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Regreso a lo natural

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 3, 2017

Se está dando en todas partes: la medicina, reconociendo que la farmacología nació principalmente de las plantas y de los animales, se está abriendo a los conocimientos ancestrales de las que hoy se conocen como medicinas alternativas o, como han dicho algunos, complementarias (para denotar así que no se trata de una rivalidad entre las 2 ciencias). Efectivamente, en el Mundo entero se están abriendo facultades de medicina y posgrados de medicina natural.

En cuanto a nutrición se refiere, pululan por todas partes de la Red y en las librerías artículos, libros, audios y videos que expresan criterios naturales para la alimentación humana, y que muestran resultados sorprendentes en cuanto se refiere a la prevención y tratamiento de las enfermedades. Aunado a esto se pretende propiciar el manejo natural de la producción de alimentos no contaminados por pesticidas o cualquier tipo de preservativos o conservantes químicos, que dañan la salud.

Y, en general, se han disparado  criterios que buscan eliminar toda la complejidad de vida que tanto la industrialización como la filosofía del consumismo trajeron al mundo moderno: desde cursos para conseguir la paz interior hasta criterios de vida como el Minimalismo (vivir con lo mínimo necesario) se ofrecen hoy al ser humano moderno.

De entre todo este bagaje, conviene resaltar un pensamiento que quizá los abriga a todos: cuanto más ajustemos nuestras costumbres a nuestra esencia, a nuestra naturaleza, tanto más bienestar cosecharemos. Y este concepto se equipara, precisamente, a la definición de la palabra natural: aquello que es conforme a la cualidad o propiedad de algo.

 

Nuestra sustancia

Ahora bien: en nosotros, ese “algo” es nuestra sustancia, nuestra esencia, nuestra naturaleza. Por eso es imprescindible definirnos y verificar los planos en los que vivimos.

Para definirnos, podríamos afirmar primero lo que no somos: ni ángeles ni animales; estamos ubicados entre ambos. Tenemos cuerpo como los animales y espíritu como los ángeles. Además, como todo ser vivo, tenemos algo que nos anima (que nos mantiene vivos): un ánima, un alma. En las plantas, esa alma se llama vegetativa; la de los animales es un alma sensible y la nuestra es denominada espiritual.

Volviendo al diccionario, encontraremos allí que el alma espiritual se define como alma “racional e inmortal”, lo que especifica nuestra naturaleza: tanto el alma vegetativa de las plantas como el alma sensible de los animales mueren con sus cuerpos, mientras que la nuestra atraviesa el umbral de la muerte, tal y como lo entendieron los primeros seres humanos según lo describen los paleoantropólogos, quienes afirman que es muy distinto tapar con tierra un cadáver maloliente que, con un rito fúnebre y sagrado, despedir al difunto que partía en su viaje al más allá. Esta conducta de nuestros ancestros nos ilustra acerca de la conciencia cierta, segura, de nuestra trascendencia, y que acompaña al ser humano desde sus inicios.

Por esto, podemos afirmar que nosotros nos movemos no sólo en el plano biológico y en el psicológico, sino también en el plano espiritual.

Así, pues, el regreso a lo natural debería darse en los 3 planos. Esto significa que, además de propiciar una medicina, costumbres y nutrición más naturales, deberíamos volver también a una psicología y una espiritualidad más acordes con nuestra naturaleza, nuestra esencia, nuestra sustancia.

Pero no podemos dejar de lado un aspecto fundamental de la esencia del ser humano: las características que nos diferencian de los animales son muchas, pero hay 3 que emergen como las más importantes de todas, y que deben describirse en un orden invertido, del tercer al primer lugar de importancia:

En tercer lugar está la facultad de la razón, nuestra inteligencia. Nadie puede llegar a afirmar que su mascota es tan inteligente como un ser humano; ni siquiera los primates más parecidos al hombre pueden sumar o restar, filosofar o deducir, entender el pasado o el futuro, preguntarse por su esencia o su finalidad en esta vida…

En segundo lugar, nosotros tenemos la facultad de la voluntad: los animales se mueven por instinto; nosotros, en cambio, podemos manejar el instinto o la impulsión con nuestra voluntad libre: aunque nos apetezca mucho ingerir alimentos menos nutritivos y quizá dañinos para nuestra salud, podemos decidir no comerlos. Somos libres, incluso, de doblegar nuestros apetitos para conseguir un bien mayor.

Pero lo que más nos diferencia de los animales se muestra en el hecho de que cuando una hembra es perseguida por un predador y en un momento debe decidir entre su cría y ella misma, prefiere abandonar a su cría para salvar su vida: a eso la lleva su instinto. Por el contrario, una madre humana daría la vida por salvar a su hijo. Nosotros somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos por amor a otro; podemos amar. La historia nos recuerda las innumerables ocasiones en las que, por eso, porque pueden amar, los humanos se han sacrificado por amor.

Con esta descripción de la esencia del ser humano, se puede deducir que es más feliz quien más ama.

 

Lo natural en el crecimiento

Es natural —es parte de su esencia— que los niños tengan un desarrollo progresivo, una continuidad en el crecimiento psicológico, una sucesión ordenada de eventos afectivos y emocionales que preserven su salud psicológica.

Antes, esto era más fácil: los niños entraban a estudiar ya cumplidos los 5 años de vida; y esto permitía que el desarrollo psicoafectivo y psicoemocional fuera acorde con su naturaleza humana:

En su primer año de vida miraba su entorno, lo empezaba a reconocer; percibía sensaciones auditivas (la voz de su mamá, de su papá…), táctiles (frío, calor, dolor), visuales, gustativos, olfativos…

En el segundo año empezaba a formarse un vínculo más estrecho con su mamá y se esbozaban en su mente y en sus sentimientos las nociones: Mujer y Mamá, obviamente de un modo rudimentario, pero que iba a ser definitivo en su vida.

En el tercer año hacía lo mismo con su papá (qué importante es por eso que los padres inviertan el mayor tiempo posible con sus hijos siempre, pero principalmente en esta etapa): surgen en el niño las primeras ideas de hombre y de papá.

En los años cuarto y quinto comenzaba su conciencia de sí mismo —su propio conocimiento—, y formaba incipientemente los conceptos, también rudimentarios pero fundamentales, de familia y, si tenía hermanitos, también de fraternidad.

Para cuando el niño cumplía 5 años, no sólo ya había preconceptualizado las nociones fundamentales de su vida personal y familiar, sino que, como antaño no había para los padres tanta demanda de consumir por consumir y no existían los afanes del tráfico y el atafago de la moderna vida laboral, había recibido gran estabilidad emocional y afectiva: los padres tenían más tiempo para sus hijos, para la vida familiar: aunque no todos aprovechaban esa valiosísima oportunidad, la mayoría disfrutaba compartiendo con sus hijos, y así les infundía la seguridad de su amor, los proveía del hogar, ese nicho, ese refugio desde el cual podían salir a experimentar confiados la aventura de la vida.

Así, pues, estos 5 primeros años de vida marcan ¡y guían! definitivamente las vidas de todos los seres humanos.

 

Lo antinatural

Pero de esta naturalidad en la vida familiar se salió a lo antinatural: aparecieron los jardines infantiles, las guarderías, salacunas y muchas alternativas más para que los papás puedan desentenderse de sus hijos pequeños para irse a trabajar, unas veces por absoluta necesidad y otras porque el mundo moderno, con sus ideas antinaturales, basadas casi exclusivamente en la búsqueda del placer, en el consumismo y en ese querer proyectar una buena imagen a los demás, ha distorsionado la esencia misma del niño, y lo ha relegado a un segundo lugar: para muchos padres primero están el trabajo, el dinero, su “espacio”…

Así comprendida la vida, el bienestar de los hijos se redujo a darles únicamente lo material; y los padres se dieron una tácita consigna: que cuantas más cosas materiales se les dé tanto más suplen su dolor (el de sus hijos y el suyo propio). Pero esta consigna es falsa: es un autoengaño para los padres y fuente de dolor y daños para sus hijos.

Es que con frecuencia no se tiene en cuenta que los niños, en la precariedad en la que se encuentran, no tienen otro recurso, otra “medida” para saber si son amados, que el tiempo que cada uno de sus padres le dedica: “Mi papá tiene tiempo para su trabajo pero no para mí; entonces ama más a su trabajo que a mí.” “No me ama.” Pero apenas perciben esa verdad, apenas la intuyen: la sienten —ni siquiera la entienden, solo la sufren— y, por supuesto, no tienen las herramientas necesarias para darle solución.

Y, como la esencia de la felicidad de un ser humano depende del amor que pueda dar (como se explicó más arriba), esos hijos serán seguramente infelices, aunque recibieran todas las cosas materiales del mundo, pues nadie les habría enseñado a amar realmente. Por más consejos que recibieran, por más conferencias que escucharan, por más libros que leyeran, no aprenderán jamás a amar, cosa que sólo se aprende experimentalmente (con hechos, no con palabras) cuando uno es amado con un amor auténtico, especialmente durante la etapa en la que absorbemos todo como por inercia: en la niñez.

Por lo que se dijo anteriormente, a esa edad no se tienen los medios para solucionar esta tragedia e intenso dolor. Y es una verdadera tragedia, porque daña la esencia misma del ser humano: ¡no aprendió a amar, no sabe amar! que es lo que más lo diferencia de los animales y, por ende, lo que más humano lo hace… He ahí el porqué de la intensidad de su dolor.

Comienza entonces —en unos— un deterioro de su situación afectiva, desarrollando una búsqueda enfermiza del amor y fuertes y continuas psicodependencias y altibajos afectivos y emocionales, con las que menos podrán aprender a amar ni a dejarse amar. Otros se enfrascarán en sí mismos, haciéndose pusilánimes (sin ánimo para emprender grandes empresas) y cobardes o se harán agresivos y violentos…, buscando en todos los casos ocultar su dolor… En fin, empiezan a aparecer los trastornos psicológicos más variados.

 

La tendencia homosexual

Una de las búsquedas angustiosas y enfermizas del amor es la tendencia homosexual.

Antes de explicarla, conviene saber que la homosexualidad no es genética, pues por el sexo cromosómico o genético, sabemos que los hombres homosexuales tienen el cromosoma «Y» en todas las células de su organismo, como cualquier hombre no-homosexual; y que ninguna de las mujeres lesbianas tienen ese cromosoma: son mujeres.

Se puede decir entonces, que el sexo nace antes que nosotros. Somos varones o hembras desde el día de la fecundación y lo somos de manera irreversible: el desarrollo de las hormonas masculinas (testosterona) y femeninas (estrógenos y progesterona) depende precisamente del sexo genético; el funcionamiento del sistema nervioso, los ciclos periódicos y la configuración física de nuestra sexualidad no son otra cosa que resultados naturales del sexo genético.

Quiere decir esto que la homosexualidad no es natural ni tampoco lo es la tendencia homosexual.

 

Cómo se da la tendencia homosexual

Según los últimos análisis psicológicos realizados en estos individuos, el ingrediente que más puede incidir para que aparezca la propensión a la conducta homosexual masculina es la ausencia de cariño paterno.

Esto ocurre porque, en el niño la imagen paterno–masculina se entremezcla en su cerebro infantil, sin que pueda hacer una distinción clara de ambos conceptos–personas. Al crecer, justamente por la carencia afectiva, les cuesta mucho más trabajo, en el proceso de maduración, deshacer ese conflicto. En esas condiciones, se opta por conseguir ese cariño inexistente o pobre, a toda costa, en un afecto varonil. Este factor, pues, es determinante.

El caso de las mujeres —más raro que el de los hombres pero más frecuente de lo que se suele creer— se desarrolla también con más facilidad si falta el cariño paterno, aunque la secuencia psicológica es distinta: Por la carencia afectiva del padre, algunas de ellas desarrollan —sobre todo cuando el papá fue violento con la mamá— una aversión contra el sexo masculino, que a veces llega hasta el odio. De ahí que sólo aceptan relaciones abiertas y confiadas con las mujeres, mientras que a los hombres los consideran seres despreciables u odiables, con quienes no conviene interrelacionar, ni compartir abiertamente con ellos las emociones de la vida y, mucho menos, la entrega de sus afectos…

 

Conclusión

Ya que el movimiento hacia lo natural se está dando en todo el mundo y en todas las áreas de la vida del ser humano, conviene también que se propicie en el ámbito de la familia: es necesario fomentar lo natural en la familia, lo que siempre se ha llamado paternidad y maternidad responsables: que los padres evalúen si van a tener suficiente TIEMPO (es decir: amor) para darle a su hijo, antes de pensar en concebirlo.

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¿Homosexual o hermafrodita?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 9, 2012

 

Carlos es homosexual: desde pequeño, a pesar de tener genitales masculinos, y aunque al principio no lo entendía, se ha sentido mejor cuando se relaciona con los hombres; al cambiar de edad, le atrajeron los hombres, no las mujeres…

Recientemente, su médico le pidió que asistiera a un congreso de genética para hacer una investigación con la que se demostraría si los homosexuales nacen así o se hacen homosexuales en el transcurso de su vida.

Junto con Carlos, llegan al laboratorio de genética 19 homosexuales más, 20 lesbianas, 20 hombres no homosexuales y 20 mujeres no lesbianas.

Se les toman muestras celulares a todos, se clasifican y se les agradece su cooperación.

Días después tiene lugar el congreso de genética. El médico de Carlos, junto con otros galenos, se ubica en la mesa que está en frente del auditorio.

Después de su presentación, hace su ponencia: en un video se observan los núcleos de las células estudiadas, mientras va explicando a la concurrencia los resultados de la observación: así como los hombres no homosexuales tienen cromosomas «Y», todos los varones homosexuales también los tuvieron; asimismo, tanto las mujeres no lesbianas como las que sí lo son carecen del cromosoma «Y». Conclusión: la homosexualidad no es genética.

Carlos y los demás homosexuales, que están sentados en medio del auditorio, como también las mujeres lesbianas, se miran unos a otros admirados. Ellos y ellas no lo pueden comprender: creían que lo suyo era genético, de nacimiento.

Lo que parece que sucede es que se suelen confundir algunos términos, como el «hermafroditismo» y la «homosexualidad».

El hermafroditismo propiamente dicho es un trastorno excesivamente raro. Consiste en la mezcla de tejido del testículo y del ovario, o bien, cuando el individuo posee un ovario y un testículo. Ambas circunstancias originan anomalías que le dan la apariencia de reunir ambos sexos.

Fue lo que le sucedió a Juanita, la hija de una señora que se puso feliz al ver a su primera hija, pues ya tenía dos varones; le compró todo de color rosa, le adornó la alcoba para niña, la bautizó con el nombre «Juanita», en fin, la educó como mujer. Al llegar a la pubertad, a Juanita le salió bozo, comenzó a hablar grueso y aparecieron algunos rasgos masculinos más. Cuando la señora llevó a Juanita al médico, este le preguntó si no había notado algo raro en los genitales de la niña. Ella respondió que siempre le habían parecido un poco grandes, pero que no le pereció importante.

El médico encontró los testículos un poco más adentro y, tras un examen del tejido en el microscópico, descubrió que habían porciones pequeñas de tejido ovárico en esos testículos.

Por fortuna, los casos como este son excesivamente raros, y son los llamados hermafroditismo verdadero. Se corrigen con cirugías, con el fin de mejorar la apariencia y el funcionamiento de los genitales externos e internos y/o con la administración de hormonas que favorece la adecuación de los genitales y el aspecto físico general del afectado al sexo que le corresponde.

En cambio, la homosexualidad es definida como la inclinación hacia la relación erótica con individuos del mismo sexo y la práctica de dicha relación. En sentido amplio, abarca a ambos sexos, aunque se usa más para designar este trato erótico entre varones, mientras que el término lesbianismo (amor lesbiano) designa esa tendencia en las mujeres.

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¿Sexo o ‘género’?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 19, 2009

 Hoy se lee y se escucha la palabra «género», utilizada en vez de «sexo». Y se habla de tres «géneros», incluyendo el homosexual.

En relación con la sexualidad, debe utilizarse una terminología adecuada para una mejor comprensión de la materia. Por eso, es necesario conocer la definición de algunos vocablos, dentro de los que se encuentran los siguientes:

 

El sexo cromosómico o genético está especificado por la presencia o ausencia del cromosoma «Y» en el patrimonio genético de la célula del ser humano; así, los individuos que tienen un cromosoma «Y» con uno o más cromosomas «X» son varones; mientras que los que carecen de cromosoma «Y» son genéticamente hembras. Este hecho es el resultado objetivo de la fecundación.

«El sexo nace antes que nosotros. Hemos sido varones o hembras el día de la concepción y lo hemos sido de manera irreversible. El desarrollo hormonal, la centralización neurológica, la periodicidad fisiológica [las funciones del organismo] y la configuración formológica [la forma] de nuestra sexualidad no son otra cosa que fenómenos subsecuentes, pero también consecutivos al fenómeno de la determinación genética del sexo» (Boiardi, Sessualitá Maschile…, p. 19).

 

El sexo gonadal está basado en la histología —las características microscópicas de los tejidos— de las gónadas; el varón posee tejido testicular, la mujer posee tejido ovárico. Como se dijo anteriormente, el crecimiento y la diferenciación de las glándulas sexuales se dan gradualmente, sobre una base de tejidos diferentes bajo la influencia del sexo genético: los genes que se encuentran en los cromosomas se encargan de diferenciar las gónadas en sentido masculino o femenino.

 

El sexo embrionario o vías genitales son: el conducto de Müller (propio de la mujer) y el conducto de Wolff (propio del varón).

 

El sexo fenotípico o genital está determinado por las características de los genitales externos. Basándose en él, en el nacimiento se le asigna el sexo al individuo, desde los puntos de vista civil y social.

 

Durante la pubertad y a través de un proceso de maduración se da el crecimiento del organismo sexual interno y externo, según las características propias de cada uno de los dos sexos.

 

En la sexualidad física normal se da una armonía y concordancia entre todos estos componentes; pero, a veces, se presentan anomalías que determinan un estado de intersexualidad, esto se da si hay discordancia entre los caracteres genéticos, gonádicos, embrionarios y genitales del sexo. Las anomalías se conocen como el pseudohermafroditismo y el hermafroditismo verdadero.

 

El pseudohermafroditismo se puede verificar en dos situaciones:

En el pseudohermafroditismo femenino los genitales son masculinos (más o menos diferenciados) mientras las gónadas y el patrimonio cromosómico son femeninos, como ocurre, por ejemplo, en el Síndrome Adrenogenital Congénito.

En el pseudohermafroditismo masculino los genitales son femeninos, pero las gónadas y el patrimonio cromosómico son masculinos, presentando incluso testículos (Síndrome de Morris o de feminización testicular).

 

El hermafroditismo verdadero (muy raro), es el caso en el que se presentan tejidos ováricos y testiculares al mismo tiempo.

 

Estas diversas formas de anomalía que se refieren a los componentes físicos del sexo y no configuran lo que se define como transexualismo ni homosexualidad ni transvestismo:

 

El transexualismo auténtico se define como el conflicto entre el sexo físico normal y la tendencia psicológica que se experimenta en sentido opuesto.

Casi en la totalidad de los casos se trata de sujetos de sexo físico masculino que psicológicamente se sienten mujeres y que tienden a identificarse con el sexo femenino. Son muy raros los casos en sentido inverso, es decir, los sujetos físicamente mujeres que pretenden volverse hombres.

 

El transvestismo, por el contrario, es un síndrome en el cual no hay un deseo profundo de cambiar de sexo, sino que simplemente se ha instaurado una necesidad psíquica de vestirse con ropa del otro sexo, como condición necesaria para alcanzar la excitación sexual; y se busca la relación sexual con sujetos del sexo opuesto.

 

En la homosexualidad masculina, el sexo genético, el sexo gonadal, el sexo embrionario y el sexo genital son masculinos; pero los aspectos físicos del sexo son usados para la satisfacción erótica depositada en un sujeto del mismo sexo. El homosexual no desea cambiar de sexo, sino, simplemente, tener relaciones sexuales con varones.

Asimismo, en el lesbianismo, tanto el sexo genético como el sexo gonadal, el sexo embrionario y el sexo genital son todos femeninos; pero ella desea tener relaciones sexuales con mujeres.

 

Por todo esto, en el Diccionario, la voz «Sexo» (del latín sexus: sección, división, parcialidad, mitad en busca de otra mitad) se define como «Condición orgánica que distingue al macho de la hembra en los seres humanos». Y su segunda acepción no da más que dos opciones: «Conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo: sexo masculino, sexo femenino».

En cambio, «Género» (del latín genus, generis), es el «Conjunto de especies que tienen cierto número de caracteres comunes». Esto significa que la especie humana, junto con otras especies, conforma con ellas un género.

Por eso, es erróneo el uso de la palabra «género» para designar la sexualidad de un individuo.

 

Tampoco es acertado usar del término «género», para dar las supuestas tres opciones al individuo, ya que lo cierto es que para el individuo que nace no hay elección posible del sexo genético; y está científica y objetivamente comprobado que el sexo genético es el que determina los otros componentes biológicos:

Si el individuo es varón, todas las células de su organismo poseen cromosoma «Y»; por lo tanto ES masculino genética, gonadal, embrionaria y genitalmente. Y es varón aunque se sienta mejor como mujer o le atraigan los hombres.

Si se trata de una mujer, en ninguna de sus células existe un cromosoma «Y»; por lo tanto ES hembra genética, gonadal, embrionaria y genitalmente. Y es mujer aunque le atraigan las mujeres o se sienta mejor como hombre.

 

   

 

 

 

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