Saber vivir

Archive for the ‘Amor’ Category

¿Amor?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 23, 2024

Puesta a escoger, una mamá que verdaderamente ama a su hijo prefiere sufrir su ausencia con tal de que él sea feliz. Es que el amor auténtico es desapegado: quien ama de veras no busca su propia complacencia sino la felicidad de la persona que ama.
Podemos pasar toda la vida tratando de llenar nuestras carencias afectivas con el amor que nos puedan dar, pensando que eso es amar, sin darnos cuenta de que es precisamente lo contrario: buscar ser amados; no hacer feliz al amado, sino que nos hagan felices. Y esto es egoísmo, lo más opuesto al amor.

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¿Debe aceptar una mujer tener relaciones sexuales sin casarse?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on November 12, 2023

Una relación verdaderamente seria consiste en irse conociendo y enamorando hasta tener el deseo de compartirlo todo: la vida, los sentimientos, los afectos, las emociones…, y de entregarse del todo, en una relación de amor verdadero, sin reservas y para siempre. Es por todo esto que la entrega debe ser evidente y explícita, en un acto en el que se consagran mutuamente sus vidas, para amarse del todo a partir de ese momento, y dedicarse con todas las fuerzas a construir un NOSOTROS feliz. Se entregan no sólo en lo biológico y en lo afectivo, sino también en lo emocional y en lo espiritual, es decir, se dan el uno al otro totalmente, sin condiciones y hasta la muerte.

Quienes no se entregan así —del todo—, sino que se dan parcialmente, sólo en lo afectivo y en lo biológico, muy difícilmente serán felices, pues siempre encontrarán su relación incompleta. 

Desafortunadamente, muchos hombres ya han tenido ese tipo de entrega parcial (no total), y por eso no saben amar por completo: sabrán compartir cosas, afectos y el sexo, pero no saben que existe algo más alto, más valioso: amor auténtico y, por eso, verdaderamente humano.

Quienes han vivido esas experiencias suelen valorar poco a los demás y valorarse poco a sí mismos; por esto, no creen que exista la posibilidad de un amor total. Suelen ser incapaces de dominar sus instintos y dirigirlos a un fin más alto, más digno; se dejan llevar por esos instintos en sus relaciones, y consideran normal y natural que las relaciones no duren para siempre, y eso implica que no satisfagan ni lleven a la felicidad. En resumen, no han aprendido a domar sus pasiones y sentimientos con su voluntad; y tampoco aspiran a la felicidad conyugal ni familiar, que consideran utópica e inalcanzable.

Para conseguir una felicidad así es necesario tener fuerza de voluntad, reconocerse capaces de construir una sólida relación de amor auténtico, en la que cada uno lucha por la felicidad del otro, como si estuvieran en una competencia de amor, para ver quién ama más al otro, quién hace más feliz al otro. Y para ello, hay que ser totalmente humanos y estar dispuestos a dominar instintos y sentimientos por el bien del otro. Es por esto que las relaciones sexuales deben comenzar una vez que se ha realizado formalmente esa entrega, es decir, después del matrimonio.

Y para conseguir que un hombre crezca en este sentido, la mujer debe invitarlo a crecer como ser humano, poniéndolo a prueba constantemente; preguntándole, por ejemplo: “¿Me amas?” Y, ante la respuesta afirmativa suya, decirle algo así como: “Demuéstramelo haciendo tal o cual cosa por mí.” Poco a poco, con esta técnica, el hombre aprenderá a sacrificar sus egoísmos y a crecer como ser humano, pues se irá dando cuenta de que es capaz de dominar sus gustos para favorecer a alguien, lo que es el inicio de la liberación de sus egoísmos y el comienzo del amor. Y, cuando él le proponga tener relaciones sexuales, le preguntará ella otra vez: “¿Me amas?” Y, ante la respuesta afirmativa suya, decirle algo así como: “Demuéstramelo esperándote hasta el matrimonio; así creeré en tu amor.” Con el tiempo, si él persevera buscando cómo conquistarla, esa mujer tendrá a su lado a un hombre desapegado de sí mismo, libre para amar y atractivo desde el punto de vista más importante de todos: capaz de sacrificarse por amor y lleno de virtudes humanas.

Mientras tanto, cuide ella sus instintos: que no la lleven a destruir la felicidad que quiere construir: no se quede jamás a solas con un hombre que no se ha entregado a ella por completo: la tentación puede hacer derrumbar sus sueños de felicidad.

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Si te amo, te corrijo

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 13, 2023

Todos cometemos errores. Por esto, quien me hace caer en cuenta de ellos me hace un bien muy grande; ese me ama de verdad.
Quienes no me corrigen no me aman.

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Cómo conquistar a una mujer

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 27, 2022

 

Los hombres son muy diferentes a las mujeres, no solo en el aspecto obvio, el biológico, sino también y principalmente en el orden afectivo y emocional.

Lo primero que hay que decir es que a las mujeres no se les “llega” a través de razonamientos, sino a través del corazón: ellas no se convencen, sino que primero se conmueven, y después —ya conmovidas— sí se las puede convencer de que ese hombre es el indicado.

Por esto es indispensable que el interesado reúna las características del hombre ideal, que para ellas no son tanto ser atractivo, culto, inteligente, ilustrado, honesto, adinerado, de buenas costumbres, etc. (aunque las consideran valiosas), sino más bien, en orden, de la menor en importancia a la mayor:

5) detallista y caballeroso,

4) alegre y divertido,

3) de gran iniciativa,

2) con ideales concretos (a ellas no les importa si esos ideales son grandes o pequeños) y, sobre todo,

1) conquistador.

Los hombres son conquistadores por naturaleza; esto significa que esa característica les es muy atractiva a ellas y es la que más las conmueve.

Por eso, desde que exista simpatía (inclinación afectiva), empatía (identificación mental y afectiva) o, aunque sea, atractivo, nunca les cansará cualquier acto que represente alguna forma de conquista. Así, la galantería, la cortesía, la gracia, la elegancia, etc., si están unidas a un obsequio de cualquier tipo, serán siempre bien recibidas; ahora bien, cuando se habla de obsequio, se refiere a cualquiera de ellos: desde una simple sonrisa hasta un regalo material y costoso. Entre todos los obsequios, los más valiosos para cualquier mujer (desde la más niña hasta una anciana) son 3:

1) al comienzo de la relación, los piropos (cumplidos, elogios),

2) ya en una etapa de cariño o afecto, las palabras afectivas (dichas o escritas) y

3) cuando ya hay amor, los hechos: trabajar por la felicidad de ella.

Aplicadas cada una en la etapa correspondiente, ni los piropos, ni las palabras afectivas, ni lo que haga el hombre por ella cansarán a una mujer.

Así, pues, si algún hombre quiere conquistar o retener a una mujer, no debe darle argumentaciones, razones de conveniencia, etc.; fracasará (esto opera aun cuando la mujer sea muy del tipo intelectual).

Su principal estrategia de conquista serán los piropos; si ya ha captado su atención, que nunca le falten palabras amorosas para con ella; y, si ya la ama, que se dedique a mostrar los actos con los que trabaja por su felicidad. Se puede afirmar que —con estas armas— serán muy raros los casos en los cuales un hombre no pueda conquistar a una mujer.

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El amor, ¿un sentimiento? (audio)

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 20, 2022

 

Para escuchar este audio, haga clic en:

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¿Adultos?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on January 23, 2022

Tanto en Canadá como en los Estados Unidos y otras naciones se ha establecido el criterio de que a los 18 años los hijos tengan todas las libertades. Se ha popularizado entre los padres la idea de que a esa edad ya son adultos y, por consiguiente, que la educación que se les debe dar llega hasta ese momento: se desentienden por completo de lo que les pueda ocurrir a esos jóvenes, y los lanzan al mundo, recomendándoles exclusivamente no adquirir enfermedades de transmisión sexual y evitar los embarazos. Esos jóvenes se van a trabajar o a estudiar en universidades y viven en apartamentos o residencias estudiantiles, en donde se desenfrenan totalmente, especialmente a través de la promiscuidad sexual. Como en los años anteriores —los escolares— se les ha enseñado la misma “moral” sexual de sus padres, basada solamente en el criterio de evitar hijos y enfermedades de transmisión sexual, lo que hacen en ese momento es usar el condón y otros métodos anticonceptivos, teniendo relaciones genitales con cuantos(as) puedan.

El repetidísimo argumento de que ya son adultos, y que por eso pueden hacer todo lo que quieran, los llevó a una concepción totalmente desviada de la naturaleza de la genitalidad, de la sexualidad y hasta la de su propio ser. Por esto, conviene dejar en claro estos tres conceptos:

  1. Uno de los componentes léxicos de la palabra genitalidad es genitare, que significa generar, producir, engendrar. Con esto queda claro que la palabra genitalidad se refiere a la procreación.

  2. Sexualidad, por el contrario, significa sexo, división, sección, mitad en busca de otra mitad. La sexualidad está impresa en todo el organismo humano: hay quienes tienen cromosomas Y en todas las células de su cuerpo —los varones— y quienes no los tienen: las mujeres. Así se deduce que la sexualidad es un concepto mucho más amplio que la genitalidad, y que involucra todo el comportamiento que se puede desarrollar entre un hombre y una mujer.

  3. Para entender el tercer concepto, la naturaleza o esencia del ser humano, debemos saber que, a diferencia de los animales que poseen un alma sensible y de las plantas que poseen un alma vegetativa, los seres humanos tienen un alma espiritual; la Academia de la Lengua nos informa que esta alma es racional e inmortal, lo que nos da una idea de nuestra dignidad, es decir, de nuestro valor: las acciones de los seres humanos poseen una trascendencia de la que carecen los demás seres. Otra característica propia del ser humano es la libertad: las plantas y los animales siguen el inexorable decurso de su naturaleza y no pueden escapar de sus leyes, pero el ser humano posee un atributo que lo hace capaz de ir en contra de su finalidad propia: la voluntad. El ser humano es el único, entre todos, que puede realizar actos en contra de su propia realización, contra su propia felicidad.

Como lo expresamos tres párrafos atrás, por ser racional, el ser humano es capaz de comprender que la genitalidad está en su cuerpo para procrear: quien estudia aun someramente la constitución anatómica y fisiológica de los genitales masculinos y femeninos aprende que todo en ellos está orientado a la procreación: la cópula sexual prepara todo para que los espermatozoides salgan en búsqueda del óvulo con el fin de penetrar su membrana y producir una nueva vida. Quiere decir esto que, aunque se produce placer en la cópula, la genitalidad tiene como finalidad la generación de nuevas vidas humanas, del mismo modo como el hecho de ingerir alimentos tiene como finalidad la nutrición de nuestro organismo, aunque se sienta placer al alimentarse. Por esto mismo, es fácil entender que comer desaforadamente, tal y como lo hacían los romanos al comienzo de la era cristiana, produciéndose el vómito para seguir disfrutando del placer de alimentarse, raya en la perversión. Asimismo, podemos detectar esa perversión en quien realiza los actos genitales con la sola finalidad de producirse placer. Estos dos ejemplos muestran como la libertad del ser humano puede ser utilizada en contra de su propia naturaleza.

Es importante aclarar aquí que el hecho de que no siempre se conciba un ser humano nuevo tras una cópula sexual no significa que la finalidad de los genitales sea otra: está en la misma naturaleza de la mujer no ser fértil todos los días de su ciclo menstrual; por ende, las relaciones sexuales que se tienen durante ese periodo no dejan de ser naturales. El desorden aparece cuando se violan las leyes de la naturaleza, como se hace con el condón, los demás anticonceptivos y las mutilaciones (la ligadura de las trompas de Falopio en ellas y de los conductos deferentes, en ellos). En otras palabras, todo encuentro genital entre un hombre y una mujer abierto a la vida está acorde con su propia naturaleza, es decir, con su propia dignidad; por el contrario, las relaciones genitales que se realizan con la única finalidad de producirse placer mutuo pervierten el valor del ser humano.

A todo lo dicho, debe sumarse otra idea esencial en la naturaleza humana: Como se había dicho anteriormente, el ser humano tiene un alma inmortal y, por ende, trascendental. Esto quiere decir que la entrega entre un varón y una mujer, para que sea una entrega verdaderamente humana, debería darse en todos los planos en los que se desarrollan esas vidas humanas: el biológico, el afectivo, el emocional y el espiritual. Dicho de otra manera, debería ser una entrega mutua, total, sin condiciones y hasta la muerte. Sólo en este marco se entiende la cópula genital como la expresión máxima de un amor humano auténtico: el ápice de esa misma entrega. En consecuencia, las relaciones genitales que no se dan dentro de este marco que se acaba de describir carecen de las características fundamentales para considerarlas amor auténtico, verdaderas entregas humanas. Y esto es, precisamente, lo que está destruyendo el criterio aducido al comienzo del artículo: que los jóvenes de 18 años ya son adultos y pueden hacer lo que quieran con su genitalidad: llegan después al matrimonio —si es que se casan— con el cuerpo marchito y el alma desencantada. Esto explica el altísimo índice de fracasos matrimoniales, de divorcios y de tanto dolor para los hijos concebidos que, sin haber recibido un ejemplo totalmente humano de la relaciones sexuales y genitales, serán incapaces de construir una vida conyugal feliz y, mucho menos, una vida familiar luminosa, apacible y alegre —como debería ser—, que salvaguarde la estabilidad emocional de los hijos y propicie la madurez de sus afectos.

Decía Mahatma Gandhi que el ser humano es el único que puede hacer y, sobre todo, cumplir promesas y votos. Por esto y todo lo anteriormente dicho, siempre se ha recomendado que las relaciones genitales se den dentro del matrimonio, expresión máxima del compromiso que adquieren los contrayentes de luchar por la mutua felicidad, siendo fieles hasta la muerte y dando lo mejor de sí; y esto no lo puede realizar la persona esclavizada por el placer, sin dominio de la voluntad, la que hace verdaderos adultos (no una determinada edad), y única con la que se puede forjar la felicidad auténtica.

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Las 7 reglas de oro para conquistar a un hombre (aunque ya sea el esposo)

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 13, 2021

Hay muchas causales para el fracaso en una relación de pareja. Unas son inevitables, pues son producto del acaso y de la suerte; pero otras dependen enteramente de la mujer. A estas últimas se refiere el presente escrito.

Uno de los aspectos más frecuentemente ignorados en las relaciones de pareja es que la mujer y el hombre son muy diferentes, no solo en el aspecto físico —biológico— sino principalmente el plano psicológico: manejan las emociones y los afectos de una manera totalmente distinta.

Si, por ejemplo, una mujer desea captar la atención de un hombre, debe saber que él perderá el interés si la argumentación es sentimental, pero si intenta llegar a él con base en razonamientos, pondrá una atención mayor (no quiere decir esto que los hombres sean más racionales, sino que lo que los “mueve”, lo que más llama su atención son las razones, no tanto los sentimientos). Por el contrario, la mayoría de las mujeres, aunque todo lo entienden con la misma capacidad intelectual (o mejor, a veces) que los varones, se ponen en mayor actitud de escucha, de atención, cuando se les habla al corazón, es decir, cuando, al hablarles o escribirles, se tocan sus emociones o sus afectos. Lo mismo ocurre cuando en las películas, series, telenovelas, videos de YouTube, etc., dejan ver sentimientos, más que lucubraciones mentales: no solamente atienden más y mejor, sino que guardan todo eso más fácilmente en la memoria.

Además de esta, son tantas las diferencias que hay entre los dos sexos, que habría de escribirse un libro muy extenso o quizás una colección de folletos para describirlas todas (existe un libro, llamado Los hombres son de Marte; las mujeres son de Venus, escrito por el conocidísimo John Grey, editado innumerables veces en varios idiomas, y que ha ayudado a muchísimas parejas en el Mundo entero, donde él recoge y describe muchas de las características femeninas y masculinas). Pero como ese no es el propósito de este artículo, se expondrán aquí únicamente las que se relacionan con el título: la relación de pareja; les servirán a todas las mujeres que tengan pretendientes, novios o esposos (hasta de muchos años de casadas).

 

1) No se sabe si es por el cromosoma Y (que solo poseen las células de los varones) o más bien debido a la hormona testosterona, pero ellos son conquistadores por naturaleza: gozan, disfrutan, se fascinan con el reto que supone conquistar; y, por el contrario, se desencantan con gran facilidad cuando la mujer demuestra estar ya conquistada, enamorada.

Esta característica masculina no es solamente del hombre primitivo: es de todos los varones en la historia de la humanidad; y lo seguirá siendo pues, junto con todas las demás características masculinas, define la masculinidad, desde el punto de vista psicológico: es inherente a ella, es parte constitutiva de la naturaleza del varón, de su esencia, de su sustancia, y tiene mucho que ver con la biología: el pene recibe su nombre porque penetra; la vagina —que traduce vaina— es el receptáculo, y se deja penetrar, es penetrada; y estos aspectos marcan definitivamente la psicología humana: quien va es el hombre; quien espera es la mujer. Es por esto por lo que los sexólogos siempre han afirmado que el hombre ama, mientras que la mujer es amada y, si le complace, corresponde a ese amor. He aquí la definición, por antonomasia de la masculinidad y de la femineidad.

Además, cuanto más trabajo le exige a un hombre una conquista, tanto más valorará a esa mujer; es como si para él las mujeres tuvieran un letrero en la frente que dijera: “Mira qué tan alta estoy; mira que trofeo tan maravilloso soy; mira lo inalcanzable que soy para ti…” Pero si una mujer demuestra mayor interés o amor por un hombre que lo que él le ha demostrado a ella, los letreros que él verá serán los opuestos, con la consecuente disminución o pérdida de interés por parte del hombre. Es que, como se ha dicho de las mujeres, los hombres tienen también un sexto sentido: de un modo intuitivo detectan cuánto interés muestra una mujer, y eso les dice cuánto se valora una mujer. Y son replicadores: si ven que una mujer no se valora, ellos tampoco la valorarán; pero, al ver una que sí reconoce su altísima dignidad, se sentirán irremediablemente atraídos por ella, y no descansarán hasta conquistarla. Así, pues,

Quienes han entendido erróneamente que las características de la masculinidad y la femineidad pueden cambiar, así como lo hacen los animales al adaptarse al entorno, según la teoría de la evolución, desconocen lo definitorio de estas diferencias entre el hombre y la mujer. Por otra parte, la lucha interior que libran quienes intentan mudar su esencia masculina o femenina, por ser en contra de su propia naturaleza, es siempre dolorosa, agotadora e inútil. Se engañan, pues, quienes libran esa pelea.

Es por esto por lo cual la mujer que desea fortalecer una relación que le gusta, lo mejor que puede hacer es subirse en ese pedestal de alteza, de hidalguía, de donaire, ascendiendo por la escalera de la primera regla de oro: No demostrarle al hombre más del diez por ciento de lo que él le demuestre a ella. Él la mirará desde abajo, admirándola, anhelante, deseoso, y su interés crecerá mágica y exponencialmente, y se volcará en mil detalles y medios de conquista.

Debe aclarase aquí que no se trata de no amar al hombre más del diez por ciento de lo que él la ama, sino de no demostrárselo. Y esta es otra característica femenina: así como la mujer no es quien toma la iniciativa ni va, sino que espera, asimismo a ellas les resulta natural (por ser de su propia naturaleza) —y hasta entretenido— ese esconder parcialmente la totalidad de sus sentimientos con el hombre por quien se siente atraída, esperando verificar la sinceridad de sus intenciones: coquetea con él, pero se aleja un poco, para analizar la reacción que le provocan sus acercamientos y alejamientos…, y esto la hace sentir a gusto, en su “nicho”, es decir, en su esencia femenina. El hecho de que ahora se haya popularizado la idea contraria y que a algunas les pueda resultar inicialmente extraño este comportamiento, no contradice ni desdice lo que se está afirmando: una vez que ellas lo intenten, experimentarán el gusto que surge de reencontrar su “nicho”, como lo demuestra la experiencia.

Como se ve, el complemento es perfecto: ellos gozarán del esfuerzo que les representa la conquista, y ellas, de su espera analítica.

 

2) De aquí se desprende la segunda regla de oro: si una demostración excesiva de interés le hace disminuir o perder al hombre su interés en ella, la facilidad o dificultad con la que los hombres erotizados de este mundo hedonista y superficial consiguen lo que quieren —sexo— marcará su percepción de la calidad de una mujer: si ella se deja seducir y tocar íntimamente sin que el hombre tenga que pagar un precio por eso, él la definirá en su interior como una mujer “fácil”, no candidata para una vida conyugal y familiar, sino para unos momentos de placer pasajero y superficial, al modo de los animales, que se dejan guiar por el instinto. Afirmarán en su interior: «Esta es para un rato; no puede ser la madre de mis hijos ni la compañera de mi vida.»

Por ende, peor será si ella se entrega sexualmente, sin estar completamente segura de su amor: un hombre que ama es capaz de ofrecerse totalmente para trabajar por la felicidad de una mujer, hasta que la muerte los separe, es decir, de entregarse totalmente, sin condiciones y hasta la muerte. En otras palabras, si él no es capaz de comprometerse ante una autoridad superior y ante la sociedad toda a dedicar su vida a hacerla feliz, ella no debería entregarse del todo, como tantas veces lo hacen: en vez de concebir la cópula sexual como la demostración máxima de un amor auténtico, el culmen de una certeza absoluta de su amor por ella, lo reducen a un simple acto carnal, donde no hay compromiso alguno. Y, en la mente masculina, ella reducirá instantánea y dramáticamente su dignidad —su valor—. Obviamente, esa relación será fallida: es un fracaso anticipado.

La segunda regla de oro, pues, reza: No entregarse del todo al hombre que todavía no lo ha hecho primero y por completo.

 

3) Otra diferencia entre las psicologías de ambos sexos, y que se desprende también de la biología, es la vía a través de la cual cada uno de los sexos (hombre y mujer) escucha. Es imperativo dejar claro aquí que el verbo escuchar difiere de oír: este último es definido en su primera acepción por la Real Academia Española como: «Percibir con el oído los sonidos», mientras que de «escuchar» (también en su primera acepción) afirma que consiste en: «Prestar atención a lo que se oye». ¡Con cuánta frecuencia se escucha a los terapistas de pareja afirmar de viva voz o en sus escritos que «el problema radica en la falta de comunicación»! y, por esto, miles de mujeres intentan que sus parejas las escuchen, sin tener en cuenta que el hombre no presta mucha atención a las palabras, si no se lo induce antes de alguna manera.

La mujer es más proclive a escuchar que el hombre: basta que le hablen, para que intente introducirse en los sentimientos de su interlocutor y descubrir lo que hay allí, adentro; al hombre, por el contrario, se le dificulta más hacer esa penetración psicológica, porque no tiene la suficiente paciencia para atender a una serie de expresiones sentimentales, afectivas o emocionales, pues, como se dijo más arriba, a ellos se les llega más a través de disquisiciones racionales. Por esto, siempre se ha dicho que el hombre escucha la primera frase, comienza a distraerse en la segunda y, cuando la mujer le dice la tercera, ya está pensando en otra cosa, es decir, solo la oye, ya no la escucha.

Es necesario, entonces, que la mujer use un medio para atraer la atención del hombre. Pero ¿cómo hacerlo? Es fácil: la tercera regla de oro dice: No hablar; actuar. El hombre no se fija en las palabras; centra su atención en los hechos y, principalmente, aquellos que ponen en peligro su dominio de la relación: si la mujer (esposa, novia, compañera) le demuestra que depende psicológicamente de él o que no puede vivir sin él o sin su cercanía, él se sentirá confiado; solamente cuando se dé cuenta de que ella ya no está interesada en él o que su interés ha disminuido, ocurrirá un cambio repentino y sorprendente: se volcará hacia ella preguntándole reiteradamente: «¿Qué te pasa?» Y es que temerá no seguir gobernando la relación o no ser lo principal para ella y, en consecuencia, correr el riesgo de perderla.

 

4) Para lograrlo, es necesaria la cuarta regla de oro: Usar la táctica de la indiferencia, la frialdad y la sequedad. Esta técnica está indicada principalmente para cuando el hombre se porta mal: cuando ofende a la esposa, compañera o novia: cuando es indiferente, de mal humor y hasta cuando le es “infiel” con la actitud: miradas a otras mujeres, mensajes sospechosos, sonrisitas o coqueteo de cualquier clase, etc. (debe aclararse aquí que la infidelidad propiamente dicha, la violencia física, el terrorismo psicológico, la drogadicción, el alcoholismo, las mentiras compulsivas y la mitomanía están en un grupo aparte de comportamientos y, en consecuencia, su manejo implica añadir a esta técnica un tratamiento más complejo).

Pero esta táctica también debe usarse siempre que la mujer detecte cualquier disminución en el interés del hombre hacia ella, tanto en la época de la conquista como cuando ya está bien avanzada la relación.

En estos casos, conviene tener siempre presente que esta táctica de la indiferencia, la frialdad y la sequedad se debe hacer durante un tiempo prolongado: unos días o, en el caso de situaciones más delicadas, unas semanas. Nunca será insuficiente repetir una y otra vez a las mujeres que esto no se puede hacer durante un tiempo menor —unas horas, por ejemplo—, por muy desesperadas que estén: unas horas no sirven de nada, con ningún hombre; al contrario: hay hombres que requieren de más tiempo para reaccionar: si el hombre es poco expresivo en sus sentimientos, por ejemplo, necesitará más tiempo (meses).

No se debe olvidar que, entre personas ya casadas, si él está acostumbrado a que ella le prepare la comida o le lave la ropa, es necesario que deje de hacerlo. Y, por supuesto, deben rechazarse las relaciones sexuales, aduciendo que se siente mal, cosa que no es mentira: ella se siente mal por el maltrato o la falta de amor o de atención por parte de su esposo.

Pero la mujer debe entender y recordar que permanecer fría, seca e indiferente durante ese lapso significa hacer silencio. Cualquier frase que se les diga -hablada o escrita- es traducida en el cerebro de los hombres así: “Todo está bien; no has hecho nada malo.” En cambio, ellos interpretan el silencio como la manifestación de que algo está mal y que, por eso, podrían llegar a perder a la mujer. Lo máximo que deben hacer las mujeres es contestar a la pregunta: «¿Qué te pasa?»  con la frase: «No; nada», todas las veces que sea necesario, hasta que descubran alguna indicación de que él ya está reaccionando: por ejemplo, si lo notan un poco angustiado, preocupado y/o temeroso…

(Hay un indicador valioso: si todavía es violento al hablar o es acusador [la culpa a ella], quiere decir que todavía debe sufrir un poco más de esa frialdad, sequedad e indiferencia, de ese silencio absoluto.)

Como se explicó 2 párrafos atrás, si ella nota un cambio favorable, es el momento oportuno de contestar algo así: «Es que estoy triste… No sé… No siento que me ames…». Y, ante la apresurada respuesta del hombre: «¡Yo sí te amo!», hacer silencio unos segundos (ojalá bastantes), y añadir: «El lunes pasado, a las 7:00 de la noche, cuando estábamos en la sala [hay que ser muy concretas en esto, pues a ellos se les olvida con grandísima facilidad lo que ocurrió], me contestaste muy duramente con estas palabras…» o: «…no me pusiste atención…», etc. Y aquí viene algo que es quizá lo más importante de todo: ella debe continuar en esa actitud fría seca e indiferente -sin decirle o escribirle ninguna palabra-, hasta que él pida perdón y se le note que está sinceramente arrepentido y con el deseo firmísimo de no volver a hacer lo que dijo o hizo. No sobra repetir esto: la mujer debe continuar en esa actitud hasta que él cumpla 3 requisitos: 1) pedir perdón, 2) demostrar con hechos su arrepentimiento sincero y 3) demostrar con hechos su voluntad de no volver a defraudarla así. Debe reiterarse: Dejar de ser fría, seca e indiferente o hablar antes de que él cumpla esos 3 requisitos impedirá que todo lo que se hizo anteriormente funcione.

Actuando siempre así, se logrará hacerlo mejorar en su entrega y se irán erradicando, poco a poco, todos los aspectos negativos de su vida.

 

5) Pero deben tenerse en cuenta 2 características de esta regla de oro: primero: hay que tratar cada defecto, uno por uno: no es bueno apabullarlo tratando de corregirlo en todo.

Y segundo: después de su sincero arrepentimiento debe, digámoslo así, “castigarlo” unos días más, continuando con la misma técnica: frialdad, sequedad e indiferencia, pues es necesario que ella averigüe si es verdad que está sincera y totalmente arrepentido y si —léase bien— está cambiando, no solamente dispuesto a cambiar; si no hay solo palabras, si hay un verdadero cambio en su conducta. Esto es indispensable: si ella lo empieza a tratar de nuevo como antes apenas mejora un poco, los resultados no serán los mismos; la experiencia de muchas parejas lo ha demostrado: los hombres se sienten seguros otra vez, apenas ven que ella «ya volvió a ser la misma», y reaparecen sus errores; a veces, incluso, se pierde todo lo avanzado y de nada sirve lo que se hizo.

Pero después es necesario “premiarlo”: en el momento en el que ella ya corroboró, por su buen comportamiento durante algunos días, que en verdad mejoró, comenzar a disminuir paulatinamente la frialdad, la sequedad y la indiferencia, en todos los aspectos.

Esta es la quinta regla de oro: Premio y castigo. Es algo parecido a lo que se hace con los niños: se los premia cuando se portan bien y se los castiga cuando se portan mal. Poco a poco, ese hombre irá disminuyendo sus defectos e irá mejorando como amante, hasta llegar a convertirse en lo que ella desea.

Está pues, en la mujer, la potestad, el poder de hacer de su novio o esposo un hombre maravilloso. Solo hasta después de explicar esto, se puede afirmar que cada mujer se merece el marido que tiene, pues depende de ella el educarlo y hacerlo crecer como ser humano y como varón.

 

6) Llegando a este momento, la lectora descubrirá por deducción la sexta regla de oro: a los hombres no se le deben creer las palabras sino los hechos.

Sobre este punto es necesario afirmar de las mujeres algo parecido a lo que se dijo de los hombres: debe haber algo en las hormonas femeninas o en la genética de la mujer que la induce a creer en las palabras cariñosas de los hombres, sin percatarse de que no siempre dicen la verdad. Son muchas las historias, por ejemplo, de hombres que usan esa táctica para conseguir que ellas accedan a sus deseos carnales, para tener placer sin responsabilidad alguna y, casi siempre, abandonándola tiempo después, y dejándolas con la sensación de haber sido utilizadas.

Asimismo, es mucho más frecuente de lo que parece el hecho de utilizar esa técnica para convencer de un falso amor a la mujer burlada por una infidelidad. Lo sorprendente de esto es que muchas mujeres creen más en las palabras de los hombres que en sus hechos: la infidelidad es la prueba más grande de desamor: no hay nada más evidente: quien ama de verdad, jamás es infiel. Sin embargo, ¡“se calman” cuando ellos les juran su amor! Está puesto entre comillas ese “se calman” pues, aunque por fuera parecen estar bien, su corazón les grita constantemente que no son amadas, que sus vidas amorosas son un engaño… Debe enfatizarse que los hechos —la infidelidad— les demuestran que no las aman; mientras que con las palabras —la mentira evidente— se autoengañan.

Una forma más hipócrita de mentir es la manipulación psicológica: hay muchos hombres que ¡culpan a las mujeres por su infidelidad! Les dicen: «Es que como usted no me da sexo, yo lo busco por fuera». Y lo peor es que hay mujeres que no se dan cuenta de que eso significa que la única razón por la cual él estaba con ella era el placer sexual que le daba, no el amor auténtico, lo que la reduce a un objeto de placer sexual que puede cambiar por cualquier otra; y tampoco advierten que ese hombre se está comportando como un animal, que se guía por el instinto y que, por lo tanto, no vale la pena como esposo. De nuevo: les creen a las palabras, aunque los hechos les digan otra cosa.

Se puso el ejemplo de la infidelidad, por ser este el más fácil de entender, pero muchos hombres usan la manipulación psicológica para culpar a la mujer de todos los defectos que ellos tienen: «Es que usted es de mal genio», «Es que usted es muy celosa», «Es que estoy cansado de su cantaleta»… (mil ejemplos más se podrían poner aquí). Es verdaderamente impresionante la facilidad con la que la mayoría de las mujeres caen en esta trampa hipócrita y manipuladora: se cuentan por miles las consultas por parte de mujeres a los terapistas de pareja, preguntándoles si ellas mismas fueron las que fallaron, para que la relación se deteriorara.

En verdad es deplorable que ellas sean tan crédulas y estén tan inclinadas a caer en el complejo de culpabilidad. Por eso conviene que se graben en la mente y en el corazón esta consigna que resume lo que se ha dicho hasta ahora: la mujer debe creer solo en las actuaciones del hombre; no en sus palabras: principalmente cuando el hombre se excusa o cuando la acusa a ella.

 

7) Por lo que se acaba de expresar, la mujer que de verdad quiere conquistar a un hombre, también debe usar la séptima y última técnica de oro: Decidir con la razón, no con el corazón.

Con esta regla de oro parece que se le está pidiendo a la mujer que cambie en algo que constituye su interioridad, algo que a primera vista es muy difícil de cambiar. Pero ambas afirmaciones son incorrectas: esta regla no cambia nada de su esencia femenina ni les pide que hagan algo imposible. Se trata, no de dejar su hermosa sensibilidad femenina, que descubre espontánea y velocísimamente el dolor ajeno o expresa el sufrimiento propio, sino de no usarla en las decisiones. Dicho de otro modo, hacer a un lado los sentimientos y poner en el otro la voluntad; y, sin dejar de experimentar sus sentimientos, no dejar que ellos tomen las decisiones, sino que lo haga la voluntad, especialmente cuando se trata de las decisiones más importantes.

Hay aún otro modo de decirlo: la mujer se puede repetir constantemente esta frase: «A la hora de escoger lo que debo hacer, elijo lo que me conviene, no lo que me gusta». En esta frase está condensada la madurez: ¿Acaso no es verdad que el niño quiere lo que le gusta, mientras que el adulto hace lo que le conviene, aunque no le guste? Pongamos un ejemplo: Al niño le asusta tanto la aguja, que rechaza la vacunación, llora y hasta se rebela; pero el adulto se descubre el brazo o se baja el pantalón para que la enfermera lo vacune.

Esa madurez ayuda grandemente a la mujer a hacer todo lo necesario para conquistar al hombre, cuéstele lo que le cueste: sabe que, a la postre, será ella la que ganará: en primer lugar, conseguirá transformar a su pareja en el hombre ideal, sin cambiarle para nada su personalidad, sino que, por el contrario, lo hará crecer como hombre, como varón, como novio o esposo y hasta como padre, pues con el ejemplo le podrá enseñar todas esas virtudes a sus hijos, si los tiene. Es decir: ese hombre mejorará, se hará más amable —que significa: más susceptible de ser amado—, pues ella lo verá más alto, más digno, más elevado en todas sus características…, en una palabra: un hombre mejor, pues sus virtudes serán tantas y tan altas, que cualquier mujer se enamoraría de él. Y, en segundo lugar, como amante será maravilloso: ninguno le ganará en detalles para con su mujer, será caballeroso y amoroso, vivirá dedicado a ella, trabajando por su felicidad, pues esa será su dicha: ¡hacerla dichosa a ella!

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La genitalidad

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on January 9, 2021

Tanto por la microbiología como por la fisiología e incluso por la anatomía, se sabe que los órganos genitales tienen como finalidad la procreación: en los testículos se producen los espermatozoides y en los ovarios, los óvulos. Sin estos dos gametos es imposible generar una nueva vida.

De hecho, la palabra “genital” proviene del latín “generare” que significa “generar”; y se refiere precisamente a la generación de una nueva vida: a la procreación.

Además, todo el proceso fisiológico prepara a estos órganos para la generación de una nueva vida: dentro del líquido seminal, producto de la próstata y de la vesícula seminal, millones de espermatozoides se expelen a la entrada del cuello uterino; los espermatozoides se mueven vertiginosamente y, si está presente el óvulo, son atraídos por la membrana, hasta que, finalmente, uno solo logra penetrarla, para conjugar en el interior de la célula sus 23 cromosomas con los 23 del óvulo, creando así un código genético único, diferente al del padre y al de la madre.

Asimismo, en el organismo de la mujer, específicamente en los ovarios, madura aproximadamente cada mes un óvulo que sale a la trompa de Falopio, y espera allí el posible encuentro con los espermatozoides. Mientras tanto, las paredes internas del útero (el endometrio) se hinchan: sus vasos sanguíneos se llenan de sangre y se dilatan, esperando la posible anidación del óvulo fecundado, para nutrirlo durante los nueve meses subsecuentes. Si la concepción no se lleva a cabo, por un mecanismo hormonal, se produce la menstruación, como un modo de eliminar toda esa preparación que el endometrio hizo para la posible anidación.

Como se deduce fácilmente, todo, en ambos organismos -el masculino y el femenino-, se prepara exclusivamente, específicamente, para la generación de una nueva vida.

A todos estos conocimientos, tanto macro y microanatómicos como fisiológicos, debe adicionarse el conocimiento de que todos los órganos están al servicio del organismo al que pertenecen, a excepción de los órganos genitales, cuya finalidad no es prestar un servicio al organismo al que pertenecen, valga la redundancia, sino que están destinados a la procreación.

Es por todo lo anterior que la ciencia médica nos ha enseñado siempre que la finalidad de los actos genitales es la procreación. El hecho de que no siempre se produzca la fecundación no niega ese principio: todo -anatomía, fisiología, microbiología- está destinado a producir la procreación.

Se sabe que un espermatozoide vive en promedio unas 24 horas, mientras que el óvulo permanece vivo y susceptible de fecundación unas 72; tienen que coincidir, pues, los dos gametos en el periodo de vida fértil que poseen para que se produzca la fecundación: si se encuentran durante esos cuatro días, habrá más chance de que ocurra. Y está dispuesto así por la naturaleza, con el fin de espaciar los embarazos durante la vida fértil de una mujer, que va desde cerca de los 11 ó 13 años hasta antes de los 50.

En consecuencia, se puede afirmar que la cópula sexual tiene como finalidad la procreación, aunque no siempre ocurra. Es por esto que quienes no quieren violentar la esencia misma de la naturaleza humana -porque saben que siguiendo sus propias leyes, respetándola, se realizan más plenamente-, afirman que toda cópula sexual humana debe estar abierta a la vida.

Evidentemente, no se puede dejar de lado una faceta secundaria de la cópula sexual: el producir una compenetración mayor en la pareja, por la entrega mutua que se da en ellos en la intimidad del amor auténtico. Pero esta expresión de la entrega mutua es, precisamente, la que desea ardientemente que se produzca un fruto evidente, tangible, de ese amor mutuo: el hijo. Es por esto que siempre se ha afirmado que un hijo es la expresión más evidente del amor que hay entre sus padres.

Todo lo que se acaba de exponer es producto del conocimiento científico del ser humano; por tanto es de competencia de la antropología (de las ciencias médica y psicológica y hasta de la filosofía), pero no, como algunos han afirmado, de la teología, cuyo objeto no es el hombre, sino Dios.

Por tanto, el tener relaciones genitales cercenando su principal finalidad -la procreación- no es un acto humano; al menos no lo es totalmente. Y si esas relaciones se tienen exclusivamente para producirse mutuamente placer, rayan en lo animal, puesto que los animales se guían por el instinto del placer, mientras que los humanos usan no solamente la razón sino que tienen la capacidad de trascender la experiencia carnal y ver en ello, como se dijo anteriormente, la expresión más sublime del amor humano auténtico: una entrega mutua, total, sin condiciones y hasta la muerte.

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El derecho a adoptar niños

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on November 9, 2020

La adopción de niños se estableció con la finalidad de darles a ellos lo que no tienen: unos padres, un hogar, amor, bienestar afectivo y emocional, salud, educación, etc.

El acto de adoptar un niño busca, pues, suplir en él todo aquello de lo que carece o carecerá al no tener padres, sea porque los perdió o porque por cualquier circunstancia sus padres biológicos no se harán cargo de él.

Es un servicio que se le presta, busca el bien de ese niño o niña, el de nadie más.

Por esto, invocar el “derecho” de adoptar está en contraposición con la esencia de la adopción: pretende supeditar los derechos de la niña o el niño a los de los adoptantes. Y, en consecuencia, equipara la adopción de un ser humano al de una mascota o a la adquisición de un bien: afirmar que “Tenemos derecho a adoptar” equivale a decir: “Ese niño o niña es el objeto del que me voy a valer para conseguir lo que deseo: mi propio bienestar”, no el de la niña o niño.

En el acto de adoptar hay sólo un derecho: el del niño o niña que va a ser adoptado. Quienes lo van a adoptar no buscan sus derechos, sino suplir los de aquellos a quienes adoptan.

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Sexo

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on August 31, 2019

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Regreso a lo natural

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 3, 2017

Se está dando en todas partes: la medicina, reconociendo que la farmacología nació principalmente de las plantas y de los animales, se está abriendo a los conocimientos ancestrales de las que hoy se conocen como medicinas alternativas o, como han dicho algunos, complementarias (para denotar así que no se trata de una rivalidad entre las 2 ciencias). Efectivamente, en el Mundo entero se están abriendo facultades de medicina y posgrados de medicina natural.

En cuanto a nutrición se refiere, pululan por todas partes de la Red y en las librerías artículos, libros, audios y videos que expresan criterios naturales para la alimentación humana, y que muestran resultados sorprendentes en cuanto se refiere a la prevención y tratamiento de las enfermedades. Aunado a esto se pretende propiciar el manejo natural de la producción de alimentos no contaminados por pesticidas o cualquier tipo de preservativos o conservantes químicos, que dañan la salud.

Y, en general, se han disparado  criterios que buscan eliminar toda la complejidad de vida que tanto la industrialización como la filosofía del consumismo trajeron al mundo moderno: desde cursos para conseguir la paz interior hasta criterios de vida como el Minimalismo (vivir con lo mínimo necesario) se ofrecen hoy al ser humano moderno.

De entre todo este bagaje, conviene resaltar un pensamiento que quizá los abriga a todos: cuanto más ajustemos nuestras costumbres a nuestra esencia, a nuestra naturaleza, tanto más bienestar cosecharemos. Y este concepto se equipara, precisamente, a la definición de la palabra natural: aquello que es conforme a la cualidad o propiedad de algo.

 

Nuestra sustancia

Ahora bien: en nosotros, ese “algo” es nuestra sustancia, nuestra esencia, nuestra naturaleza. Por eso es imprescindible definirnos y verificar los planos en los que vivimos.

Para definirnos, podríamos afirmar primero lo que no somos: ni ángeles ni animales; estamos ubicados entre ambos. Tenemos cuerpo como los animales y espíritu como los ángeles. Además, como todo ser vivo, tenemos algo que nos anima (que nos mantiene vivos): un ánima, un alma. En las plantas, esa alma se llama vegetativa; la de los animales es un alma sensible y la nuestra es denominada espiritual.

Volviendo al diccionario, encontraremos allí que el alma espiritual se define como alma “racional e inmortal”, lo que especifica nuestra naturaleza: tanto el alma vegetativa de las plantas como el alma sensible de los animales mueren con sus cuerpos, mientras que la nuestra atraviesa el umbral de la muerte, tal y como lo entendieron los primeros seres humanos según lo describen los paleoantropólogos, quienes afirman que es muy distinto tapar con tierra un cadáver maloliente que, con un rito fúnebre y sagrado, despedir al difunto que partía en su viaje al más allá. Esta conducta de nuestros ancestros nos ilustra acerca de la conciencia cierta, segura, de nuestra trascendencia, y que acompaña al ser humano desde sus inicios.

Por esto, podemos afirmar que nosotros nos movemos no sólo en el plano biológico y en el psicológico, sino también en el plano espiritual.

Así, pues, el regreso a lo natural debería darse en los 3 planos. Esto significa que, además de propiciar una medicina, costumbres y nutrición más naturales, deberíamos volver también a una psicología y una espiritualidad más acordes con nuestra naturaleza, nuestra esencia, nuestra sustancia.

Pero no podemos dejar de lado un aspecto fundamental de la esencia del ser humano: las características que nos diferencian de los animales son muchas, pero hay 3 que emergen como las más importantes de todas, y que deben describirse en un orden invertido, del tercer al primer lugar de importancia:

En tercer lugar está la facultad de la razón, nuestra inteligencia. Nadie puede llegar a afirmar que su mascota es tan inteligente como un ser humano; ni siquiera los primates más parecidos al hombre pueden sumar o restar, filosofar o deducir, entender el pasado o el futuro, preguntarse por su esencia o su finalidad en esta vida…

En segundo lugar, nosotros tenemos la facultad de la voluntad: los animales se mueven por instinto; nosotros, en cambio, podemos manejar el instinto o la impulsión con nuestra voluntad libre: aunque nos apetezca mucho ingerir alimentos menos nutritivos y quizá dañinos para nuestra salud, podemos decidir no comerlos. Somos libres, incluso, de doblegar nuestros apetitos para conseguir un bien mayor.

Pero lo que más nos diferencia de los animales se muestra en el hecho de que cuando una hembra es perseguida por un predador y en un momento debe decidir entre su cría y ella misma, prefiere abandonar a su cría para salvar su vida: a eso la lleva su instinto. Por el contrario, una madre humana daría la vida por salvar a su hijo. Nosotros somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos por amor a otro; podemos amar. La historia nos recuerda las innumerables ocasiones en las que, por eso, porque pueden amar, los humanos se han sacrificado por amor.

Con esta descripción de la esencia del ser humano, se puede deducir que es más feliz quien más ama.

 

Lo natural en el crecimiento

Es natural —es parte de su esencia— que los niños tengan un desarrollo progresivo, una continuidad en el crecimiento psicológico, una sucesión ordenada de eventos afectivos y emocionales que preserven su salud psicológica.

Antes, esto era más fácil: los niños entraban a estudiar ya cumplidos los 5 años de vida; y esto permitía que el desarrollo psicoafectivo y psicoemocional fuera acorde con su naturaleza humana:

En su primer año de vida miraba su entorno, lo empezaba a reconocer; percibía sensaciones auditivas (la voz de su mamá, de su papá…), táctiles (frío, calor, dolor), visuales, gustativos, olfativos…

En el segundo año empezaba a formarse un vínculo más estrecho con su mamá y se esbozaban en su mente y en sus sentimientos las nociones: Mujer y Mamá, obviamente de un modo rudimentario, pero que iba a ser definitivo en su vida.

En el tercer año hacía lo mismo con su papá (qué importante es por eso que los padres inviertan el mayor tiempo posible con sus hijos siempre, pero principalmente en esta etapa): surgen en el niño las primeras ideas de hombre y de papá.

En los años cuarto y quinto comenzaba su conciencia de sí mismo —su propio conocimiento—, y formaba incipientemente los conceptos, también rudimentarios pero fundamentales, de familia y, si tenía hermanitos, también de fraternidad.

Para cuando el niño cumplía 5 años, no sólo ya había preconceptualizado las nociones fundamentales de su vida personal y familiar, sino que, como antaño no había para los padres tanta demanda de consumir por consumir y no existían los afanes del tráfico y el atafago de la moderna vida laboral, había recibido gran estabilidad emocional y afectiva: los padres tenían más tiempo para sus hijos, para la vida familiar: aunque no todos aprovechaban esa valiosísima oportunidad, la mayoría disfrutaba compartiendo con sus hijos, y así les infundía la seguridad de su amor, los proveía del hogar, ese nicho, ese refugio desde el cual podían salir a experimentar confiados la aventura de la vida.

Así, pues, estos 5 primeros años de vida marcan ¡y guían! definitivamente las vidas de todos los seres humanos.

 

Lo antinatural

Pero de esta naturalidad en la vida familiar se salió a lo antinatural: aparecieron los jardines infantiles, las guarderías, salacunas y muchas alternativas más para que los papás puedan desentenderse de sus hijos pequeños para irse a trabajar, unas veces por absoluta necesidad y otras porque el mundo moderno, con sus ideas antinaturales, basadas casi exclusivamente en la búsqueda del placer, en el consumismo y en ese querer proyectar una buena imagen a los demás, ha distorsionado la esencia misma del niño, y lo ha relegado a un segundo lugar: para muchos padres primero están el trabajo, el dinero, su “espacio”…

Así comprendida la vida, el bienestar de los hijos se redujo a darles únicamente lo material; y los padres se dieron una tácita consigna: que cuantas más cosas materiales se les dé tanto más suplen su dolor (el de sus hijos y el suyo propio). Pero esta consigna es falsa: es un autoengaño para los padres y fuente de dolor y daños para sus hijos.

Es que con frecuencia no se tiene en cuenta que los niños, en la precariedad en la que se encuentran, no tienen otro recurso, otra “medida” para saber si son amados, que el tiempo que cada uno de sus padres le dedica: “Mi papá tiene tiempo para su trabajo pero no para mí; entonces ama más a su trabajo que a mí.” “No me ama.” Pero apenas perciben esa verdad, apenas la intuyen: la sienten —ni siquiera la entienden, solo la sufren— y, por supuesto, no tienen las herramientas necesarias para darle solución.

Y, como la esencia de la felicidad de un ser humano depende del amor que pueda dar (como se explicó más arriba), esos hijos serán seguramente infelices, aunque recibieran todas las cosas materiales del mundo, pues nadie les habría enseñado a amar realmente. Por más consejos que recibieran, por más conferencias que escucharan, por más libros que leyeran, no aprenderán jamás a amar, cosa que sólo se aprende experimentalmente (con hechos, no con palabras) cuando uno es amado con un amor auténtico, especialmente durante la etapa en la que absorbemos todo como por inercia: en la niñez.

Por lo que se dijo anteriormente, a esa edad no se tienen los medios para solucionar esta tragedia e intenso dolor. Y es una verdadera tragedia, porque daña la esencia misma del ser humano: ¡no aprendió a amar, no sabe amar! que es lo que más lo diferencia de los animales y, por ende, lo que más humano lo hace… He ahí el porqué de la intensidad de su dolor.

Comienza entonces —en unos— un deterioro de su situación afectiva, desarrollando una búsqueda enfermiza del amor y fuertes y continuas psicodependencias y altibajos afectivos y emocionales, con las que menos podrán aprender a amar ni a dejarse amar. Otros se enfrascarán en sí mismos, haciéndose pusilánimes (sin ánimo para emprender grandes empresas) y cobardes o se harán agresivos y violentos…, buscando en todos los casos ocultar su dolor… En fin, empiezan a aparecer los trastornos psicológicos más variados.

 

La tendencia homosexual

Una de las búsquedas angustiosas y enfermizas del amor es la tendencia homosexual.

Antes de explicarla, conviene saber que la homosexualidad no es genética, pues por el sexo cromosómico o genético, sabemos que los hombres homosexuales tienen el cromosoma «Y» en todas las células de su organismo, como cualquier hombre no-homosexual; y que ninguna de las mujeres lesbianas tienen ese cromosoma: son mujeres.

Se puede decir entonces, que el sexo nace antes que nosotros. Somos varones o hembras desde el día de la fecundación y lo somos de manera irreversible: el desarrollo de las hormonas masculinas (testosterona) y femeninas (estrógenos y progesterona) depende precisamente del sexo genético; el funcionamiento del sistema nervioso, los ciclos periódicos y la configuración física de nuestra sexualidad no son otra cosa que resultados naturales del sexo genético.

Quiere decir esto que la homosexualidad no es natural ni tampoco lo es la tendencia homosexual.

 

Cómo se da la tendencia homosexual

Según los últimos análisis psicológicos realizados en estos individuos, el ingrediente que más puede incidir para que aparezca la propensión a la conducta homosexual masculina es la ausencia de cariño paterno.

Esto ocurre porque, en el niño la imagen paterno–masculina se entremezcla en su cerebro infantil, sin que pueda hacer una distinción clara de ambos conceptos–personas. Al crecer, justamente por la carencia afectiva, les cuesta mucho más trabajo, en el proceso de maduración, deshacer ese conflicto. En esas condiciones, se opta por conseguir ese cariño inexistente o pobre, a toda costa, en un afecto varonil. Este factor, pues, es determinante.

El caso de las mujeres —más raro que el de los hombres pero más frecuente de lo que se suele creer— se desarrolla también con más facilidad si falta el cariño paterno, aunque la secuencia psicológica es distinta: Por la carencia afectiva del padre, algunas de ellas desarrollan —sobre todo cuando el papá fue violento con la mamá— una aversión contra el sexo masculino, que a veces llega hasta el odio. De ahí que sólo aceptan relaciones abiertas y confiadas con las mujeres, mientras que a los hombres los consideran seres despreciables u odiables, con quienes no conviene interrelacionar, ni compartir abiertamente con ellos las emociones de la vida y, mucho menos, la entrega de sus afectos…

 

Conclusión

Ya que el movimiento hacia lo natural se está dando en todo el mundo y en todas las áreas de la vida del ser humano, conviene también que se propicie en el ámbito de la familia: es necesario fomentar lo natural en la familia, lo que siempre se ha llamado paternidad y maternidad responsables: que los padres evalúen si van a tener suficiente TIEMPO (es decir: amor) para darle a su hijo, antes de pensar en concebirlo.

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Pedir perdón

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on August 6, 2016

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Amor es…

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on August 8, 2012

Cada ser humano tiene, basado primero en las circunstancias sociales en las que nació y creció, y también en las experiencias personales, una propia y casi exclusiva visión personal del amor verdadero.

Una vez que se enuncia la pregunta: “¿Qué es el amor?”, las respuestas son tan numerosas, y a veces tan dispares, que algunos han declinado en la lucha por lograr explicarlo.

Debe concluirse que si todos tenemos una versión propia acerca del amor, muchos serán los equivocados. Aunque obvio, esto no deja de ser sorprendente: aparte de la razón y la voluntad -y aun por encima de ellas- el amor es lo que nos diferencia de los otros seres y esto es, paradójicamente, una de las cosas que menos se conoce.

He aquí el por qué de tantos fracasos matrimoniales.

Sin embargo, algunas de las definiciones tienen, al menos, una dirección similar -algo que es un consenso- basados en lo cual, se puede lograr un acercamiento inicial:

Se ha afirmado con certeza que el amor de una madre es el amor más perfecto que existe y que los hijos nunca logran amar tanto a sus madres. Y así es efectivamente: el amor materno es desinteresado y no busca recompensa.

Analicemos la conducta de las madres:

Una madre es capaz de aguantar los mareos, vómitos y hasta desmayos del primer trimestre del embarazo producidos por el cambio hormonal; una madre es capaz de soportar el peso y las incomodidades de los últimos meses; una madre es capaz de sufrir los dolores del parto o aceptar la cesárea, si es necesaria. Todo a cambio de que su hijo nazca bien y sea sano.

Una madre es tan fuerte, que amamanta a su hijo, so pena de que le muerdan los pezones, muchas veces hasta que aparezcan grietas y aun cuando sangran; una madre es tan fuerte que se levanta todas las veces que considere necesario para verificar que su hijo está bien o para darle de comer; una madre es tan fuerte que le cambia los pañales cada vez que llora por la incomodidad que le produce la humedad, haciendo a un lado el asco de oler y/o untarse…

Si su hijo llega a enfermarse, no repara en gasto de tiempo, sueño, dinero, etc. para que ceda o desaparezca su malestar…

Más adelante, cuando su hijo crezca lo seguirá amando con la misma fuerza y lo defenderá de los demás, si quieren dañarlo física o psicológicamente.

Y, aunque se comporte como un mal hijo, siempre lo perdonará, olvidará con facilidad las veces que la ofenda… lo disculpará ante los demás y hablará siempre muy bien de él…

Sólo una madre puede ser ejemplo del verdadero de amor.

Al hacer un análisis del amor materno, se puede observar que en la mayoría de los casos la madre no solo es capaz de hacer muchas cosas por su hijo, sino de privarse de sus necesidades más esenciales por lograrlo; además, no repara en esfuerzos y, siempre, sin esperar nada a cambio.

¿Se encontrará un amor igual en la tierra? Nadie ama o perdona tanto como una madre (y, efectivamente, nadie hace por su madre todo lo que ella hace por él).

Todo esto es entrega desinteresada. Todo esto es sacrificio. Todo esto es amor.

Por tanto el amor es sacrificio.

No significa sacrificio sino que es sacrificio.

De modo que si se quiere saber cuánto se ama, se debe preguntar cuánto se ha sacrificado por ese ser, objeto del cual es ese posible amor.

En cambio, el medio ambiente social y, muy especialmente, los medios de comunicación, hacen que el hombre actual crea que el amor son otros valores:

Cada vez que en una propaganda se muestra un hombre o una mujer siempre jóvenes, esbeltos, atractivos, con un cuerpo sensual, rodeado de aclamaciones, siempre sonriente, quizá fumando un cigarrillo, quizá comprando una beca para estudiar, tal vez adquiriendo determinado producto, el televidente, el cinéfilo o el lector reciben en el subconsciente la idea de que “gozar” es la felicidad.

En este contexto es imperante analizar la palabra “gozar”: gozar es usar algo y experimentar placer con ello.

Así, el joven en proceso de formación va creando en su interior el concepto claro e irrefutable de que todo lo que le produzca placer es bueno para él, y por tanto, útil en la búsqueda de la felicidad.

En las relaciones interpersonales -y sobretodo teniendo en cuenta el marcado criterio machista de hoy- este modo de pensar hace que el muchacho frecuentemente encuentre a la mujer como “algo” que le pueda producir esa sensación de goce, y no alguien con quien quiera compartir su vida y a quien quiere hacer feliz, es decir, que la vea como un objeto de placer.

En las mujeres se da el mismo caso: si pretenden llenar su vacío de amor -circunstancia más frecuente de lo que pueda parecer-, o intentan simplemente “sentirse amadas” cuando buscan a su novio, estarán usándolo para experimentar ese placer meramente psicológico, y no ser su complemento para viajar juntos en pos de la felicidad.

Esta postura, conocida como el utilitarismo, es tratarse mutuamente como cosas: sólo para utilizarse, buscando así, como lo predica su máxima, el máximo de placer y el mínimo de pena y de dolor en la vida.

Si se analiza con profundidad, el utilitarismo es imposible: en algunas ocasiones tendrá que ser placer para el otro (y no gozará del máximo placer), para que luego ese otro sea su fuente de placer.

Por eso este camino es ilógico: o somos destinatarios de ese placer o somos medios para el placer de otros; debo aceptar ser medio, pues eso considero al otro.

Si la miramos con detenimiento, esta posición es errada ya que el valor intrínseco de la persona -su propia dignidad- no puede subordinarse al valor del placer.

Si se traslada el utilitarismo al plano conyugal, se puede descubrir la razón más frecuente de los fracasos matrimoniales: cuando acaba el provecho común, no quedará nada.

Ante estas dos presentaciones de la felicidad del mundo moderno (el sacrificio como fuente verdadera de amor y el placer como medio para alcanzar la “felicidad”), el muchacho o la niña se ven frecuentemente impulsados a elegir la postura más fácil y la más cómoda: aunque el ejemplo del hogar -de la madre- haya sido de valores humanos y de entrega sin interés, los ojos, los oídos y, en general, los sentidos se irán tras los “dioses” del mundo moderno: el dinero, el placer, la comodidad, el prestigio…, y la felicidad individual de cada uno de los jóvenes, la de la pareja, la de la familia y la de la sociedad no pasarán de ser una ilusión.

En cambio, si la relación se basa en desear para el otro lo mejor, aun a costa de ceder en mis propios intereses, y el otro hace lo mismo, la armonía crecerá en ese hogar, el enriquecimiento con valores humanos no se hará esperar y se tendrán mayores facultades para educar a los hijos en ese mismo camino, lo cual sí hará un cambio paulatino en la sociedad.

Amar, entonces, no puede definirse sino como tender ambos al bien. Si tú eres un bien para mí y yo deseo el bien para ti, la relación ya no será el caminar de dos “yo” juntos, sino el de un “nosotros”. Este amor no morirá con la vejez, la enfermedad, la falta de dinero o la disminución de la líbido.

Es por eso que están equivocados quienes colocan el amor conyugal en una mesa cuyas cuatro patas son el amor, el dinero, la salud y la genitalidad, pues en el momento en que falle uno de esos cuatro pilares, tambaleará la relación. Si el amor conyugal se sostiene en un sólo pilar -el amor verdadero- que se abre en abanico para soportar todos los otros aspectos de la vida, que pasarán, obviamente, a un importante pero secundario lugar en sus vidas, el triunfo será más factible: si el dinero falta en ese hogar, no faltará la fuerza del amor para colaborar en su consecución; si la genitalidad de uno es menos fogosa o decrece, la capacidad de entrega generosa del otro la suplirá con su ternura; si aparece la enfermedad, siempre se tendrá quién vele amorosamente por él…; en fin, ante la presencia de cualquier circunstancia negativa -circunstancias que siempre se presentarán-, el amor sostendrá la relación.

Sólo el amor lo puede todo. Sólo con amor se solventarán las dificultades. Sólo la entrega generosa y desinteresada salvará a la familia, célula de la sociedad.

Pero volvamos un poco atrás en el tiempo: al noviazgo. Nada se quiere si no se conoce. Por eso es necesario pasar del atractivo que se siente inicialmente (atractivo hacia la persona, no a una parte) a la amistad, y luego, al cariño, antes de llegar al amor. El noviazgo es la etapa que madura ese amor. Además, el noviazgo inicia y desarrolla el proceso de adaptación que lleva al triunfo en la relación y, por ende, al matrimonio. Al no darse adecuadamente, llevará a la ruptura o a una unión desdichada.

Antes de tomar la determinación de casarse, entonces, es necesario que cada uno pueda valorar el amor que se tienen verificando cuántas veces el uno ha sido generoso con el otro, cuántas veces ha dejado a un lado sus intereses, metas e ilusiones personales en pro del otro; es decir cuántas veces se ha sacrificado por él.

Si ambos han demostrado esa capacidad de sacrificio -amor-, y lo han hecho en muchas ocasiones, podrán dar el salto a la unión definitiva contando con el mejor aliado: la generosidad, esto es ¡de nuevo! el amor.

En ese proceso, es necesario evadir las inclinaciones erróneas más frecuentes de cada sexo: el hombre tiende a pensar que el amor es genitalidad, mientras que la mujer se inclina a creer que el amor es sólo sentimentalismo. Ambos están equivocados, como vimos. El amor marital tiene sentimientos, tiene genitalidad, y tiene otros componentes pero, en esencia, es sacrificio.

Si la relación se sostiene en la genitalidad o en el sentimentalismo, como sucede tantas veces (por no decir siempre que fracasa), tarde o temprano sucumbirá.

Los novios pueden evaluarse personal y mutuamente en eso, en cambio, para los esposos esa evaluación casi siempre llegará tarde, especialmente si ya tienen hijos. He aquí la importancia del examen prematuro.

Es por eso que la entrega parcial y prematura, que se da con las relaciones genitales prematrimoniales puede llevar a la frustración: la entrega, como quedó claro, se debe dar en los tres planos para que sea verdadera y humana: entrega en lo espiritual, en lo psicológico y en lo biológico. Estas relaciones genitales son entrega, como su nombre lo dice, genital -biológica-, y es frecuente que los novios se den también en el aspecto psicológico temporalmente, pero su entrega no es espiritual, ya que está condicionada por el tiempo, y una entrega espiritual es para siempre, como se vio en el primer capítulo. Además, nunca una entrega verdadera tiene condiciones.

La prueba de amor más grande es el sacrificio; en ese contexto, si él espera hasta el matrimonio, estará probando su amor verdadero; no así si se hace como se acostumbra: que ella “pruebe su amor” entregándose en lo genital, convirtiéndose en objeto de manipulación y de placer del otro.

En fin, desear la felicidad del otro es la senda del amor verdadero. Pero desearla con los pensamientos, con los sentimientos, con las palabras y, especialmente, con las obras: trabajando por ella con todo el ahínco, con toda la fuerza de que se es capaz. Si la voluntad no cede a lo que no atrae más que a los sentidos y a los sentimientos, su propia aportación creadora en el amor no puede aparecer.

Por tanto, la formación de los jóvenes es fundamental: quienes tiendan a una entrega total tendrán más posibilidades de ser felices.

Debe enfatizarse sin cansancio lo que puede servir de resumen de estas líneas dedicadas al aspecto más humano del hombre: el amor: el amor vedadero implica una mutua entrega.

Llegamos así al final de este capítulo agregando tres características del amor verdadero:

1. El amor real es creciente, ya que está en una pendiente, no puede estancarse, pues rodará. Aquel que note que su amor no crece, que sepa que está disminuyendo.

2. El amor no espera, es afanado. Quien ama de veras quiere la unión lo más pronto posible. Los noviazgos largos son prueba, casi siempre, de que el amor no es verdadero, o mejor, de que sencillamente no hay amor.

3. El amor verdadero se hace extensivo a cada vez más personas: si se aprende a amar a una persona, se notará que cada vez se ensancha más el corazón para que quepan más y más personas a quienes querremos también con hechos.

La entrega

El amor matrimonial difiere de todos los otros modos de vivir el amor: consiste en el don total de la persona. Su esencia es el don de sí mismo, de su propio “yo”. Todos los modos de salir de sí mismo para ir hacia otra persona poniendo la mira en el bien de ella no van tan lejos como en el amor matrimonial. “Darse” es más que “querer el bien”.

Una vez que se ha afirmado el valor -la dignidad- de la otra persona, viene la pertenencia recíproca de ambos, comprometiéndose así mutuamente su libertad. Y este compromiso, paradójicamente, es libre.

Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión (común unión) de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal para la generación y educación de nuevas vidas: ese “nosotros” caminando hacia el enriquecimiento personal y la procreación, evidencia palpable y hermosísima de su amor y continuación de sus propios seres.

Esta entrega tiene cuatro características:

1. Es humana, es decir, es sensible y espiritual, lo que significa que la voluntad y la razón gobernarán a los instintos.

2. Es total, esto es sin condicionamientos o reservas.

3. Es fiel y exclusiva hasta la muerte, dicho de un modo más sencillo, es de uno con una y para siempre.

4. Por último, es fecunda, no se agota en la comunión de los esposos, sino que está destinada a propagarse suscitando nuevas vidas

Todo esto significa más que lo que puede parecer:

Con el concepto claro acerca de los tres planos en los que se manifiesta el amor, se puede afirmar con certeza que la entrega debe ser total e incondicionada en lo biológico, total e incondicionada en lo psicológico y total e incondicionada en lo espiritual. Sólo así se hablará de amor verdadero.

La entrega del ser humano, de acuerdo con su propia dignidad -espiritual-, debe ser total, sin reservas egoístas.

Cuando el acto está condicionado, este amor no existe: por ejemplo, cuando un hombre va a una película pornográfica, se exita genitalmente y llega a su casa a obtener satisfacción de esos instintos con su esposa, simplemente la está usando como objeto de placer; del mismo modo, si ella se siente apenada, por ejemplo, porque tuvo un disgusto con su madre y busca un “sentirse amada” pidiendo a su marido que tengan una relación genital, estará usándolo como objeto en lo psicológico…

La afectividad más en la mujer que en el hombre y la sensualidad en este pueden hacer que se equivoque el concepto acertado de entrega. La afectividad pura (las percepciones y las emociones que se experimentan en el trato) no puede sostener una relación y creer que esa afectividad es amor es causa de muchas decepciones. Al igual, después de un tiempo, cuando se desvela la pasión que guió la entrega, no quedará nada sólido. Y todo esto ocurre porque la entrega no fue total, se entregó parte (la afectividad o la sensualidad), no la totalidad de la persona.

Otro tanto ocurrirá si a la entrega se le ponen condiciones.

Para que un acto no esté condicionado, es necesario que, al darse, el ser humano asuma las consecuencias que con ello vengan, sin violar las leyes de la naturaleza, sin destruir el orden cosmológico: la biología seguirá su curso y ese acto tendrá sus consecuencias: el nacimiento, en los días fértiles, de un hijo.

Es así como el amor conyugal verdadero se va convirtiendo, sin perder su valor, sino más bien incrementándolo, en amor paternal y amor maternal.

Se puede ir concluyendo que, cuando la entrega conyugal es verdadera, siempre estará orientada hacia la preservación de la dignidad humana, no a la utilización del otro, y que estará también encaminada hacia la finalidad de la genitalidad: la procreación. Con esto, se logrará paulatinamente la maduración de cada uno de los componentes de la pareja y, lo que es igualmente valioso, la integración sexual de la totalidad de la personalidad de ambos.

El acto conyugal, entonces, tiene dos significados: el unitivo (que une a la pareja) y el paternal.

Por otro lado, esta transmutación gradual y enriquecedora de amor conyugal a amor paternal y maternal propiciará el bien de la comunidad, ya que la célula de la sociedad es la familia.

Un ejemplo didáctico de esto es cualquier enfermedad: cuando un órgano está afectado, como el hígado o el ojo, son sus células (los hepatocitos o los conos y bastones del ojo, respectivamente) las que tienen algún daño en su membrana, en su citoplasma o en su núcleo. En cambio, si las células están sanas, el órgano gozará de salud. De la misma forma, la sociedad siempre se verá afectada por la moralidad de sus familias. Una vez se establezcan la salvaguarda y la estabilidad de la familia, habrá salvaguarda y estabilidad en la comunidad.

En cambio, si la entrega no es total o está condicionada -y por tanto no es verdadera- los esposos estarán a la merced de las veleidades y de los vaivenes de las pasiones, y un sentimentalismo irracional e inestable será, la mayor parte de las veces, su móvil. En esas condiciones será casi imposible hablar de sinceridad en la relación, y la seguridad de la fidelidad -requisito del amor- no existirá sostén. Es seguro, como se vio, que en estas circunstancias, el ego es el móvil de la relación, lo cual es casi siempre premonitorio del fracaso total.

Si ya son suficientes los hijos, ¿cuál anticonceptivo usar?

A. La píldora

En el año 1953, los doctores Pincus y Chang descubrieron la píldora anticonceptiva. Hoy muchas mujeres toman la píldora.

La base del tratamiento reside en suministrar al organismo una cantidad de hormonas sexuales femeninas que intentan frenar la liberación de las gonadotropinas de la hipófifis, de manera que no se produzca la maduración de los folículos ováricos ni la ovulación.

Pero parece que la información científica que los esposos tienen sobre los anticonceptivos es muy errada:

La píldora es el medicamento más “seguro” en las estadísticas (menos del 1% de “fracasos”).

Se presenta en pastillas de toma diaria, en inyecciones cada cierto tiempo y en forma subcutánea. Están compuestas por estrógenos y progesterona, ambas hormonas sexuales femeninas, que intentan evitar la ovulación y mudan el estado del endometrio (parte interna del útero) para que el huevo fecundado no anide, no se adhiera a su madre.

Lo que poco se publica es que estos medicamentos producen muchos efectos secundarios, principalmente trastornos vasculares: tromboflevitis y flevotrombosis, razón por la que muchas pacientes se encuentran en hospitales por infartos de miocardio y trombosis cerebral; además se reportan casos de hipertensión. Fuera de estos, los libros y revistas científicos informan sobre alteraciones del ciclo menstrual, problemas digestivos, nerviosos y hepáticos, alteraciones mamarias, trastornos metabólicos y cutáneos, todos estos de larga descripción y por ello, imposible de reseñar completamente.

Los síntomas son dolores de cabeza o náuseas, pero hay otros de menor incidencia, como el aumento de peso, que se presenta sobretodo en aquellas mujeres que tienen cierta predisposición a la obesidad. Para contrarrestar estos efectos adversos se ha optado por disminuir las dosis de hormonas contenidas en las pastillas anticonceptivas.

Algunas veces, al dejar la píldora después de haberla tomado largo tiempo, aparece una amenorrea transitoria. Esto sucede porque el organismo se habitúa a las hormonas que contiene la píldora y, al faltar esta, necesita tiempo para recobrar su ritmo hormonal normal.

Pero lo peor de todo es que se ha probado que, ya que falla con alguna frecuencia como anovulatorio, actúa como abortivo: el medicamento mata al nuevo ser humano. He aquí la explicación:

De acuerdo con los últimos descubrimientos científicos en genética, el nuevo ser humano aparece con la fecundación: los 46 genes que ya posee el óvulo fecundado (23 de la madre y 23 del padre) hacen de él un ser único espiritual y biológicamente: son ellos los que guían la construcción del cerebro, establecen el color de los ojos, de la piel y de los cabellos, el sexo, las huellas digitales, la talla aproximada, algunos rasgos de la personalidad, etc.

Sin embargo, como se vio, los anticonceptivos orales permiten la ovulación: un óvulo sale a la trompa de Falopio, donde puede ser fecundado por un espermatozoide. La pareja continúa tranquila sus cópulas sexuales, pues la paciente sigue tomando el medicamento.

En un estadio del ciclo, los estrógenos que se encuentran en los anticonceptivos orales aumentan la movilidad del nuevo ser humano -óvulo fecundado- y hacen que llegue al útero muy joven (antes de estar preparado para asentarse en él) y muera.

La progesterona, por el contrario, disminuye su movilidad, haciendo que el óvulo fecundado llegue tarde al útero, cuando ya está muerto, por falta de nutrición.

Así mismo, el anticonceptivo actúa sobre la mucosa del útero, impidiendo que el endometrio o pared interna de la matriz quede dispuesto para recibir el óvulo fecundado.

Al disminuir las dosis de hormonas contenidas en las pastillas anticonceptivas para corregir los efectos adversos, como se dijo anteriormente, se corre aún más riesgo.

Con esto se concluye que los anticonceptivos orales o “píldoras” matan a ese

nuevo ser humano, es decir, actúan como abortivos.

Desde hace tiempo se conocen estos mecanismos abortivos de la famosa “píldora”, pero se han ocultado sistemáticamente.

Así, hoy es imposible estar de acuerdo con el uso los anticonceptivos orales, sin estar de acuerdo con el homicidio de inocentes.

Por otra parte, se ha probado que este, que es el método más utilizado -la píldora- afecta, por las hormonas que contiene, a la mujer, haciendo que esté agresiva, que se disminuya su líbido (apetito sexual) y otras consecuencias como trastornos emocionales, ya que las hormonas cambian su patrón psicológico, así como lo hacen durante el embarazo y, a veces, en los días que preceden a la menstruación.

B. El dispositivo intrauterino (DIU)

Con mayor índice de “fracasos” (cercano al 4%), y por eso mucho menos utilizado, el dispositivo intrauterino (DIU) es el tercer anticonceptivo más popular después de la píldora y el preservativo.

Es una pieza de plástico pequeña y flexible, de entre 2 y 4 centímetros de longitud, que se coloca en el útero. Actualmente los hay de varias formas y tamaños. Algunos tienen una envoltura de cobre que rodea al plástico y que va cayendo en el útero en pequeñas cantidades. Esta clase de DIU tiene que ser cambiado cada dos años más o menos, mientras que los que no llevan cobre pueden usarse indefinidamente. Todos ellos tienen unos hilos que cuelgan de la vagina, de modo que pueden extraerse fácilmente

El mecanismo de funcionamiento consiste en la producción de cambios en las células del revestimiento del útero o invirtiendo las contracciones uterinas. Ello dificulta la adherencia en el mismo de un óvulo fertilizado. Así ha probado también ser abortivo: como su nombre lo dice, está dentro (intra) del útero (uterino); allí mata al nuevo ser humano que, con seis o siete días de vida, llega buscando posarse en el endometrio. Fuera de eso, si un óvulo fecundado consiguiese implantarse allí, la presencia del DIU le impedirá proseguir su desarrollo.

No se sabe exactamente cómo se producen estos cambios, pero sí que cualquier cuerpo extraño introducido en el útero provoca la misma respuesta que una infección. La producción de células que atacan a los organismos invasores se incrementa y es posible que sean estas células las que hacen al endometrio inapropiado para el nuevo ser humano. El cobre que se emplea en algunos se utiliza porque se cree que tiene un efecto adicional en la acumulación de dichas células.

El DIU también puede provocar cambios en las paredes de las trompas de Falopio, haciendo que el óvulo descienda por ellas más de prisa y que no llegue en el momento adecuado.

Finalmente, se sabe de casos en los que el niño nace con el dispositivo atravesando su oreja o cualquier otra zona de la piel, lo cual induce a pensar que una muerte posterior también es posible.

Aunado a todo esto, los dispositivos intrauterinos favorecen a veces la formación de infecciones en el útero. Dichas infecciones, que se manifiestan con abundante flujo vaginal, pueden ser debidas a la irritación de la mucosa uterina originada por la implantación del DIU, o bien a la entrada de gérmenes procedentes de la vagina a través del cordón que asoma por el cuello del útero y que sirve también para comprobar la colocación correcta del aparato. En algunos casos las infecciones persisten a pesar del tratamiento, por lo cual es conveniente retirar el DIU.

Además, se presentan trastornos o inflamaciones dolorosas en el bajo vientre materno, con o sin procesos hemorrágicos graves, y hasta se han reportado casos de contracciones uterinas que lo expulsan.

Por último, el DIU favorece el embarazo ectópico (fuera del útero, generalmente en las trompas de Falopio) en el caso de que se haya producido una fecundación por falla en su mecanismo anticonceptivo. Este dispositivo altera los movimientos de los cilios (filamentos) del interior de las trompas, impidiendo con ello la progresión del óvulo fecundado hacia el útero.

C. El preservativo o condón de látex

Con un índice de embarazos que oscila entre el 5 y el 20 %, desplazó al obsoleto condón de membrana, que fracasaba más todavía.

El condón es una especie de funda que se coloca sobre el pene en erección para recoger el semen de la eyaculación del hombre. Casi siempre tiene un extremo en forma de tetilla para contener el semen, de manera que no se filtre por los lados o haga que el preservativo se filtre por los lados. Los hay para mujeres también; en este caso se colocan en la vagina antes de la penetración.

Es este uno de los métodos “de barrera”, junto con los diafragmas, y es el que se utiliza desde hace más tiempo. De hecho, antes del advenimiento de la píldora, era el anticonceptivo más popular.

El uso del preservativos no produce efectos orgánicos, pero se han reportado efectos psicológicos, especialmente en el hombre: algunos se sienten incómodos al colocárselo o al retirárselo. Además, tanto en ellos como en las mujeres se presenta con frecuencia la queja de disminución de la sensibilidad.

Por el índice de fracasos tan alto, algunos trabajadores en la planificación familiar recomiendan el uso adicional de un espermaticida, una sustancia química que mata a los espermatozoides (a veces esta sustancia viene recubriendo el condón), para tener una mayor protección. Así mismo, recomiendan lubricar el condón con una sustancia -además del lubricante con el que ahora vienen-, con el fin de disminuir el riesgo de rotura, y especialmente para impedir que la mujer sienta dolor debido a la fricción del caucho. Se añade que no se use vaselina o cierto tipo de cremas que puedan estropear el látex, disminuir sus características o producir sequedad de la lubricación natural de la vagina. Las precauciones incluyen no “herirlo” con las uñas, el adecuado desenrollado, comprobar la fecha de envoltura, no exponerlo al calor y otros cuidados adicionales que son los que hacen que el índice de fracasos sea tan variado.

Aun en el caso de que se sigan todas esas instrucciones, en el mejor de los casos, el índice de embarazos no baja del 5%. Por ese fracaso tan alto como anticonceptivo, hoy se usa más como profiláctico de enfermedades de transmisión sexual y, en forma errónea, como se comprobó científicamente en el III capítulo, para prevenir la infección del sida (ver: “D. Sida y otras enfermedades”).

D. Ovulos, cremas espermicidas, diafragmas, esponjas y otros

Realmente despreciables desde el punto de vista eficacia (el índice de embarazos es muy alto), estas técnicas se han ido dejando de lado.

E. Cirugías: vasectomía y ligadura de trompas

La vasectomía (corte y ligadura del conducto deferente) en los hombres impide el paso de los espermatozoides desde los testículos a la uretra. El hombre que se ha sometido a esta intervención no dispone de espermatozoides en su semen, por lo que es incapaz de fecundar. Sin embargo, seguirá teniendo eyaculaciones normales, expulsando la secreción elaborada en las vesículas seminales y en la próstata.

La persona que se somete a una vasectomía debería considerar que este medio de esterilización es irreversible. Algunas veces, es posible intentar unir de nuevo los extremos del conducto deferente que se seccionó. Si el tubo se permeabiliza, los espermatozoides vuelven a poder atravezarlo, aunque no hay la seguridad de que tal cosa ocurra. También cabe que, en el transcurso de la vasectomía, algunos espermatozoides salgan del conducto seccionado y entren en contacto con el tejido interno. En tal caso se formarán anticuerpos contra los espermatozoides, que los dañarían si se unen de nuevo los conductos.

En la mujer se hace la ligadura de trompas (las trompas de Falopio, que comunican al ovario con el útero). Además de los riesgos que conlleva este tipo de intervenciones quirúrgicas, dejan al paciente sin la posibilidad de engendrar nuevos hijos en caso de que en el futuro así lo deseen.

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Hasta aquí los análisis de los anticonceptivos artificiales desde el punto de vista eminentemente científico, por supuesto menos importantes siempre que el humano, del que se puede decir lo siguiente:

Los anticonceptivos artificiales destruyen el orden cosmológico del que ya se ha escrito suficiente, ya que con ellos se hace a un lado el aspecto natural de la concepción (resultado final de la cópula en los períodos fértiles), se rompe la unidad biología-psicología-espiritualidad, propia del ser humano, desordenando así la esencia de la relación marital.

Si alguien busca en una relación únicamente el placer que le depara, estará dejando de lado partes esenciales de su condición humana, como son el aspecto psicológico y el aspecto espiritual, y su acción será meramente carnal. Así mismo, si lo que busca con esa acción es satisfacer la necesidad de sentirse deseado o incluso “amado” (si a esto se le puede llamar amor verdadero) estará mutando también la finalidad del acto y denigrándose a sí mismo.

Por esa razón, en ambas circunstancias, el hombre descubre un alto grado de insatisfacción que nace de la sensación de haber utilizado al otro o haber sido utilizado. Aunque esta sensación quiera ser considerada fútil, intrascendente o de poca importancia, siempre quedará ese sabor amargo de la entrega parcial, que es uno de los aspectos que dan explicación a la gran inestabilidad matrimonial de nuestros días.

La entrega con condiciones hace de los cónyuges un par de cómplices de una acción utilitarista, aun cuando se haya hecho de común acuerdo, ya que ambos se estarían utilizando recíprocamente; además, esta es una entrega parcial y, por lo tanto, no sincera, un acto que destruye la estabilidad de cada uno de los individuos y de la pareja, dando al traste con una de las principales finalidades de la unión matrimonial, la educación de la prole, quienes frecuentemente no podrán desarrollarse desde el punto de vista psicológico y espiritual sin asistencia profesional especializada.

Como se comprenderá, la trascendencia de esta circunstancia en la sociedad se observa hoy: muchos de los niños que mañana serán los motores del mundo están creciendo sin uno de sus padres y en una situación precaria de educación humana integral (emocional, espiritual, cultural y de conocimientos) que culminará en un retroceso en la moral de muchas naciones, con el consiguiente deterioro de la calidad de vida de los hombres y de su relación con los demás.

Además, con el uso de los anticonceptivos artificiales se abrió un camino fácil y amplio para la infidelidad conyugal y se impulsó aún más la pérdida del respeto por la mujer.

Uno de los acontecimientos que impulsó la creación de los anticonceptivos fue que en 1798 Thomas Robert Malthus dijo que “el poder de la población es infinitamente más grande que el poder de la tierra para producir subsistencia para el hombre”. Pero Malthus olvidó que el poder de la inteligencia y de la fuerza de voluntad, actitudes que distinguen al hombre de los seres irracionales, da siempre paso a nuevas opciones, uno de cuyos ejemplos de las cuales son los cultivos hidropónicos, donde se multiplican los sembrados, fuera de la tierra.

Si, en cambio, los padres conocen los últimos avances científicos sobre métodos anticonceptivos naturales, los cuales han demostrado gran eficacia, podrán decidir con responsabilidad no tener más hijos, sin detrimento de su salud corporal, psicológica y/o espiritual.

Como se explicó anteriormente, sólo 4 días de un ciclo promedio de 28 son fértiles. Si se tiene en cuenta que la variabilidad biológica es grande, este lapso debe aumentarse para tener absoluta seguridad en el control de la natalidad. Por eso se habla de 11 días fértiles.

Pero esos once días se pueden reducir con estos métodos.

(Como se verá, conocer estos tiempos son el mejor método para lograr la concepción, en los casos en los que esta ha sido difícil.)

No se tratará aquí del método llamado del “ritmo” o de Ogino, ya que este método se considera hoy la historia de los métodos naturales.

F. El método del moco cervical, de la ovulación o Billings

Este método, desarrollado por el doctor Billings, médico australiano, enseña a las mujeres a examinar sus secreciones vaginales diarias para detectar cambios en la cantidad y calidad del fluido del cuello uterino, o moco cervical. Hasta la fecha es el mejor método para predecir cuándo se va a producir la ovulación.

A medida que el ciclo menstrual de la mujer avanza, la cantidad, color y consistencia de las secreciones mucosas del cuello del útero van cambiando probablemente como resultado de los cambios en lo niveles de estrógenos y progesterona del cuerpo. Al principio del mes (es decir, el primer día de la menstruación) hay más estrógeno circulando por la sangre y después de la ovulación, más progesterona.

En las fases iniciales del ciclo, inmediatamente después de la menstruación, puede haber uno o dos días “secos” con muy poca secreción evidente. La mucosidad normal es espesa y pegajosa durante estos días y forma una especie de tapón en el cuello uterino que impide el paso del esperma.

A medida que se acerca la ovulación, la mucosidad aumenta en cantidad y se vuelve viscosa y elástica -su textura es parecida a la de una clara de huevo-. En este momento, la mujer puede experimentar una sensación de humedad y “apertura” en su zona vaginal y puede observar esa mucosidad muy fácilmente. Fue sorprendente para muchos ginecólogos enterarse de qué tan bien puede la mujer identificar ese tipo de flujo. Es suficiente entonces explicarles eso y enseñarles a aplicar el método.

Esa secreción más clara y menos espesa permite el paso de los espermatozoides en dirección al óvulo y va aumentando en cantidad hasta el último día o día cumbre, lo que indica que la ovulación es inminente, antes de adoptar de nuevo una consistencia más turbia y espesa que precede a la sequedad de la siguiente fase.

Tan pronto como la paciente detecte el menor indicio de este moco más claro y elástico debe abstenerse de practicar el coito hasta 4 días después del último día en que la paciente puede detectar la menor evidencia de la misma, no importa cuál sea su cantidad.

Desde el cuarto día después del día cumbre hasta la menstruación (en un ciclo promedio de 28 días, esto representa aproximadamente unos 10 días) se puede considerar que la mujer no es fértil.

Aunque no es imprescindible, conviene espaciar la relaciones genitales cada dos días, para obviar la presencia del semen que podría, eventualmente, confundirse con la mucosidad vaginal.

Se han hecho pruebas que demuestran que muchas mujeres pueden identificar perfectamente los síntomas de sus mucosidades, lo cual permite que ellas puedan distinguirlas de las que se producen por aumentos patológicos.

Su fiabilidad está cerca al  98.5%, según datos de la Organización Mundial de la Salud y, según las investigaciones llevadas a cabo por el doctor Billings, al 99.2%.

G. El control de la temperatura basal

El fundamento del método de control de la temperatura basal reside en el aumento que experimenta la temperatura corporal inmediatamente después de la ovulación. El incremento de la temperatura se debe al efecto de la progesterona, cuya presencia en el torrente circulatorio es mayor durante y después de la ovulación.

El término “temperatura basal” se refiere a la temperatura del cuerpo en completo reposo. Por lo tanto, debe tomarse diariamente por la mañana, en el momento de despertarse, en ayunas y antes de levantarse de la cama. Se utiliza un termómetro corriente, que puede aplicarse en cualquiera de las cavidades del cuerpo (boca, vagina o recto), si bien es necesario que sea siempre la misma. Si se desea hay termómetros especiales marcados con décimas de grado que pueden ser más útiles para ese fin. El resultado ha de observarse transcurridos 5 minutos desde la postura del termómetro.

En la primera parte del ciclo, la temperatura de la mujer, en circunstancias normales, se encuentra entre los 35,5 y los 36,5 grados centígrados. A causa de los antes aludidos cambios hormonales hay un aumento de temperatura que oscila entre 0,2 y 0,5 grados centígrados. Si se detecta esta fase es posible determinar, no sólo el período fértil de la mujer para casos de infertilidad, sino todos los días infértliles de cada ciclo, con el fin de espaciar o evitar el nacimiento de nuevos hijos. De este modo, se calcula que el tiempo de infecundidad segura va desde el tercer o cuarto día hasta los primeros días que siguen a la menstruación próxima.

H. El método síntomo-térmico, de la doble verificación o muco-térmico

Este método combina tres sistemas diferentes con el objeto de aumentar la efectividad y predecir más exactamente en número de días fériles. Por ejemplo, combinando el método Billings y el de la temperatura, se pueden predecir el inicio de su período fértil obsevando sus mucosidades y anotando los aumentos de temperatura y los cambios posteriores en la secreción mucosa.

Con un poco de entrenamiento y observación también se puede aprender a detectar los diversos síntomas que indican la ovulación en un gran número de mujeres. Por ejemplo, algunas mujeres pueden detectar un leve dolor punzante en la parte baja y posterior del abdomen acompañada de una sensación de calambre. Esto se conoce como mittelschmerz. También se puede observar una ligera pérdida de sangre, fenómeno conocido como “punteo”. Malestar en el pecho, dolores de cabeza, depresiones recurrentes en momentos determinados del ciclo, también pueden ser indicios de que se está apunto de ovular. Algunos de estos cambios pueden ser muy sutiles y naturalmente varían mucho en cada caso, por eso, si se practica este método es bueno fijarse bien en los cambios que se produzcan en su cuerpo, pues no hay reglas generales aplicables a todas las mujeres. No obstante, casi todas las mujeres tienen una facilidad inmensa para observar y “sentir” los cambios propios de su cuerpo y de su funcionamiento fisiológico.

Vale la pena añadir que aunque todos estos métodos son buenos (bien manejados alcanzan un promedio del 98% de eficacia) es muy importante que la paciente, con ayuda de su esposo, elija el que mejor se adecue a su fisiología y a su personalidad.

I. El PG 56

Ahora se dispone de un sistema llamado PG 56, que consiste en un lente con el que se observa el moco: en el caso de que este se trate de un moco ovulatorio, se podrá ver una estructura parecida a la de un helecho. Si esto es así se sabrá, con certeza, que se está produciendo la ovulación y, por tanto, que no se deben tener relaciones genitales si no se desean tener hijos.

Su precio es bastante bajo, teniendo en cuenta que puede servir durante muchos años, e incluso de por vida.

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Si un hombre no es capaz de esperar a que pase la menstruación de su esposa para tener relaciones genitales, simplemente porque a ella le disgusta hacerlo durante esos días, se podrá verificar qué tan poco la ama, qué tan importante para él es lo genital en la relación y tal vez qué era lo que buscaba.

¿Qué pensar entonces de otro que no pueda esperar unos días por amor y por decisión mutua? Se trata simplemente de dominar las energías de la naturaleza y orientarlas al bien personal, conyugal, familiar y social: la ganancia es muy grande comparada con el esfuerzo que se realiza:

Estos métodos no agreden a ninguno de los cónyuges, ni química, ni mecánicamente. Son métodos reversibles. Pueden ser usados por cualquier pareja. Se acomodan a cualquier irregularidad menstrual, por grande que sea. Y son gratuitos.

Además, los métodos artificiales comprometen, casi siempre, a la mujer, y algunas veces -si se usa el condón- al hombre, lo cual hace injusta la relación: se le da la responsabilidad a uno sólo de los cónyuges. En cambio, con los métodos naturales se comprometen ambos en pro del bien común.

Todos estos métodos siguen los lineamientos de la naturaleza -no rompen el orden cosmológico- y, al requerir cierta dosis de dominio de la razón sobre los instintos, están a la altura de la dignidad del ser humano y lo engrandecen, ya que ese espíritu de sacrificio -es decir, amor verdadero (del que se habló bastante en el capítulo anterior)- los probará cada cierto tiempo y hará de su matrimonio una unión tan fuerte que nada ni nadie podrá destruir. La experiencia personal de muchas parejas -incluyendo la del autor de estas líneas, quien quiere participarlo a todos para que se amen con la misma fuerza- es prueba evidente de ello.

Todos los que se han animado a utilizar estos métodos naturales desean gritar al mundo entero que esta vía es una cadena de aspectos positivos que llevan a la felicidad conyugal: al disminuir la esclavitud de las pasiones, crece cierto instinto espiritual, ese enriquecimiento con valores espirituales hace que la lucha contra el egoísmo -cuna del desamor- sea mayor y más expedita y, lo que es mejor, se incrementa la capacidad para educar a los hijos, ya que el espíritu de sacrificio entrena a los cónyuges para crecer en ese amor, el cual, con el ejemplo, edificará un hogar compuesto por seres que saben anteponer la felicidad del otro a su egoísmo. Con este ambiente “en el aire” los hijos respirarán la alegría de dar, única capaz de granjearles la verdadera felicidad.

Ahora sí se puede hablar de paternidad responsable. Responsable viene del latín “responsum”, supino de “respondêre”, responder. Responder a los actos que libremente realizamos, es decir, saber respetar el orden cosmológico, no violarlo para destruirnos; saber que los genitales, como su nombre lo dice están en el cuerpo para generar nuevas vidas; saber que sólo somos libres cuando los instintos son dominados por la voluntad, guiada por la inteligencia; saber que lo que más diferencia al ser humano de las bestias es el amor…

 

Tomado del libro:

LA EDUCACIÓN SEXUAL. GUÍA PRACTICA PARA PROFESORES Y PADRES. 3ª edición. Bogotá. Colombia. Ediciones San Pablo, 2000.

 

 Este libro se puede adquirir en Editorial San Pablo, Colombia:

http://www.sanpablo.com.co/LIBROS.asp?CodIdioma=ESP

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La leyenda del medio corazón*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on November 7, 2011

 

Cuenta una leyenda que cuando Dios crea un hombre, toma un corazón en la mano y lo parte por la mitad, y medio corazón lo coloca en su cuer­po y el otro medio lo pone en el cuerpo de una mujer. Y ambos los echa al mundo, cada cual con su medio corazón.

Cuando los dos crecen, notan que no tienen más que medio corazón y deben entregarse a la búsqueda del otro medio que a cada uno le falta. Pero aquí viene la dificultad: ¿Dónde estará ese medio corazón que a cada uno le falta? ¿Estará cerca? ¿Estará lejos? Ninguno de los dos sabe. Por eso añade la leyenda que ni él ni ella deben descansar hasta que encuentren el medio corazón que a cada uno le falta. Una vez que ya lo encuentran, tienen que unir los dos medios corazones para formar uno solo, y para lograrlo, solamente hay un pegante, el pegante del amor.

Hermosa leyenda que nos ilustra lo gratificante y lo valioso del ma­trimonio que hoy celebran delante de Dios y de esta comunidad: N y N. Como no hay mejor pegante que el amor para formar un solo corazón… y con éste los dos serán una sola carne, como lo ratifican las Sagradas Escrituras, la ceremonia del matrimonio será la primera capa de pegan­te, la cual se irá consolidando hasta lograr la unión perfecta durante toda la vida.

Y es que, efectivamente, el amor es la base, el fundamento, la causa formal de la vida matrimonial. Es el alma que debe llenar la vida en­tera de los esposos. Sin él no hay posibilidad de edificar una comunidad matrimonial ni familiar.

Con toda razón puede afirmarse: El matrimonio nace del amor, se sos­tiene y desarrolla por el amor y se realiza en el amor. Por un acto divino se formó la pareja humana y por (otros) actos de amor deberán formarse las nuevas parejas que surjan a través de los tiempos.

La unión de padres e hijos es temporal y por tanto disoluble; en cam­bio, la unión de los esposos es indisoluble y eterna. No deberán separarse jamás.

De manera que un matrimonio sin amor, no tiene razón de ser ni de existir. De aquí se desprenden varias conclusiones:

1.  Sin amor no deben casarse los novios. No importa que lleven mucho tiempo y hasta años de relaciones; no importa tampoco que lo exijan las presiones familiares o sociales; ni siquiera importa que tengan sufi­ciente dinero para vivir bien. La falta de amor es razón suficiente para no casarse.

2.  Sin amor, ¿qué significado pueden tener las palabras de mutua entrega que se hacen ante el altar? Será una entrega fingida, engañosa y ridícula.

3.  Sin amor, ¿cómo van a vivir dos esposos bajo el mismo techo, no digo ya unos años o meses, sino un solo día?

4.  Sin amor, ¿fruto de qué van a ser los hijos?

5.  Sin amor, ¿cómo será el matrimonio, signo sacramental de otro amor, “del amor que Cristo tiene a su Iglesia”, como dice san Pablo?

El pueblo chino guarda una atrayente tradición: llevar a las bodas una pareja de gansos, símbolo de fidelidad. Estos animales, al igual que los cisnes, no cambian de pareja y conservan una relación estable de por vida.

 

Tomado de: bonilla, Héctor. Parábolas para la vida. San Pablo, Bogotá. 2007.

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Las características del amor auténtico

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on August 27, 2009

Quien ama busca sólo el bienestar de la persona amada. Por tanto, es imposible aceptar aquella idea que esbozan algunos, cuando afirman que hay muchas formas de amor, como el amor egoísta: solo quien no ama busca su propio bienestar antes que el de la persona amada.

Se desprende de esto que el amor y el egoísmo son antagónicos. Cada acción que proviene del amor destruye algo del egoísmo que la actual sociedad trata de hacernos vivir, y cada acción egoísta destruye el intento por ser feliz, pues mina nuestra capacidad de amar, ya que en el amar radica la felicidad de un ser humano.

Por eso, la actual teoría de la psicología según la cual los seres humanos de hoy necesitan mucha autoestima es peligrosa. El hombre crece más cuando más destruye su ego en pro de los demás: es así como se da cuenta de que puede dar de sí mismo algo positivo a los que están a su alrededor.

Se trata de recorrer el único camino para eliminar el estrés, pues todo egoísmo tiene su fuente en el estrés: si pienso únicamente en mi bienestar, permaneceré angustiado; si, por el contrario, me olvido de mí para dar felicidad a todos los que entren en contacto conmigo, nada me afectará.

Además, los hombres están hechos para ser felices y esa felicidad es imposible en el egoísmo, y ni siquiera en el egocentrismo. Dar para recibir es simplemente un negocio; un negocio que deja siempre la sensación de usamos al otro, de que fuimos interesados.

Otro aspecto de vital importancia es la máxima más sabia de todas: “El amor verdadero nunca muere”: si algo murió es porque nunca fue amor. Dentro de este contexto, no se puede entender aquello que se oye a veces: que un amor se extinguió tras los años. Si el decrecer de la genitalidad se “debe” contrarrestar con la ternura u otra característica cualquiera, se estará dando importancia superlativa a la genitalidad, lo cual contrasta con nuestros postulados.

Si se dice, por ejemplo, que la base de la estabilidad matrimonial es mantener el interés del otro con aspectos de la vida conyugal distintos del amor (el erotismo, la sexualidad, las emociones…) dará la impresión de que el amor es incapaz de sostenerse solo; sin embargo, nada es más firme y de más sostén que el amor.

Nadie es una necesidad para nadie. Si yo amo de veras, deseo lo mejor para la persona que amo. Querer retenerla junto a mí es pensar en mí, no en ella, y eso no es amor, es egoísmo. El amor me hace pensar en lo mejor para ella, me lleva a hacer lo mejor por ella, me impulsa a decir y hacer lo que más le conviene a ella; el egoísmo (lo contrario al amor) me llevaría a sentirlo como una necesidad para mí.

Por último, si yo amo, no es porque encuentre placer alguno con esa relación, ni tampoco por sentir el placer de servir a los demás, ni siquiera por experimentar el placer que da el no ser egoísta; es simplemente porque deseo lo mejor para la persona que amo. Y esto es lo que da la felicidad auténtica. No hay otro modo de conseguirla.

  

 

 

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Los siete pasos del amor verdadero

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 27, 2008

  1. El amor verdadero comienza a manifestarse cuando cada uno de los componentes de la pareja tiene, como primordial objetivo, hacer feliz al otro. Se utilizan todas las fuerzas para lograr ese fin, hasta llegar a olvidarse de sí mismo.
  2. Luego viene la etapa de la unión entre dos seres que ya no van juntos (un “yo” con otro “yo”), sino un “nosotros” que viajan en pos de la felicidad mutua.
  3. El perfeccionamiento de ese amor comienza cuando ya no se desea “amar a…” sino cuando se “ama con…”: ese “nosotros” ama a los hijos, al hogar, a la vida, a la naturaleza… Una simple mirada, una sonrisa, lo dice todo…
  4. Posteriormente el “nosotros” se expande para ser, ya no la pareja de esposos, sino la familia entera. En esta etapa la familia actúa toda junta amando a los demás.
  5. Más adelante el amor se hace más espiritual: si, por ejemplo, están en un sala apartados, se miran y con eso se dicen todo; si se encuentran en ciudades distintas, lejos el uno del otro, se aman en la distancia…
  6. Más tarde, serán capaces de seguirse amando aun cuando uno de ellos muera: sus espíritus se comunican entrañablemente, sus almas son una sola, como un presagio de la eternidad, en donde no los limitará ni el espacio ni el tiempo… Allí el amor será casi perfecto, será continuo, ¡será la imagen del Amor de Dios!
  7. Finalmente, se puede decir que sus espíritus se fusionan con el Amor divino, lo que los hace elevarse hasta la sublimidad verdadera del Amor…

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Una lección de Amor*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 22, 2008

Un hombre de avanzada edad vino a la clínica donde trabajo para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras lo curaba le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer.

 

Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer. Me contó que ella llevaba bastante tiempo en ese lugar y que tenía un Alzeimer muy avanzado.

 

Mientras acababa de vendarle la herida, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde.

 

«No —me dijo—, ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.»

 

«Entonces —le pregunté extrañado—, si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?»

 

Me sonrió, y dándome una palmadita en la mano me dijo: «Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella».

 

 

Germán Campero

 

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El comienzo del amor

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 20, 2008

Miles de parejas se separan. El matrimonio, como si fuera un producto de la sociedad de consumo, se convirtió en algo desechable. Tanto es así, que algunos asesores de parejas están afirmando que el amor verdadero no existe y, que por lo tanto, lo máximo a lo que puede aspirar el ser humano es a tratar de vivir lo mejor posible cada una de las relaciones que tenga durante su desdichada vida…

 

Pero otros psicólogos experimentados han descubierto que la mayoría de las personas cuyos matrimonios fracasaron han confundido el amor con sentimientos o pasiones que, en muchos casos, son completamente opuestas al amor verdadero.

 

La lista de esos sentimientos o pasiones que se confunden con el amor es común a ambos sexos, pero se da con ciertas preferencias en los hombres o en las mujeres así:

 

Los varones suelen tomar por amor el atractivo sexual, la estabilidad («organizarse», dicen ellos), la imagen y el encanto de tener esposa, niñera, ama de casa y criada.

 

Ellas, por su parte, suelen confundir más el amor con el hecho de sentirse amadas, halagadas, aduladas; tener un hogar, un buen marido —cariñoso, detallista— y unos hijos…

 

Pero lo que a ambos les resulta fácil entender erróneamente como amor (desde el punto de vista estadístico) es recibir el cariño que no han tenido en su infancia: las carencias afectivas se hacen evidentes al encontrar que alguien podría llenar ese vacío…

 

Y en donde cada uno busca su propia satisfacción es imposible que perdure una relación: al primer asomo de los errores del otro (que nunca faltarán) sobrevendrá la decepción.

 

El primer paso del amor verdadero no es sentir, sino trabajar útilmente en la felicidad de la persona amada: nada le importa a uno más que hacerla feliz.

 

Amar es luchar y trabajar por su felicidad, todo lo demás se posterga: metas personales, ilusiones, aun las más nobles; su felicidad es mi felicidad. Y esto, si es necesario, hasta el sacrificio. En este sentido, yo me sacrifico para que ella sea feliz, y este sacrificio es la prueba de que mi amor es verdadero, la garantía de la perpetuidad y de la mutua felicidad y, por lo tanto, la de los hijos que vengan.

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Amor verdadero

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 12, 2008

Cuando yo creo hallar el amor de mi vida porque encuentro en él algo que me llena o lo considero mi apoyo o mi consuelo, o porque lo noto detallista, amoroso o comprensivo, no lo estoy buscando a él, me estoy buscando a mí misma; por lo tanto, no lo estoy amando: me amo yo; es decir, estoy siendo egoísta; y el egoísmo es lo contrario del amor.

 

Cuando un hombre cree hallar el amor de su vida porque ella es linda, porque le produce satisfacción sexual, porque cocina bien, porque es hogareña, porque será una buena ama de casa, porque educará bien a sus hijos o porque llena cualquier otra aspiración egoísta, sucede lo mismo: está encaminando las fuerzas en su propio beneficio.

 

El amor verdadero es dedicar todas las aptitudes personales a hacer todo lo necesario para que el otro sea feliz en todos los planos: en lo biológico, en lo psicológico y en lo espiritual; y esto lo hace aun a pesar de las propias ilusiones, metas, etc.

 

Si se encuentra a alguien que piense así,

vale la pena casarse;

de otro modo es mejor permanecer soltera,

que no es lo mismo que «solterona».

 

(De una mujer que aprendió el amor verdadero)

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La eficacia del amor ordenado

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 12, 2008

Para quienes trabajan como asesores de parejas o en la educación infantil o juvenil, es impresionante ver cómo se destruyen muchas familias hoy día: no saben amar ni hacerse amar; no se ve armonía ni paz en los hogares, los niños nacen y crecen en medio de rencillas, disputas y hasta de odios; las parejas acuden a los psicólogos para que les indiquen cómo reencaminar a sus hijos por la senda del bien, cuando han caído en el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución infantil o el satanismo; o bien se busca a los especialistas para que diriman conflictos conyugales de mayor o menor calibre, o para que los separe definitivamente.

Y todo esto se da por errores en la concepción de la afectividad.

La afectividad se desarrolla aprendiendo a amar. Pero este aprendizaje debe comenzar por definir el concepto “amar”. Amar es trabajar por la felicidad de otro. No es solo sentir agrado ni experimentar emociones positivas ante su presencia; se trata de acciones, hechos, obras que él(la) amante realiza por él(la) amado(a). Aquí está la principal causa de fracasos matrimoniales y educativos: muchos seres humanos se equivocan al confundir el amor verdadero con la pasión sexual (cosa que se da más en los hombres), con el sentimentalismo (que se da más en las mujeres), o con el deseo de llenar un vacío afectivo producido en sus hogares…

Para entender el amor verdadero, además, es preciso distinguir los diferentes caminos que puede tomar el amor: está el amor filial, fraternal, paternal, maternal, conyugal y, hasta cierto punto, el amor de amistad.

Y es necesario aprender a ordenarlos, según su importancia. En ese sentido, siempre se ha dicho que el orden más lógico es así: primero Dios, después los demás y, por último, Yo.

Por eso, es menester poner por encima de todos los amores el amor a Dios.

Al unirse en forma definitiva una pareja para formar un hogar, este amor se hace preponderante; así, para ellos, el segundo de todos los amores es el conyugal.

Alguno podrá decir que el amor por los hijos es mayor y otro dirá que es igual; se dará también el caso de quien afirma que es imposible dominar el amor y que, por lo tanto, no se puede ordenar. Pero lo que para el corazón es imposible, para la cabeza no: una vez que los hijos se casen y funden un nuevo hogar —como lo hicimos nosotros—, para ellos ese será el principal; en ese momento la pareja de padres queda sola de nuevo, como cuando empezó. Por eso siempre hay que cultivar el amor conyugal más que el que se profesa por los hijos. Este es, entonces el tercer amor.

El amor por los padres es el cuarto. El quinto, el de los hermanos y sus familias.

Y así sucesivamente…

Una vez ordenados, ya se puede establecer también un orden de prioridades: cada acción que debemos realizar por nuestros seres queridos se pondrá en ese orden; y así las iremos realizando.

Si, por ejemplo, a un hombre casado se le pide que realice gestiones para su esposa, para sus hijos, para sus padres, para sus primos y para el perro de la casa, ya sabrá cuáles debe hacer primero.

De este modo siempre irán quedando sin hacer las que en su lista son menos importantes.

Y nunca se dejará de asistir a la Santa Misa los domingos y fiestas de precepto; no se olvidarán las obligaciones conyugales, paternales y maternales; siempre quedará tiempo para atender a las personas más importantes en la vida de cada individuo.

Los resultados no se harán esperar: la vida conyugal y familiar mejorará y, ya que la célula de la sociedad es el hogar, toda la humanidad será beneficiada.

En el ámbito personal, esta actitud no solamente ordenará el amor, sino que hará al individuo más eficiente en las diferentes responsabilidades que tiene y, lo que es mejor, le dará una paz muy grande: paz que se traducirá en armonía en la pareja de esposos, armonía en el hogar, armonía de esa familia con los demás y, más adelante, con el ejemplo continuo, armonía y paz en el mundo.

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Amar no es solo sentir…

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 12, 2008

Amar no es solo sentir;

significa trabajar todo lo necesario

para hacer feliz a la persona amada

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¿Amor afectivo o amor efectivo?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 12, 2008

Cada ser humano tiene, basado primero en las circunstancias sociales en las que nació y creció, y también en las experiencias personales, una propia y casi exclusiva visión personal del amor verdadero.

Una vez que se enuncia la pregunta: “¿Qué es el amor?”, las respuestas son tan numerosas, y a veces tan dispares, que algunos han declinado en la lucha por lograr explicarlo.

Sin embargo, hay una luz:

Se ha afirmado que el amor de una madre es el amor más perfecto que existe y que los hijos nunca logran amar tanto a sus madres. Y así es efectivamente:

El amor materno es desinteresado y no busca recompensa.

Una madre es capaz de aguantar los mareos, vómitos y hasta desmayos del primer trimestre del embarazo producidos por el cambio hormonal; una madre es capaz de soportar el peso y las incomodidades de los últimos meses; una madre es capaz de sufrir los dolores del parto o aceptar la cesárea, si es necesaria. Todo a cambio de que su hijo nazca bien y sea sano.

Una madre es tan fuerte, que amamanta a su hijo, so pena de que le muerdan los pechos, muchas veces hasta que aparezcan grietas y aun cuando sangran; una madre es tan fuerte que se levanta todas las veces que considere necesario para verificar que su hijo está bien o para darle de comer; una madre es tan fuerte que le cambia los pañales cada vez que llora por la incomodidad que le produce la humedad, haciendo a un lado el asco de oler y/o untarse…

Si su hijo llega a enfermarse, no repara en gasto de tiempo, sueño, dinero, etc., para que ceda o desaparezca su malestar…

Más adelante, cuando su hijo crezca, lo seguirá amando con la misma fuerza y lo defenderá de los demás, si quieren dañarlo física o psicológicamente.

Y, aunque se comporte como un mal hijo, siempre lo perdonará, olvidará con facilidad las veces que la ofenda… lo disculpará ante los demás y hablará siempre muy bien de él…

Y, siempre, sin esperar nada a cambio. Sólo una madre puede ser ejemplo del amor verdadero.

Todo esto es entrega desinteresada. Todo esto es sacrificio. Todo esto es amor.

Por tanto, el amor verdadero se expresa con hechos: es pensar más en el ser amado que en uno mismo, es sacrificio de los propios egoísmos, de las metas personales, de las ilusiones propias, etc., en pro de la felicidad del otro.

Esto es amor efectivo.

Es frecuente, como se dijo líneas más arriba, que se defina al amor como un sentimiento: esa sensación de placer que se experimenta junto al ser amado, ese deseo de convivir con él, de compartirlo todo con él. Este es el amor afectivo.

Esta clase de “amor” es inmodificable: los sentimientos no se pueden mutar fácilmente. Es casi imposible que alguien ame afectivamente a quien ha matado a un ser querido.

Pero esta clase de amor es egoísta: busca el bienestar propio, no el del otro: te “amo” porque me produces satisfacción afectiva, psicológica, emocional…; y me la produces a mí (ego).

El amor verdadero —el efectivo— tiene como fin la felicidad del ser amado; en cambio, el “amor” afectivo (si a eso se le puede llamar amor) busca el bienestar del que ama, no del amado. Y esto es egoísmo, ¡precisamente lo contrario del amor!

Solo hay amor cuando es efectivo.

De hecho, cuando cuesta más es cuando es más verdadero.

Si amáramos porque así nos sentimos mejor, estaríamos haciendo un simple canje: yo te doy bienestar no para hacerte feliz, sino para complacerme en ello, para conseguir un beneficio personal: la satisfacción que deja el ser bondadoso.

A eso se le puede llamar filantropía, mas no amor.

En cambio, dar sin esperar nada a cambio es lo que más puede enriquecer al espíritu humano.

 

Tomado del libro:

 

Tomado del libro:

LA EDUCACIÓN SEXUAL. GUÍA PRACTICA PARA PROFESORES Y PADRES. 3ª edición. Bogotá. Colombia. Ediciones San Pablo, 2000.

 

Este libro se puede adquirir en Editorial San Pablo, Colombia:

http://www.sanpablo.com.co/LIBROS.asp?CodIdioma=ESP

  

 

 

 

 

 

 

 

 

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Ámame sin temor…*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 12, 2008

Ámame sin temor,

confía en mí sin cuestionarme,

cuenta conmigo sin preguntarme,

quiéreme sin restricciones,

deséame sin inhibiciones,

acéptame sin cambiarme,

porque un amor así de libre

nunca morirá.

Dick Sutplen

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Ahora que estoy vivo…*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 12, 2008

Prefiero que compartas conmigo unos cuantos minutos ahora que estoy vivo, y no una noche entera cuando yo muera.

Prefiero que estreches suavemente mi mano ahora que estoy vivo, y no que apoyes tu cuerpo sobre mi cadáver cuando yo muera.

Prefiero que me hagas una breve llamada ahora que estoy vivo, y no que emprendas un inesperado viaje cuando yo muera.

Prefiero que me regales una sola flor ahora que estoy vivo, y no que envíes un hermoso ramo cuando yo muera.

Prefiero que eleves por mí una corta oración ahora que estoy vivo, y no una Eucaristía cantada y concelebrada cuando yo muera.

Prefiero que me digas unas cortas palabras de aliento ahora que estoy vivo, y no un desgarrador poema cuando yo muera.

Prefiero que me escribas una linda frase ahora que estoy vivo, y no un poético epitafio sobre mi tumba cuando yo muera.

Prefiero disfrutar de los más mínimos detalles tuyos ahora que estoy vivo, y no que hagas grandes manifestaciones de pesar cuando yo muera.

Anónimo

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