

La manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual, que alguna tecnología biomédica nos deja entrever como completamente disponible a la elección de la libertad —algo que no es así— corre el riesgo de desmantelar la fuente de energía que alimenta la alianza entre el hombre y la mujer, y que precisamente la hace creativa y fecunda.

Declaración final

  1. El homosexual es un ser humano, al que se le debe respeto y tiene los mismos derechos que todos los demás
  2. Los actos homosexuales, por ser contrarios a las leyes de la naturaleza, ofenden la dignidad (el valor) del ser humano
  3. Todo ser humano tiene la capacidad de dominar, con su voluntad, sus inclinaciones y encaminarlas a su propio bien
  4. La homofobia no expresa ni representa una posición verdaderamente humana, que jamás debe discriminar a los homosexuales ni a las personas con tendencia homosexual

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Discriminados

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 27, 2021

Los criticaron, los humillaron, los agredieron, los segregaron, los excluyeron…; les quitaron su dignidad. Por esto viven a la defensiva… y a la ofensiva, contra todo lo que pueda parecer en su contra; por esto se estableció el movimiento LGTBI; por esto se desarrolló la Ideología de Género; por esto se declaran por doquier los días del Orgullo gay…
Es evidente, pues, que lo que ellos necesitan es amor, comprensión, ser valorados.

Estudiando con profundidad la innegable correspondencia anatómica y fisiológica entre los genitales masculinos y los femeninos, verificando su evidente ordenación a la procreación, investigando la admirable complementariedad psicológica entre el hombre y la mujer, se puede deducir que la esencia ontológica de la pareja es la que se da entre un hombre y una mujer (como bien lo concibió siempre el sentido común); por todo esto, se debe afirmar que los actos homosexuales no son naturales. Pero esta verdad no implica que se pueda vulnerar la dignidad del homosexual —que es idéntica a la de los demás seres humanos—, ni sus derechos, también idénticos e inalienables. Dicho de otra manera: aunque los actos homosexuales son reprobables por estar en contra de la naturaleza, nunca será lícito discriminar al homosexual; además, quienes lo hacen propician una injusticia indigna de los seres humanos, enardeciendo los ánimos de las partes y acabando con la posibilidad de una sana convivencia.

Del mismo modo, deben valorarse y respetarse a cuantos son discriminados por su raza, credo, condición social, laboral, por ser mujeres, etc.

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Homofobia

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on November 10, 2020

La fobia a los homosexuales puede ser aversión, repugnancia, repulsión, asco, odio o antipatía, y se manifiesta de muchas maneras: discriminación, exclusión, rechazo, subvaloración, desprecios, burlas, insultos, maltratos…

Estas manifestaciones han existido por muchos años y son una evidentísima violación de los derechos humanos.

Sin embargo, hay otros individuos que, sin ser homófobos, no están de acuerdo con los actos homosexuales: consideran que los homosexuales son tan dignos como ellos y tienen sus mismos derechos, pero creen que el acto homosexual, en sí mismo, no es natural. Estos ciudadanos ejercen su libertad de pensamiento como lo hacen los demás: han decidido diferir del criterio, tan extendido hoy, de que hay 3 géneros: creen con certeza que existen únicamente 2 sexos que se complementan, tanto en el ámbito biológico, como en los planos afectivo, emocional, moral y espiritual.

Pensar así no es ser homófobos, pues no están vulnerando ningún derecho del homosexual.

Por ende, si alguien dice que no está de acuerdo con los actos homosexuales, tampoco está siendo homófobo, pues no está diciendo nada en contra de los homosexuales. Lo mismo ocurre si manifiesta la opinión de que no deberían mostrase escenas de homosexuales, cuando se sabe que esas escenas las pueden estar viendo niños: está en su derecho de querer proteger con sus criterios la formación de esos niños. Él tiene derecho a disentir en su pensamiento con otros, mientras no los ofenda, discrimine excluya, rechace, subvalore, desprecie, burle, insulte o maltrate.

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¿Dejar los hijos con los abuelos?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 25, 2020

El matrimonio tiene un origen natural, es decir, está establecido en la naturaleza humana, desde que apareció el homo sapiens-sapiens, según lo demostraron los paleoantropólogos, como una promesa de fidelidad entre los 2 componentes de la pareja, con 2 finalidades: que se complementen el uno al otro y para procrear; ambas finalidades deben estar presentes en todo matrimonio: si una pareja se casa, por ejemplo, sólo para complementarse, sin contemplar la posibilidad de tener hijos, estaría yendo en contra de la esencia, la naturaleza, la sustancia misma del matrimonio, que tiene también la finalidad de procrear; y eso iría en contra de la pareja, pues todo lo que no siga su curso natural se daña y hasta se destruye, tal y como ocurriría si, por ejemplo, plantáramos una mata al revés: enterrando el tallo, las ramas y las hojas, y dejando por fuera las raíces: no cumpliría así su fin. Lo mismo ocurre en la especie humana: el ser humano lesiona su esencia si atenta contra su natural finalidad individual, contra su natural finalidad conyugal o contra su natural finalidad familiar; y, como consecuencia, no alcanzará su realización, la plenitud de vida: su felicidad.

Jamás se realizaría una mujer, por ejemplo, si llena todas sus expectativas profesionales y económicas, dejando de lado su grave responsabilidad como madre y esposa; y lo mismo ocurre con un hombre casado y con hijos que haga lo mismo: nunca serán felices. Ni harán felices a sus hijos.

Otro aspecto que se debe tener en cuenta es que, en la especie humana, procrear no significa dar la vida y desentenderse del hijo: él requiere de todos los medios para crecer y desarrollarse, tanto en el plano físico, como en el psicológico (afectos, emociones) y en el espiritual (su trascendencia). Por esto, no está en consonancia con la esencia de la procreación el dejarle los hijos a los abuelos, para que los cuiden, alimenten, eduquen, etc.: todo esto es responsabilidad exclusiva de los padres que, por circunstancias especiales, podrían apoyarse en los abuelos en cortos períodos de tiempo, para luego retomar sus obligaciones como padres. Siempre que se pueda y la circunstancia sea pasajera, los abuelos deben ayudar a su hijo y cónyuge, cuidando a sus nietos durante un tiempo: eso es amor. Pero cuando los abuelos aceptan la responsabilidad, le están haciendo un daño muy grave a los padres, que no se podrán realizar ni se felices.

Es por esto que, antes de tener hijos, los padres responsables sopesan los pro y los contra, de modo que sepan si van a poder cumplir cabalmente con su responsabilidad: la palabra responsabilidad viene de: “respondere”, o sea: responder a un acto libre y voluntario: si libremente se tiene un hijo, se le debe dar todo lo que necesita para desarrollarse sano y sin taras que luego requerirían de tratamientos psicoafectivos o psicoemocionales, como ocurre siempre en los casos en los que uno de los padres o ambos están ausentes o incumplen sus obligaciones.

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La homosexualidad: ¿natural?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on March 16, 2020

Si alguien dice: “La homosexualidad no es natural”, es posible que otro responda: “Eso es falso, puesto que se ve en los animales”.

Quien piensa así olvida 3 aspectos:

En primer lugar, la naturaleza humana es superior a la animal: entre las muchas diferencias que hay, el ser humano es racional (ninguna mascota u homínido es capaz de sumar, restar, multiplicar, deducir, filosofar, pensar en el futuro o el pasado, preguntarse por su destino…); otra diferencia es que el ser humano posee la facultad de la voluntad: puede decidir libremente sus actos, mientras que los animales se guían indefectiblemente por el instinto. Por eso, jamás se pueden comparar los actos humanos con los actos animales: el acto humano puede ser valorado moralmente (afirmando que es bueno o malo para sí mismo, para los demás o para el medio ambiente en el que vive); pero el acto animal, por ser instintivo, no se puede valorar moralmente: el animal no tiene opción: sigue su instinto, que va siempre en favor de su naturaleza.

Se deduce de esto que, cuando se afirma que la homosexualidad no es natural, lo que se está diciendo es que no es natural EN LA ESPECIE HUMANA, de muchísima mayor dignidad que la de un animal.

Añadamos algo más: una hembra, cuando le toca elegir entre su vida y la de su cría, la abandona en las fauces o garras de los predadores; esto no lo hará una madre humana: ella está dispuesta a dar la vida por su hijo. Quiere decir esto que el ser humano es capaz de amar: por el bien de otro individuo de su especie, se olvida de sí mismo, hasta el extremo de llegar a dar su misma vida con ese fin.

Así, pues, no se puede comparar al ser humano con un simple animal.

En segundo lugar, cualquier veterinario especializado en conducta animal -o etólogo-, nos puede explicar que, cuando un macho monta a otro, lo está haciendo por dominancia: establece así una jerarquía mayor sobre el que está montando (esto se da también entre las hembras de algunas especies, para determinar cuál es la hembra alfa: su prelación en la jerarquía animal). Además, es un movimiento instintivo, similar al del coito, pero se hace sobre una pierna o el lomo del otro, sin penetración alguna.

Por último, hay una inmensa diferencia entre los actos animales y los humanos: ese movimiento instintivo que realizan por dominancia los animales de una misma especie entre sí difiere por completo al establecimiento de una relación de pareja entre dos personas del mismo sexo en la especie humana, pues el primero —el del animal— es un acto inconsciente, mientras que el segundo —el humano— es un acto claramente consciente: los homosexuales siempre han defendido su relación basada en el amor o, al menos, en fuertes sentimientos, de los que están exentos los animales.

Debe añadirse aquí que, desde el punto de vista fisiológico, en la entrada vaginal, se encuentran las glándulas de Bartolín, cuya función es lubrificar la zona, para que no se produzcan erosiones o excoriaciones durante el coito. Pero ni el ano ni el recto tienen lubrificante alguno, lo que explica la alta incidencia de transmisión de sida en personas homosexuales, comparada con la de personas heterosexuales; esto significa que la homosexualidad no es fisiológica. Y tampoco es anatómica: la vagina tiene la misma forma y tamaño que el pene: se acoplan perfectamente; esto no ocurre entre el pene y el recto (y menos entre lesbianas: la vagina no se complementa con los dedos, instrumentos u otros reemplazos del pene).

En consecuencia, la homosexualidad —que propiamente hablando solo se da en la especie humana— va en contra de SU propia naturaleza.

Y, por esto mismo, el homosexual se hace daño a sí mismo cuando realiza actos homosexuales, que van en contra de las características esenciales que posee como ser humano: su inteligencia y la capacidad de usar su voluntad libre, reduciendo así su dignidad, infinitamente superior a la de un simple animal (que nunca se rebaja, ya que siempre sigue su instinto).

 

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Regreso a lo natural

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 3, 2017

Se está dando en todas partes: la medicina, reconociendo que la farmacología nació principalmente de las plantas y de los animales, se está abriendo a los conocimientos ancestrales de las que hoy se conocen como medicinas alternativas o, como han dicho algunos, complementarias (para denotar así que no se trata de una rivalidad entre las 2 ciencias). Efectivamente, en el Mundo entero se están abriendo facultades de medicina y posgrados de medicina natural.

En cuanto a nutrición se refiere, pululan por todas partes de la Red y en las librerías artículos, libros, audios y videos que expresan criterios naturales para la alimentación humana, y que muestran resultados sorprendentes en cuanto se refiere a la prevención y tratamiento de las enfermedades. Aunado a esto se pretende propiciar el manejo natural de la producción de alimentos no contaminados por pesticidas o cualquier tipo de preservativos o conservantes químicos, que dañan la salud.

Y, en general, se han disparado  criterios que buscan eliminar toda la complejidad de vida que tanto la industrialización como la filosofía del consumismo trajeron al mundo moderno: desde cursos para conseguir la paz interior hasta criterios de vida como el Minimalismo (vivir con lo mínimo necesario) se ofrecen hoy al ser humano moderno.

De entre todo este bagaje, conviene resaltar un pensamiento que quizá los abriga a todos: cuanto más ajustemos nuestras costumbres a nuestra esencia, a nuestra naturaleza, tanto más bienestar cosecharemos. Y este concepto se equipara, precisamente, a la definición de la palabra natural: aquello que es conforme a la cualidad o propiedad de algo.

 

Nuestra sustancia

Ahora bien: en nosotros, ese “algo” es nuestra sustancia, nuestra esencia, nuestra naturaleza. Por eso es imprescindible definirnos y verificar los planos en los que vivimos.

Para definirnos, podríamos afirmar primero lo que no somos: ni ángeles ni animales; estamos ubicados entre ambos. Tenemos cuerpo como los animales y espíritu como los ángeles. Además, como todo ser vivo, tenemos algo que nos anima (que nos mantiene vivos): un ánima, un alma. En las plantas, esa alma se llama vegetativa; la de los animales es un alma sensible y la nuestra es denominada espiritual.

Volviendo al diccionario, encontraremos allí que el alma espiritual se define como alma “racional e inmortal”, lo que especifica nuestra naturaleza: tanto el alma vegetativa de las plantas como el alma sensible de los animales mueren con sus cuerpos, mientras que la nuestra atraviesa el umbral de la muerte, tal y como lo entendieron los primeros seres humanos según lo describen los paleoantropólogos, quienes afirman que es muy distinto tapar con tierra un cadáver maloliente que, con un rito fúnebre y sagrado, despedir al difunto que partía en su viaje al más allá. Esta conducta de nuestros ancestros nos ilustra acerca de la conciencia cierta, segura, de nuestra trascendencia, y que acompaña al ser humano desde sus inicios.

Por esto, podemos afirmar que nosotros nos movemos no sólo en el plano biológico y en el psicológico, sino también en el plano espiritual.

Así, pues, el regreso a lo natural debería darse en los 3 planos. Esto significa que, además de propiciar una medicina, costumbres y nutrición más naturales, deberíamos volver también a una psicología y una espiritualidad más acordes con nuestra naturaleza, nuestra esencia, nuestra sustancia.

Pero no podemos dejar de lado un aspecto fundamental de la esencia del ser humano: las características que nos diferencian de los animales son muchas, pero hay 3 que emergen como las más importantes de todas, y que deben describirse en un orden invertido, del tercer al primer lugar de importancia:

En tercer lugar está la facultad de la razón, nuestra inteligencia. Nadie puede llegar a afirmar que su mascota es tan inteligente como un ser humano; ni siquiera los primates más parecidos al hombre pueden sumar o restar, filosofar o deducir, entender el pasado o el futuro, preguntarse por su esencia o su finalidad en esta vida…

En segundo lugar, nosotros tenemos la facultad de la voluntad: los animales se mueven por instinto; nosotros, en cambio, podemos manejar el instinto o la impulsión con nuestra voluntad libre: aunque nos apetezca mucho ingerir alimentos menos nutritivos y quizá dañinos para nuestra salud, podemos decidir no comerlos. Somos libres, incluso, de doblegar nuestros apetitos para conseguir un bien mayor.

Pero lo que más nos diferencia de los animales se muestra en el hecho de que cuando una hembra es perseguida por un predador y en un momento debe decidir entre su cría y ella misma, prefiere abandonar a su cría para salvar su vida: a eso la lleva su instinto. Por el contrario, una madre humana daría la vida por salvar a su hijo. Nosotros somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos por amor a otro; podemos amar. La historia nos recuerda las innumerables ocasiones en las que, por eso, porque pueden amar, los humanos se han sacrificado por amor.

Con esta descripción de la esencia del ser humano, se puede deducir que es más feliz quien más ama.

 

Lo natural en el crecimiento

Es natural —es parte de su esencia— que los niños tengan un desarrollo progresivo, una continuidad en el crecimiento psicológico, una sucesión ordenada de eventos afectivos y emocionales que preserven su salud psicológica.

Antes, esto era más fácil: los niños entraban a estudiar ya cumplidos los 5 años de vida; y esto permitía que el desarrollo psicoafectivo y psicoemocional fuera acorde con su naturaleza humana:

En su primer año de vida miraba su entorno, lo empezaba a reconocer; percibía sensaciones auditivas (la voz de su mamá, de su papá…), táctiles (frío, calor, dolor), visuales, gustativos, olfativos…

En el segundo año empezaba a formarse un vínculo más estrecho con su mamá y se esbozaban en su mente y en sus sentimientos las nociones: Mujer y Mamá, obviamente de un modo rudimentario, pero que iba a ser definitivo en su vida.

En el tercer año hacía lo mismo con su papá (qué importante es por eso que los padres inviertan el mayor tiempo posible con sus hijos siempre, pero principalmente en esta etapa): surgen en el niño las primeras ideas de hombre y de papá.

En los años cuarto y quinto comenzaba su conciencia de sí mismo —su propio conocimiento—, y formaba incipientemente los conceptos, también rudimentarios pero fundamentales, de familia y, si tenía hermanitos, también de fraternidad.

Para cuando el niño cumplía 5 años, no sólo ya había preconceptualizado las nociones fundamentales de su vida personal y familiar, sino que, como antaño no había para los padres tanta demanda de consumir por consumir y no existían los afanes del tráfico y el atafago de la moderna vida laboral, había recibido gran estabilidad emocional y afectiva: los padres tenían más tiempo para sus hijos, para la vida familiar: aunque no todos aprovechaban esa valiosísima oportunidad, la mayoría disfrutaba compartiendo con sus hijos, y así les infundía la seguridad de su amor, los proveía del hogar, ese nicho, ese refugio desde el cual podían salir a experimentar confiados la aventura de la vida.

Así, pues, estos 5 primeros años de vida marcan ¡y guían! definitivamente las vidas de todos los seres humanos.

 

Lo antinatural

Pero de esta naturalidad en la vida familiar se salió a lo antinatural: aparecieron los jardines infantiles, las guarderías, salacunas y muchas alternativas más para que los papás puedan desentenderse de sus hijos pequeños para irse a trabajar, unas veces por absoluta necesidad y otras porque el mundo moderno, con sus ideas antinaturales, basadas casi exclusivamente en la búsqueda del placer, en el consumismo y en ese querer proyectar una buena imagen a los demás, ha distorsionado la esencia misma del niño, y lo ha relegado a un segundo lugar: para muchos padres primero están el trabajo, el dinero, su “espacio”…

Así comprendida la vida, el bienestar de los hijos se redujo a darles únicamente lo material; y los padres se dieron una tácita consigna: que cuantas más cosas materiales se les dé tanto más suplen su dolor (el de sus hijos y el suyo propio). Pero esta consigna es falsa: es un autoengaño para los padres y fuente de dolor y daños para sus hijos.

Es que con frecuencia no se tiene en cuenta que los niños, en la precariedad en la que se encuentran, no tienen otro recurso, otra “medida” para saber si son amados, que el tiempo que cada uno de sus padres le dedica: “Mi papá tiene tiempo para su trabajo pero no para mí; entonces ama más a su trabajo que a mí.” “No me ama.” Pero apenas perciben esa verdad, apenas la intuyen: la sienten —ni siquiera la entienden, solo la sufren— y, por supuesto, no tienen las herramientas necesarias para darle solución.

Y, como la esencia de la felicidad de un ser humano depende del amor que pueda dar (como se explicó más arriba), esos hijos serán seguramente infelices, aunque recibieran todas las cosas materiales del mundo, pues nadie les habría enseñado a amar realmente. Por más consejos que recibieran, por más conferencias que escucharan, por más libros que leyeran, no aprenderán jamás a amar, cosa que sólo se aprende experimentalmente (con hechos, no con palabras) cuando uno es amado con un amor auténtico, especialmente durante la etapa en la que absorbemos todo como por inercia: en la niñez.

Por lo que se dijo anteriormente, a esa edad no se tienen los medios para solucionar esta tragedia e intenso dolor. Y es una verdadera tragedia, porque daña la esencia misma del ser humano: ¡no aprendió a amar, no sabe amar! que es lo que más lo diferencia de los animales y, por ende, lo que más humano lo hace… He ahí el porqué de la intensidad de su dolor.

Comienza entonces —en unos— un deterioro de su situación afectiva, desarrollando una búsqueda enfermiza del amor y fuertes y continuas psicodependencias y altibajos afectivos y emocionales, con las que menos podrán aprender a amar ni a dejarse amar. Otros se enfrascarán en sí mismos, haciéndose pusilánimes (sin ánimo para emprender grandes empresas) y cobardes o se harán agresivos y violentos…, buscando en todos los casos ocultar su dolor… En fin, empiezan a aparecer los trastornos psicológicos más variados.

 

La tendencia homosexual

Una de las búsquedas angustiosas y enfermizas del amor es la tendencia homosexual.

Antes de explicarla, conviene saber que la homosexualidad no es genética, pues por el sexo cromosómico o genético, sabemos que los hombres homosexuales tienen el cromosoma «Y» en todas las células de su organismo, como cualquier hombre no-homosexual; y que ninguna de las mujeres lesbianas tienen ese cromosoma: son mujeres.

Se puede decir entonces, que el sexo nace antes que nosotros. Somos varones o hembras desde el día de la fecundación y lo somos de manera irreversible: el desarrollo de las hormonas masculinas (testosterona) y femeninas (estrógenos y progesterona) depende precisamente del sexo genético; el funcionamiento del sistema nervioso, los ciclos periódicos y la configuración física de nuestra sexualidad no son otra cosa que resultados naturales del sexo genético.

Quiere decir esto que la homosexualidad no es natural ni tampoco lo es la tendencia homosexual.

 

Cómo se da la tendencia homosexual

Según los últimos análisis psicológicos realizados en estos individuos, el ingrediente que más puede incidir para que aparezca la propensión a la conducta homosexual masculina es la ausencia de cariño paterno.

Esto ocurre porque, en el niño la imagen paterno–masculina se entremezcla en su cerebro infantil, sin que pueda hacer una distinción clara de ambos conceptos–personas. Al crecer, justamente por la carencia afectiva, les cuesta mucho más trabajo, en el proceso de maduración, deshacer ese conflicto. En esas condiciones, se opta por conseguir ese cariño inexistente o pobre, a toda costa, en un afecto varonil. Este factor, pues, es determinante.

El caso de las mujeres —más raro que el de los hombres pero más frecuente de lo que se suele creer— se desarrolla también con más facilidad si falta el cariño paterno, aunque la secuencia psicológica es distinta: Por la carencia afectiva del padre, algunas de ellas desarrollan —sobre todo cuando el papá fue violento con la mamá— una aversión contra el sexo masculino, que a veces llega hasta el odio. De ahí que sólo aceptan relaciones abiertas y confiadas con las mujeres, mientras que a los hombres los consideran seres despreciables u odiables, con quienes no conviene interrelacionar, ni compartir abiertamente con ellos las emociones de la vida y, mucho menos, la entrega de sus afectos…

 

Conclusión

Ya que el movimiento hacia lo natural se está dando en todo el mundo y en todas las áreas de la vida del ser humano, conviene también que se propicie en el ámbito de la familia: es necesario fomentar lo natural en la familia, lo que siempre se ha llamado paternidad y maternidad responsables: que los padres evalúen si van a tener suficiente TIEMPO (es decir: amor) para darle a su hijo, antes de pensar en concebirlo.

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Sencillez

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on February 3, 2017

Esta es una de las virtudes más valoradas: el hombre sencillo, la mujer sencilla, son acogidos en todas partes.

Obviamente, no se habla aquí de esa versión de la sencillez que usan algunos para descalificar a otros, por su poquedad de ánimo o de cultura y presencia; o porque son incautos, fáciles de engañar; no: quien posee la virtud de la sencillez es una persona natural, espontánea, habla sin sutilezas ni artimañas, no tiene doblez ni engaña.

Es sincero; jamás usa perspicacias ni simulaciones ni engaños. Nunca finge ni habla con tapujos. No es hipócrita. Ni siquiera dice verdades a medias ni mentiras “piadosas”.gota-de-agua

Cuando te habla, te mira a los ojos, te mira de frente, no habla de ti a tus espaldas, te dice en la cara lo que siente, nada se calla fuera de lo que la prudencia le dice que es inútil y puede producir males mayores.

Por otra parte, quienes son sencillos acogen lo que les dicen tal y como se los dicen; no están preguntándose: “¿Qué me habrá querido decir con eso?”. Con la misma sencillez con la que hablan, escuchan.

Contestan lo que les preguntan; eso, y nada más.

¡Pero qué escasa es esta hermosa virtud!

 

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