Saber vivir

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¿Eres realmente libre?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 15, 2022

Yendo por el bosque, ves unas huellas de oso, oyes unas ramas que se mueven y eres atacado efectivamente por un oso. Si sobrevives, en tu cerebro se producirá un mecanismo de defensa que te ayudará a prevenir la misma situación: al unir los datos: huellas y sonido de ramas, hará que te pongas en estado de alerta y buscarás cómo protegerte o huirás, para impedir que esto te vuelva a ocurrir.

Ese mecanismo de defensa se puede entender al explicar en qué consiste una sinapsis: impuso nervioso que se produce a través de las neuronas y que posibilita su comunicación. Ese impulso es, en esencia, una descarga química traducida en una señal eléctrica que viaja a través de las redes neuronales.

Las sinapsis permiten a las neuronas del sistema nervioso central formar redes de circuitos neuronales. En el ejemplo del ataque del oso, si a la persona le vuelve a ocurrir esa mala experiencia, se formará un circuito o conexiones neuronales que alertarán instantáneamente al individuo para que se proteja o huya.

El estado de alerta es, biológicamente, una salida masiva de adrenalina, secretada por las glándulas suprarrenales, que produce lo necesario para luchar o huir: aumento de las pulsaciones (volumen minuto cardíaco), de la tensión arterial, palidez (el flujo sanguíneo disminuye en la piel, para aumentar en los músculos y tener así más fuerza y resistencia), la pupila de los ojos se abre para ver mejor y aumenta la temperatura basal.

Pero en este proceso también se involucra la psique: en esa circunstancia se produce un susto: «Impresión repentina causada por miedo, espanto o pavor» o temor: «Pasión del ánimo, que hace  huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso», o miedo: «angustia por un riesgo o daño real o imaginario», etc.

Además, las conexiones neuronales son cruciales para los procesos biológicos que dependen de la percepción y el pensamiento.

Si, por ejemplo, desde niño, mis padres me repiten constantemente ideas erróneas, como la de que los hijos son inferiores a los padres o que no tienen derechos, iré haciendo una conexión neuronal de pensamiento proclive a esa idea, hasta que se arraigue fuertemente en mí y sea cada vez más difícil llevarme a la correcta valoración de los individuos; esto determinará una autoestima muy pobre, prejuicios dañinos y concepciones más o menos distorsionadas de la realidad, que harán más difícil mi trato con los demás, que podrán perjudicar mis relaciones familiares, laborales y sociales.

Asimismo, por el mal ejemplo de mis padres, amigos y conocidos, pero también por la manipulación velada a la que nos someten los medios de comunicación tradicionales y hoy, sobre todo de las redes sociales, pueden irse implementando en mi pensamiento y en mi psique actitudes o criterios que en realidad no quisiera tener, como la costumbre de generalizar (pensar que todos los miembros de una comunidad, raza, sexo, credo, etc. son idénticos, que no existen individualidades entre ellos).

Que las mujeres son inferiores a los hombres, que los homosexuales deben ser repudiados, que los creyentes son irracionales, que los no-creyentes son malos, que los derechistas siempre reducen la libertad individual, que los izquierdistas promueven el libertinaje…, son sólo algunos ejemplos de la vastísima variedad de falta de visión total a la que nos intentan someter esas conexiones neuronales.

Y, como así ya nos han inducido a tomar partido, nos inclinan también a ver, leer ni oír solamente videos, audios o escritos concordantes con nuestro nuevo criterio o manera de pensar. Y así rehacemos cada vez más esas conexiones neuronales que nos afianzan y reafianzan en las que creemos “verdades” incuestionables, sin caer en la cuenta de que lo que hicimos fue hacer nuestras las de otros, perdiendo así la libertad de pensamiento.

Pero las consecuencias no acaban aquí: fabricamos una moral sobre todos esos errores de concepción, llegando a afirmar que quienes piensan de otro modo están mal, pecan, son ignorantes, merecen nuestra reprobación y hasta nuestras críticas, juicios, denuncias y condenaciones; y, si hasta en eso hemos cedido, nuestros insultos, maltratos o, incluso, la muerte.

La mejor manera de perder la libertad es dejarnos convencer por una publicación de la prensa o de las redes sociales: en ese momento habremos quedado enganchados: nos parcializaremos y tomaremos partido, sin darnos cuenta de que ya no tenemos la capacidad de cuestionar lo que leemos o vemos. Es impresionante verificar cómo antiguos individuos de pensamiento libre caen inconscientemente bajo estas redes sociales y son esclavizados por sus propias redes de circuitos neuronales.

Por el contrario, son muy favorables las conexiones neuronales que nos llevan a la verdad, que nos hacen más humanas las relaciones sociales, que aumentan el respeto y la armonía en la diversidad, la cooperación, la fraternidad universal, la convivencia pacífica, la servicialidad y el amor, especialmente para con los pequeños, débiles, pobres y marginados.

Debemos, pues, favorecer las sinapsis que nos hagan vivir en la verdad y que nos acarreen libertad, e impedir por todos los medios lo que nos coacciona la libertad.

Y, ¿cómo hacerlo?

Se podrían poner muchos ejemplos sobre temas políticos, religiosos o deportivos, pero incitarían a la polémica, precisamente porque muchos están condicionados por las conexiones neuronales que se han establecido en ellos. Debemos recurrir, entonces, a algo que no tenga tanta trascendencia, algo que no carezca de imprtancia, pero que poco o nada cambie nuestras vidas.

Escojamos el viaje a la Luna, el 20 de julio de 1969. Hoy se pueden encontrar muchos videos de YouTube en los que se afirma con vehemencia que eso no ocurrió. Después de verlos, quedo convencido de que la humanidad fue engañada desde entonces. Pero sé que también puedo ser engañado por esos videos… ¿Cómo salir de la duda?…

Decido, pues, escuchar la otra parte: busco todos los artículos y videos que ha publicado la NASA y SPACE X, y voy descubriendo que todos los autores y expositores y hasta los mismos directores de ambas entidades, sin estar hablando específicamente de ello, dan por cierta la misión norteamericana Apolo 11, que colocó a los primeros hombres en la Luna: el comandante Neil Armstrong y el piloto Edwin F. Aldrin.

Ahora no falta sino hacer de esa nueva sinapsis la verdadera, y desechar la anterior, que me tenía engañado y quizá cautivo: he sido vehemente defendiendo ante otros algo falso.

Y eso mismo debo hacer con todos los temas, comenzando con aquellos que sí inciden en mi vida. Y así comenzaré el camino hacia la auténtica libertad.

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