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¿Debe aceptar una mujer tener relaciones sexuales sin casarse?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on November 12, 2023

Una relación verdaderamente seria consiste en irse conociendo y enamorando hasta tener el deseo de compartirlo todo: la vida, los sentimientos, los afectos, las emociones…, y de entregarse del todo, en una relación de amor verdadero, sin reservas y para siempre. Es por todo esto que la entrega debe ser evidente y explícita, en un acto en el que se consagran mutuamente sus vidas, para amarse del todo a partir de ese momento, y dedicarse con todas las fuerzas a construir un NOSOTROS feliz. Se entregan no sólo en lo biológico y en lo afectivo, sino también en lo emocional y en lo espiritual, es decir, se dan el uno al otro totalmente, sin condiciones y hasta la muerte.

Quienes no se entregan así —del todo—, sino que se dan parcialmente, sólo en lo afectivo y en lo biológico, muy difícilmente serán felices, pues siempre encontrarán su relación incompleta. 

Desafortunadamente, muchos hombres ya han tenido ese tipo de entrega parcial (no total), y por eso no saben amar por completo: sabrán compartir cosas, afectos y el sexo, pero no saben que existe algo más alto, más valioso: amor auténtico y, por eso, verdaderamente humano.

Quienes han vivido esas experiencias suelen valorar poco a los demás y valorarse poco a sí mismos; por esto, no creen que exista la posibilidad de un amor total. Suelen ser incapaces de dominar sus instintos y dirigirlos a un fin más alto, más digno; se dejan llevar por esos instintos en sus relaciones, y consideran normal y natural que las relaciones no duren para siempre, y eso implica que no satisfagan ni lleven a la felicidad. En resumen, no han aprendido a domar sus pasiones y sentimientos con su voluntad; y tampoco aspiran a la felicidad conyugal ni familiar, que consideran utópica e inalcanzable.

Para conseguir una felicidad así es necesario tener fuerza de voluntad, reconocerse capaces de construir una sólida relación de amor auténtico, en la que cada uno lucha por la felicidad del otro, como si estuvieran en una competencia de amor, para ver quién ama más al otro, quién hace más feliz al otro. Y para ello, hay que ser totalmente humanos y estar dispuestos a dominar instintos y sentimientos por el bien del otro. Es por esto que las relaciones sexuales deben comenzar una vez que se ha realizado formalmente esa entrega, es decir, después del matrimonio.

Y para conseguir que un hombre crezca en este sentido, la mujer debe invitarlo a crecer como ser humano, poniéndolo a prueba constantemente; preguntándole, por ejemplo: “¿Me amas?” Y, ante la respuesta afirmativa suya, decirle algo así como: “Demuéstramelo haciendo tal o cual cosa por mí.” Poco a poco, con esta técnica, el hombre aprenderá a sacrificar sus egoísmos y a crecer como ser humano, pues se irá dando cuenta de que es capaz de dominar sus gustos para favorecer a alguien, lo que es el inicio de la liberación de sus egoísmos y el comienzo del amor. Y, cuando él le proponga tener relaciones sexuales, le preguntará ella otra vez: “¿Me amas?” Y, ante la respuesta afirmativa suya, decirle algo así como: “Demuéstramelo esperándote hasta el matrimonio; así creeré en tu amor.” Con el tiempo, si él persevera buscando cómo conquistarla, esa mujer tendrá a su lado a un hombre desapegado de sí mismo, libre para amar y atractivo desde el punto de vista más importante de todos: capaz de sacrificarse por amor y lleno de virtudes humanas.

Mientras tanto, cuide ella sus instintos: que no la lleven a destruir la felicidad que quiere construir: no se quede jamás a solas con un hombre que no se ha entregado a ella por completo: la tentación puede hacer derrumbar sus sueños de felicidad.

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La ideología de género, ¿buena o mala?*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on December 15, 2022

El término sexo se refiere a las dos categorías, masculino y femenino, en que se dividen los seres humanos y la mayoría de los seres vivos según las diferencias anatómicas y fisiológicas de los órganos reproductores y los caracteres sexuales secundarios.

Desde la década de 1950, se ha introducido el término género, que se refiere principalmente a los papeles sociales de hombres y mujeres. La idea que se estableció con esta palabra es que, en el pasado, el papel (género) de hombres y mujeres venía impuesto por la sociedad. Pero, en la sociedad occidental actual, con su hiperindividualismo y la ética autónoma asociada a él, se supone que el individuo no acepta un papel impuesto por la sociedad, sino que elige su propio género.

En este orden de nuevas ideas, el papel que el individuo elige para sí mismo se denomina identidad de género. El individuo puede elegir un género independientemente de su sexo biológico. En función de su orientación o preferencias sexuales, el individuo puede decidir ser heterosexual, homosexual, lesbiana, transgénero, transexual o no binario.

No binario significa que una persona aún no quiere ser ni hombre ni mujer.

Un transgénero es una persona convencida de que su identidad de género no coincide con su sexo biológico. Por ejemplo, un hombre puede sentir que es una mujer, mientras que biológicamente es un hombre, o viceversa. Cuando alguien es infeliz y lucha con su sexo biológico por este motivo, se denomina disforia de género. Una persona transexual es alguien que pretende cambiar su sexo biológico por el correspondiente a su identidad de género o que ya lo ha hecho mediante tratamientos médicos y procedimientos quirúrgicos.

Junto a la ideología de género, existe la llamada teoría queer (que originalmente significaría “extraño” o “peculiar), según la cual no existen identidades de género fijas, sino fronteras fluidas entre ellas. Por ejemplo, hay jóvenes que a veces mantienen relaciones con alguien de su mismo sexo y otras veces con alguien del sexo opuesto, dependiendo de los sentimientos y el estado de ánimo del momento.

Organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, promueven la aplicación de la ideología de género a escala mundial en empresas, organizaciones gubernamentales e instituciones sanitarias. También lo hacen mediante programas educativos que animan a niños y jóvenes desde la escuela primaria a reflexionar sobre la identidad de género que quieren elegir o por la que se sienten atraídos.

En los niños que no están seguros de querer convertirse en transexuales, la administración de un agente hormonal, la triptorelina, puede retrasar el inicio de la pubertad con el objetivo de dar tiempo al niño para reflexionar sobre esta cuestión, aunque esta hormona puede causar efectos secundarios graves. Además, hay que recordar que los adolescentes suelen dudar de su identidad de género durante algún tiempo y, sin embargo, en la mayoría de los casos la disforia de género pasa sin problemas. Debe tenerse en cuenta también que muchas personas transexuales se arrepienten tras cambiar su sexo biológico. Sin embargo, sobre todo después de un cambio quirúrgico del sexo biológico, no hay vuelta atrás.

Los orígenes de la ideología de género se encuentran en el feminismo radical. En la segunda mitad de los años cuarenta, Simone de Beauvoir escribió que no se nace mujer, sino que se llega a serlo, es decir, a través del papel clásico de mujer impuesto por la sociedad. Según el feminismo radicalizado de los años 60 y 70, la sociedad imponía a la mujer casada un papel de instrumento de reproducción y educación. La anticoncepción podría liberarla de este papel. La feminista Shulamih Firestone escribió en 1970 que, una vez liberadas de la tiranía de su biología reproductiva, las mujeres podrían desempeñar un papel propio, independiente de su sexo biológico. Esta liberación implicaba también el desmantelamiento de la familia, unidad social organizada en torno a la reproducción, y el sometimiento de la mujer a su destino biológico. También exigía la libertad de todas las mujeres y niños para hacer lo que quisieran sexualmente. Tras la última revolución del feminismo, creía que surgiría una sociedad en la que todas las formas de sexualidad estarían permitidas y autorizadas.

En los años sesenta, la introducción de la píldora anticonceptiva hormonal «liberó» en gran medida a las mujeres, según se pensaba, de su biología reproductiva. Esto sentó las bases para la separación total del género del sexo biológico.

La idea básica de la ideología de género, es decir, que los papeles de hombres y mujeres (género) pueden separarse completamente del sexo biológico, deriva de la visión dominante del hombre en nuestra sociedad actual. Por lo general, limita la persona humana a su conciencia (mente), con su capacidad de pensar y tomar decisiones autónomas, que fue posible gradualmente en el marco de la evolución gracias al desarrollo de procesos bioquímicos y neurofisiológicos muy complicados en el cerebro. Según esta visión del hombre, el cuerpo sólo sería el medio por el que la persona (limitada a la conciencia) puede expresarse. Esto otorga a la persona humana un derecho muy amplio a disponer de su cuerpo, incluida su sexualidad biológica.

La otra posición al respecto

Por el contrario, la inmensa mayoría de la humanidad todavía sustenta su criterio basada en la ciencia y en la antropología, que enseñan que el hombre no es sólo su alma o sólo su cuerpo, sino que es una unidad de alma y cuerpo. El cuerpo, incluidos los órganos reproductores y sexuales, no es algo secundario o accesorio, sino que pertenece a la esencia del hombre (a su sustancia, a su naturaleza) y, por tanto, al igual que todo el ser humano, es un fin en sí mismo y no un mero medio que el hombre puede utilizar para cualquier fin: el cuerpo humano no es una materia prima con la que el hombre pueda hacer libremente lo que quiera.

El hombre y la mujer, por su alma racional, tienen la misma dignidad humana. Sin embargo, son físicamente diferentes en el sentido de que son complementarios entre sí por su sexualidad biológica y por su biosíquica (psicología masculina o femenina), cuyas características están perfectamente determinadas por la ciencia (investigaciones que se realizan con base en el método científico). Esta complementariedad se refiere a 2 aspectos: la cooperación con la realización personal del otro, por una parte, y por otra, a su papel mutuo en la reproducción.

Es evidente, desde el punto de vista biológico y fisiológico, la complementariedad que existe entre los genitales masculinos y femeninos, cuyo funcionamiento natural deriva en la posibilidad de la procreación. En la relaciones entre personas del mismo sexo no se da esa complementariedad y, como no es posible para ellos la procreación, deben recurrir a métodos contrarios a su naturaleza (a su sustancia, a su esencia) para conseguirlo. No pueden ser madres y padres en plenitud quienes no aportan parte de su código genético con el óvulo y el espermatozoide, respectivamente, ni madres en plenitud las mujeres que acogen en su seno (o en el de su pareja) el embrión formado por un código genético en el que ellas no hicieron aporte alguno.

Como ya se ha dicho, el cuerpo pertenece esencialmente al ser humano y también la sexualidad biológica. Por tanto, ser hombre o mujer forma parte de su ser y no es algo que pueda desprenderse de él.

Por supuesto, los papeles (género) de hombres y mujeres pueden cambiar bajo la influencia de factores socioculturales. Hasta los años 50, por ejemplo, en muchos países se creía que las mujeres tenían que dejar su trabajo cuando se casaban. Además, a menudo no se les permitía abrir una cuenta bancaria sin el consentimiento de su marido. Esto ya no es así en los países occidentales, debido a los cambios socioculturales que se han producido desde entonces. En nuestros tiempos las mujeres también pueden ocupar puestos públicos y privados a los que no tenían acceso en el pasado. Que todo esto sea imposible para ellas no está escrito en su sexualidad biológica.

Sin embargo, no es posible separar completamente los papeles sociales de hombres y mujeres de su sexualidad biológica. Los aspectos esenciales de ser varón y mujer, de ser esposo o esposa, de ser padre o madre y de ser hijo o hija están todos anclados en la esencia del ser humano y, por tanto, no se pueden cambiar a voluntad, sin dañar su naturaleza y, en consecuencia, sin alejarlo de su realización personal.

Al confundir, y por tanto, socavar el papel del padre, la madre, los cónyuges, el matrimonio y la relación entre hijos y padres, la ideología de género tiene graves implicaciones para la proclamación de los fundamentos de la naturaleza del ser humano, la de ambos sexos y, por ende, de la sociedad, cuya célula es la familia.

Erosionar o cambiar el significado de palabras como padre, madre, matrimonio, paternidad y maternidad también socava la relación entre marido y mujer, por un lado y la que debe haber entre padres e hijos, por el otro.

En el contexto de la ideología de género, el hombre niega su propia naturaleza y decide que no le viene dada como un hecho preestablecido, sino que él mismo la establece.

Aprender a aceptar el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados es esencial para una verdadera ecología humana. Apreciar el propio cuerpo en su feminidad o masculinidad también es necesario para poder reconocerse en el encuentro con el otro diferente de uno mismo. De este modo, es posible acoger con alegría el don específico del otro, y enriquecerse mutuamente. Por lo tanto, una actitud que pretende borrar la diferencia sexual porque ya no sabe cómo enfrentarse a ella no es saludable. Presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. El sexo biológico y el género (el papel sociocultural del sexo) se pueden distinguir pero no separar.

La manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual, que alguna tecnología biomédica nos deja entrever como completamente disponible a la elección de la libertad —algo que no es así— corre el riesgo de desmantelar la fuente de energía que alimenta la alianza entre el hombre y la mujer, y que precisamente la hace creativa y fecunda.

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Cómo conquistar a una mujer

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 27, 2022

 

Los hombres son muy diferentes a las mujeres, no solo en el aspecto obvio, el biológico, sino también y principalmente en el orden afectivo y emocional.

Lo primero que hay que decir es que a las mujeres no se les “llega” a través de razonamientos, sino a través del corazón: ellas no se convencen, sino que primero se conmueven, y después —ya conmovidas— sí se las puede convencer de que ese hombre es el indicado.

Por esto es indispensable que el interesado reúna las características del hombre ideal, que para ellas no son tanto ser atractivo, culto, inteligente, ilustrado, honesto, adinerado, de buenas costumbres, etc. (aunque las consideran valiosas), sino más bien, en orden, de la menor en importancia a la mayor:

5) detallista y caballeroso,

4) alegre y divertido,

3) de gran iniciativa,

2) con ideales concretos (a ellas no les importa si esos ideales son grandes o pequeños) y, sobre todo,

1) conquistador.

Los hombres son conquistadores por naturaleza; esto significa que esa característica les es muy atractiva a ellas y es la que más las conmueve.

Por eso, desde que exista simpatía (inclinación afectiva), empatía (identificación mental y afectiva) o, aunque sea, atractivo, nunca les cansará cualquier acto que represente alguna forma de conquista. Así, la galantería, la cortesía, la gracia, la elegancia, etc., si están unidas a un obsequio de cualquier tipo, serán siempre bien recibidas; ahora bien, cuando se habla de obsequio, se refiere a cualquiera de ellos: desde una simple sonrisa hasta un regalo material y costoso. Entre todos los obsequios, los más valiosos para cualquier mujer (desde la más niña hasta una anciana) son 3:

1) al comienzo de la relación, los piropos (cumplidos, elogios),

2) ya en una etapa de cariño o afecto, las palabras afectivas (dichas o escritas) y

3) cuando ya hay amor, los hechos: trabajar por la felicidad de ella.

Aplicadas cada una en la etapa correspondiente, ni los piropos, ni las palabras afectivas, ni lo que haga el hombre por ella cansarán a una mujer.

Así, pues, si algún hombre quiere conquistar o retener a una mujer, no debe darle argumentaciones, razones de conveniencia, etc.; fracasará (esto opera aun cuando la mujer sea muy del tipo intelectual).

Su principal estrategia de conquista serán los piropos; si ya ha captado su atención, que nunca le falten palabras amorosas para con ella; y, si ya la ama, que se dedique a mostrar los actos con los que trabaja por su felicidad. Se puede afirmar que —con estas armas— serán muy raros los casos en los cuales un hombre no pueda conquistar a una mujer.

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¿Adultos?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on January 23, 2022

Tanto en Canadá como en los Estados Unidos y otras naciones se ha establecido el criterio de que a los 18 años los hijos tengan todas las libertades. Se ha popularizado entre los padres la idea de que a esa edad ya son adultos y, por consiguiente, que la educación que se les debe dar llega hasta ese momento: se desentienden por completo de lo que les pueda ocurrir a esos jóvenes, y los lanzan al mundo, recomendándoles exclusivamente no adquirir enfermedades de transmisión sexual y evitar los embarazos. Esos jóvenes se van a trabajar o a estudiar en universidades y viven en apartamentos o residencias estudiantiles, en donde se desenfrenan totalmente, especialmente a través de la promiscuidad sexual. Como en los años anteriores —los escolares— se les ha enseñado la misma “moral” sexual de sus padres, basada solamente en el criterio de evitar hijos y enfermedades de transmisión sexual, lo que hacen en ese momento es usar el condón y otros métodos anticonceptivos, teniendo relaciones genitales con cuantos(as) puedan.

El repetidísimo argumento de que ya son adultos, y que por eso pueden hacer todo lo que quieran, los llevó a una concepción totalmente desviada de la naturaleza de la genitalidad, de la sexualidad y hasta la de su propio ser. Por esto, conviene dejar en claro estos tres conceptos:

  1. Uno de los componentes léxicos de la palabra genitalidad es genitare, que significa generar, producir, engendrar. Con esto queda claro que la palabra genitalidad se refiere a la procreación.

  2. Sexualidad, por el contrario, significa sexo, división, sección, mitad en busca de otra mitad. La sexualidad está impresa en todo el organismo humano: hay quienes tienen cromosomas Y en todas las células de su cuerpo —los varones— y quienes no los tienen: las mujeres. Así se deduce que la sexualidad es un concepto mucho más amplio que la genitalidad, y que involucra todo el comportamiento que se puede desarrollar entre un hombre y una mujer.

  3. Para entender el tercer concepto, la naturaleza o esencia del ser humano, debemos saber que, a diferencia de los animales que poseen un alma sensible y de las plantas que poseen un alma vegetativa, los seres humanos tienen un alma espiritual; la Academia de la Lengua nos informa que esta alma es racional e inmortal, lo que nos da una idea de nuestra dignidad, es decir, de nuestro valor: las acciones de los seres humanos poseen una trascendencia de la que carecen los demás seres. Otra característica propia del ser humano es la libertad: las plantas y los animales siguen el inexorable decurso de su naturaleza y no pueden escapar de sus leyes, pero el ser humano posee un atributo que lo hace capaz de ir en contra de su finalidad propia: la voluntad. El ser humano es el único, entre todos, que puede realizar actos en contra de su propia realización, contra su propia felicidad.

Como lo expresamos tres párrafos atrás, por ser racional, el ser humano es capaz de comprender que la genitalidad está en su cuerpo para procrear: quien estudia aun someramente la constitución anatómica y fisiológica de los genitales masculinos y femeninos aprende que todo en ellos está orientado a la procreación: la cópula sexual prepara todo para que los espermatozoides salgan en búsqueda del óvulo con el fin de penetrar su membrana y producir una nueva vida. Quiere decir esto que, aunque se produce placer en la cópula, la genitalidad tiene como finalidad la generación de nuevas vidas humanas, del mismo modo como el hecho de ingerir alimentos tiene como finalidad la nutrición de nuestro organismo, aunque se sienta placer al alimentarse. Por esto mismo, es fácil entender que comer desaforadamente, tal y como lo hacían los romanos al comienzo de la era cristiana, produciéndose el vómito para seguir disfrutando del placer de alimentarse, raya en la perversión. Asimismo, podemos detectar esa perversión en quien realiza los actos genitales con la sola finalidad de producirse placer. Estos dos ejemplos muestran como la libertad del ser humano puede ser utilizada en contra de su propia naturaleza.

Es importante aclarar aquí que el hecho de que no siempre se conciba un ser humano nuevo tras una cópula sexual no significa que la finalidad de los genitales sea otra: está en la misma naturaleza de la mujer no ser fértil todos los días de su ciclo menstrual; por ende, las relaciones sexuales que se tienen durante ese periodo no dejan de ser naturales. El desorden aparece cuando se violan las leyes de la naturaleza, como se hace con el condón, los demás anticonceptivos y las mutilaciones (la ligadura de las trompas de Falopio en ellas y de los conductos deferentes, en ellos). En otras palabras, todo encuentro genital entre un hombre y una mujer abierto a la vida está acorde con su propia naturaleza, es decir, con su propia dignidad; por el contrario, las relaciones genitales que se realizan con la única finalidad de producirse placer mutuo pervierten el valor del ser humano.

A todo lo dicho, debe sumarse otra idea esencial en la naturaleza humana: Como se había dicho anteriormente, el ser humano tiene un alma inmortal y, por ende, trascendental. Esto quiere decir que la entrega entre un varón y una mujer, para que sea una entrega verdaderamente humana, debería darse en todos los planos en los que se desarrollan esas vidas humanas: el biológico, el afectivo, el emocional y el espiritual. Dicho de otra manera, debería ser una entrega mutua, total, sin condiciones y hasta la muerte. Sólo en este marco se entiende la cópula genital como la expresión máxima de un amor humano auténtico: el ápice de esa misma entrega. En consecuencia, las relaciones genitales que no se dan dentro de este marco que se acaba de describir carecen de las características fundamentales para considerarlas amor auténtico, verdaderas entregas humanas. Y esto es, precisamente, lo que está destruyendo el criterio aducido al comienzo del artículo: que los jóvenes de 18 años ya son adultos y pueden hacer lo que quieran con su genitalidad: llegan después al matrimonio —si es que se casan— con el cuerpo marchito y el alma desencantada. Esto explica el altísimo índice de fracasos matrimoniales, de divorcios y de tanto dolor para los hijos concebidos que, sin haber recibido un ejemplo totalmente humano de la relaciones sexuales y genitales, serán incapaces de construir una vida conyugal feliz y, mucho menos, una vida familiar luminosa, apacible y alegre —como debería ser—, que salvaguarde la estabilidad emocional de los hijos y propicie la madurez de sus afectos.

Decía Mahatma Gandhi que el ser humano es el único que puede hacer y, sobre todo, cumplir promesas y votos. Por esto y todo lo anteriormente dicho, siempre se ha recomendado que las relaciones genitales se den dentro del matrimonio, expresión máxima del compromiso que adquieren los contrayentes de luchar por la mutua felicidad, siendo fieles hasta la muerte y dando lo mejor de sí; y esto no lo puede realizar la persona esclavizada por el placer, sin dominio de la voluntad, la que hace verdaderos adultos (no una determinada edad), y única con la que se puede forjar la felicidad auténtica.

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Las 7 reglas de oro para conquistar a un hombre (aunque ya sea el esposo)

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 13, 2021

Hay muchas causales para el fracaso en una relación de pareja. Unas son inevitables, pues son producto del acaso y de la suerte; pero otras dependen enteramente de la mujer. A estas últimas se refiere el presente escrito.

Uno de los aspectos más frecuentemente ignorados en las relaciones de pareja es que la mujer y el hombre son muy diferentes, no solo en el aspecto físico —biológico— sino principalmente el plano psicológico: manejan las emociones y los afectos de una manera totalmente distinta.

Si, por ejemplo, una mujer desea captar la atención de un hombre, debe saber que él perderá el interés si la argumentación es sentimental, pero si intenta llegar a él con base en razonamientos, pondrá una atención mayor (no quiere decir esto que los hombres sean más racionales, sino que lo que los “mueve”, lo que más llama su atención son las razones, no tanto los sentimientos). Por el contrario, la mayoría de las mujeres, aunque todo lo entienden con la misma capacidad intelectual (o mejor, a veces) que los varones, se ponen en mayor actitud de escucha, de atención, cuando se les habla al corazón, es decir, cuando, al hablarles o escribirles, se tocan sus emociones o sus afectos. Lo mismo ocurre cuando en las películas, series, telenovelas, videos de YouTube, etc., dejan ver sentimientos, más que lucubraciones mentales: no solamente atienden más y mejor, sino que guardan todo eso más fácilmente en la memoria.

Además de esta, son tantas las diferencias que hay entre los dos sexos, que habría de escribirse un libro muy extenso o quizás una colección de folletos para describirlas todas (existe un libro, llamado Los hombres son de Marte; las mujeres son de Venus, escrito por el conocidísimo John Grey, editado innumerables veces en varios idiomas, y que ha ayudado a muchísimas parejas en el Mundo entero, donde él recoge y describe muchas de las características femeninas y masculinas). Pero como ese no es el propósito de este artículo, se expondrán aquí únicamente las que se relacionan con el título: la relación de pareja; les servirán a todas las mujeres que tengan pretendientes, novios o esposos (hasta de muchos años de casadas).

 

1) No se sabe si es por el cromosoma Y (que solo poseen las células de los varones) o más bien debido a la hormona testosterona, pero ellos son conquistadores por naturaleza: gozan, disfrutan, se fascinan con el reto que supone conquistar; y, por el contrario, se desencantan con gran facilidad cuando la mujer demuestra estar ya conquistada, enamorada.

Esta característica masculina no es solamente del hombre primitivo: es de todos los varones en la historia de la humanidad; y lo seguirá siendo pues, junto con todas las demás características masculinas, define la masculinidad, desde el punto de vista psicológico: es inherente a ella, es parte constitutiva de la naturaleza del varón, de su esencia, de su sustancia, y tiene mucho que ver con la biología: el pene recibe su nombre porque penetra; la vagina —que traduce vaina— es el receptáculo, y se deja penetrar, es penetrada; y estos aspectos marcan definitivamente la psicología humana: quien va es el hombre; quien espera es la mujer. Es por esto por lo que los sexólogos siempre han afirmado que el hombre ama, mientras que la mujer es amada y, si le complace, corresponde a ese amor. He aquí la definición, por antonomasia de la masculinidad y de la femineidad.

Además, cuanto más trabajo le exige a un hombre una conquista, tanto más valorará a esa mujer; es como si para él las mujeres tuvieran un letrero en la frente que dijera: “Mira qué tan alta estoy; mira que trofeo tan maravilloso soy; mira lo inalcanzable que soy para ti…” Pero si una mujer demuestra mayor interés o amor por un hombre que lo que él le ha demostrado a ella, los letreros que él verá serán los opuestos, con la consecuente disminución o pérdida de interés por parte del hombre. Es que, como se ha dicho de las mujeres, los hombres tienen también un sexto sentido: de un modo intuitivo detectan cuánto interés muestra una mujer, y eso les dice cuánto se valora una mujer. Y son replicadores: si ven que una mujer no se valora, ellos tampoco la valorarán; pero, al ver una que sí reconoce su altísima dignidad, se sentirán irremediablemente atraídos por ella, y no descansarán hasta conquistarla. Así, pues,

Quienes han entendido erróneamente que las características de la masculinidad y la femineidad pueden cambiar, así como lo hacen los animales al adaptarse al entorno, según la teoría de la evolución, desconocen lo definitorio de estas diferencias entre el hombre y la mujer. Por otra parte, la lucha interior que libran quienes intentan mudar su esencia masculina o femenina, por ser en contra de su propia naturaleza, es siempre dolorosa, agotadora e inútil. Se engañan, pues, quienes libran esa pelea.

Es por esto por lo cual la mujer que desea fortalecer una relación que le gusta, lo mejor que puede hacer es subirse en ese pedestal de alteza, de hidalguía, de donaire, ascendiendo por la escalera de la primera regla de oro: No demostrarle al hombre más del diez por ciento de lo que él le demuestre a ella. Él la mirará desde abajo, admirándola, anhelante, deseoso, y su interés crecerá mágica y exponencialmente, y se volcará en mil detalles y medios de conquista.

Debe aclarase aquí que no se trata de no amar al hombre más del diez por ciento de lo que él la ama, sino de no demostrárselo. Y esta es otra característica femenina: así como la mujer no es quien toma la iniciativa ni va, sino que espera, asimismo a ellas les resulta natural (por ser de su propia naturaleza) —y hasta entretenido— ese esconder parcialmente la totalidad de sus sentimientos con el hombre por quien se siente atraída, esperando verificar la sinceridad de sus intenciones: coquetea con él, pero se aleja un poco, para analizar la reacción que le provocan sus acercamientos y alejamientos…, y esto la hace sentir a gusto, en su “nicho”, es decir, en su esencia femenina. El hecho de que ahora se haya popularizado la idea contraria y que a algunas les pueda resultar inicialmente extraño este comportamiento, no contradice ni desdice lo que se está afirmando: una vez que ellas lo intenten, experimentarán el gusto que surge de reencontrar su “nicho”, como lo demuestra la experiencia.

Como se ve, el complemento es perfecto: ellos gozarán del esfuerzo que les representa la conquista, y ellas, de su espera analítica.

 

2) De aquí se desprende la segunda regla de oro: si una demostración excesiva de interés le hace disminuir o perder al hombre su interés en ella, la facilidad o dificultad con la que los hombres erotizados de este mundo hedonista y superficial consiguen lo que quieren —sexo— marcará su percepción de la calidad de una mujer: si ella se deja seducir y tocar íntimamente sin que el hombre tenga que pagar un precio por eso, él la definirá en su interior como una mujer “fácil”, no candidata para una vida conyugal y familiar, sino para unos momentos de placer pasajero y superficial, al modo de los animales, que se dejan guiar por el instinto. Afirmarán en su interior: «Esta es para un rato; no puede ser la madre de mis hijos ni la compañera de mi vida.»

Por ende, peor será si ella se entrega sexualmente, sin estar completamente segura de su amor: un hombre que ama es capaz de ofrecerse totalmente para trabajar por la felicidad de una mujer, hasta que la muerte los separe, es decir, de entregarse totalmente, sin condiciones y hasta la muerte. En otras palabras, si él no es capaz de comprometerse ante una autoridad superior y ante la sociedad toda a dedicar su vida a hacerla feliz, ella no debería entregarse del todo, como tantas veces lo hacen: en vez de concebir la cópula sexual como la demostración máxima de un amor auténtico, el culmen de una certeza absoluta de su amor por ella, lo reducen a un simple acto carnal, donde no hay compromiso alguno. Y, en la mente masculina, ella reducirá instantánea y dramáticamente su dignidad —su valor—. Obviamente, esa relación será fallida: es un fracaso anticipado.

La segunda regla de oro, pues, reza: No entregarse del todo al hombre que todavía no lo ha hecho primero y por completo.

 

3) Otra diferencia entre las psicologías de ambos sexos, y que se desprende también de la biología, es la vía a través de la cual cada uno de los sexos (hombre y mujer) escucha. Es imperativo dejar claro aquí que el verbo escuchar difiere de oír: este último es definido en su primera acepción por la Real Academia Española como: «Percibir con el oído los sonidos», mientras que de «escuchar» (también en su primera acepción) afirma que consiste en: «Prestar atención a lo que se oye». ¡Con cuánta frecuencia se escucha a los terapistas de pareja afirmar de viva voz o en sus escritos que «el problema radica en la falta de comunicación»! y, por esto, miles de mujeres intentan que sus parejas las escuchen, sin tener en cuenta que el hombre no presta mucha atención a las palabras, si no se lo induce antes de alguna manera.

La mujer es más proclive a escuchar que el hombre: basta que le hablen, para que intente introducirse en los sentimientos de su interlocutor y descubrir lo que hay allí, adentro; al hombre, por el contrario, se le dificulta más hacer esa penetración psicológica, porque no tiene la suficiente paciencia para atender a una serie de expresiones sentimentales, afectivas o emocionales, pues, como se dijo más arriba, a ellos se les llega más a través de disquisiciones racionales. Por esto, siempre se ha dicho que el hombre escucha la primera frase, comienza a distraerse en la segunda y, cuando la mujer le dice la tercera, ya está pensando en otra cosa, es decir, solo la oye, ya no la escucha.

Es necesario, entonces, que la mujer use un medio para atraer la atención del hombre. Pero ¿cómo hacerlo? Es fácil: la tercera regla de oro dice: No hablar; actuar. El hombre no se fija en las palabras; centra su atención en los hechos y, principalmente, aquellos que ponen en peligro su dominio de la relación: si la mujer (esposa, novia, compañera) le demuestra que depende psicológicamente de él o que no puede vivir sin él o sin su cercanía, él se sentirá confiado; solamente cuando se dé cuenta de que ella ya no está interesada en él o que su interés ha disminuido, ocurrirá un cambio repentino y sorprendente: se volcará hacia ella preguntándole reiteradamente: «¿Qué te pasa?» Y es que temerá no seguir gobernando la relación o no ser lo principal para ella y, en consecuencia, correr el riesgo de perderla.

 

4) Para lograrlo, es necesaria la cuarta regla de oro: Usar la táctica de la indiferencia, la frialdad y la sequedad. Esta técnica está indicada principalmente para cuando el hombre se porta mal: cuando ofende a la esposa, compañera o novia: cuando es indiferente, de mal humor y hasta cuando le es “infiel” con la actitud: miradas a otras mujeres, mensajes sospechosos, sonrisitas o coqueteo de cualquier clase, etc. (debe aclararse aquí que la infidelidad propiamente dicha, la violencia física, el terrorismo psicológico, la drogadicción, el alcoholismo, las mentiras compulsivas y la mitomanía están en un grupo aparte de comportamientos y, en consecuencia, su manejo implica añadir a esta técnica un tratamiento más complejo).

Pero esta táctica también debe usarse siempre que la mujer detecte cualquier disminución en el interés del hombre hacia ella, tanto en la época de la conquista como cuando ya está bien avanzada la relación.

En estos casos, conviene tener siempre presente que esta táctica de la indiferencia, la frialdad y la sequedad se debe hacer durante un tiempo prolongado: unos días o, en el caso de situaciones más delicadas, unas semanas. Nunca será insuficiente repetir una y otra vez a las mujeres que esto no se puede hacer durante un tiempo menor —unas horas, por ejemplo—, por muy desesperadas que estén: unas horas no sirven de nada, con ningún hombre; al contrario: hay hombres que requieren de más tiempo para reaccionar: si el hombre es poco expresivo en sus sentimientos, por ejemplo, necesitará más tiempo (meses).

No se debe olvidar que, entre personas ya casadas, si él está acostumbrado a que ella le prepare la comida o le lave la ropa, es necesario que deje de hacerlo. Y, por supuesto, deben rechazarse las relaciones sexuales, aduciendo que se siente mal, cosa que no es mentira: ella se siente mal por el maltrato o la falta de amor o de atención por parte de su esposo.

Pero la mujer debe entender y recordar que permanecer fría, seca e indiferente durante ese lapso significa hacer silencio. Cualquier frase que se les diga -hablada o escrita- es traducida en el cerebro de los hombres así: “Todo está bien; no has hecho nada malo.” En cambio, ellos interpretan el silencio como la manifestación de que algo está mal y que, por eso, podrían llegar a perder a la mujer. Lo máximo que deben hacer las mujeres es contestar a la pregunta: «¿Qué te pasa?»  con la frase: «No; nada», todas las veces que sea necesario, hasta que descubran alguna indicación de que él ya está reaccionando: por ejemplo, si lo notan un poco angustiado, preocupado y/o temeroso…

(Hay un indicador valioso: si todavía es violento al hablar o es acusador [la culpa a ella], quiere decir que todavía debe sufrir un poco más de esa frialdad, sequedad e indiferencia, de ese silencio absoluto.)

Como se explicó 2 párrafos atrás, si ella nota un cambio favorable, es el momento oportuno de contestar algo así: «Es que estoy triste… No sé… No siento que me ames…». Y, ante la apresurada respuesta del hombre: «¡Yo sí te amo!», hacer silencio unos segundos (ojalá bastantes), y añadir: «El lunes pasado, a las 7:00 de la noche, cuando estábamos en la sala [hay que ser muy concretas en esto, pues a ellos se les olvida con grandísima facilidad lo que ocurrió], me contestaste muy duramente con estas palabras…» o: «…no me pusiste atención…», etc. Y aquí viene algo que es quizá lo más importante de todo: ella debe continuar en esa actitud fría seca e indiferente -sin decirle o escribirle ninguna palabra-, hasta que él pida perdón y se le note que está sinceramente arrepentido y con el deseo firmísimo de no volver a hacer lo que dijo o hizo. No sobra repetir esto: la mujer debe continuar en esa actitud hasta que él cumpla 3 requisitos: 1) pedir perdón, 2) demostrar con hechos su arrepentimiento sincero y 3) demostrar con hechos su voluntad de no volver a defraudarla así. Debe reiterarse: Dejar de ser fría, seca e indiferente o hablar antes de que él cumpla esos 3 requisitos impedirá que todo lo que se hizo anteriormente funcione.

Actuando siempre así, se logrará hacerlo mejorar en su entrega y se irán erradicando, poco a poco, todos los aspectos negativos de su vida.

 

5) Pero deben tenerse en cuenta 2 características de esta regla de oro: primero: hay que tratar cada defecto, uno por uno: no es bueno apabullarlo tratando de corregirlo en todo.

Y segundo: después de su sincero arrepentimiento debe, digámoslo así, “castigarlo” unos días más, continuando con la misma técnica: frialdad, sequedad e indiferencia, pues es necesario que ella averigüe si es verdad que está sincera y totalmente arrepentido y si —léase bien— está cambiando, no solamente dispuesto a cambiar; si no hay solo palabras, si hay un verdadero cambio en su conducta. Esto es indispensable: si ella lo empieza a tratar de nuevo como antes apenas mejora un poco, los resultados no serán los mismos; la experiencia de muchas parejas lo ha demostrado: los hombres se sienten seguros otra vez, apenas ven que ella «ya volvió a ser la misma», y reaparecen sus errores; a veces, incluso, se pierde todo lo avanzado y de nada sirve lo que se hizo.

Pero después es necesario “premiarlo”: en el momento en el que ella ya corroboró, por su buen comportamiento durante algunos días, que en verdad mejoró, comenzar a disminuir paulatinamente la frialdad, la sequedad y la indiferencia, en todos los aspectos.

Esta es la quinta regla de oro: Premio y castigo. Es algo parecido a lo que se hace con los niños: se los premia cuando se portan bien y se los castiga cuando se portan mal. Poco a poco, ese hombre irá disminuyendo sus defectos e irá mejorando como amante, hasta llegar a convertirse en lo que ella desea.

Está pues, en la mujer, la potestad, el poder de hacer de su novio o esposo un hombre maravilloso. Solo hasta después de explicar esto, se puede afirmar que cada mujer se merece el marido que tiene, pues depende de ella el educarlo y hacerlo crecer como ser humano y como varón.

 

6) Llegando a este momento, la lectora descubrirá por deducción la sexta regla de oro: a los hombres no se le deben creer las palabras sino los hechos.

Sobre este punto es necesario afirmar de las mujeres algo parecido a lo que se dijo de los hombres: debe haber algo en las hormonas femeninas o en la genética de la mujer que la induce a creer en las palabras cariñosas de los hombres, sin percatarse de que no siempre dicen la verdad. Son muchas las historias, por ejemplo, de hombres que usan esa táctica para conseguir que ellas accedan a sus deseos carnales, para tener placer sin responsabilidad alguna y, casi siempre, abandonándola tiempo después, y dejándolas con la sensación de haber sido utilizadas.

Asimismo, es mucho más frecuente de lo que parece el hecho de utilizar esa técnica para convencer de un falso amor a la mujer burlada por una infidelidad. Lo sorprendente de esto es que muchas mujeres creen más en las palabras de los hombres que en sus hechos: la infidelidad es la prueba más grande de desamor: no hay nada más evidente: quien ama de verdad, jamás es infiel. Sin embargo, ¡“se calman” cuando ellos les juran su amor! Está puesto entre comillas ese “se calman” pues, aunque por fuera parecen estar bien, su corazón les grita constantemente que no son amadas, que sus vidas amorosas son un engaño… Debe enfatizarse que los hechos —la infidelidad— les demuestran que no las aman; mientras que con las palabras —la mentira evidente— se autoengañan.

Una forma más hipócrita de mentir es la manipulación psicológica: hay muchos hombres que ¡culpan a las mujeres por su infidelidad! Les dicen: «Es que como usted no me da sexo, yo lo busco por fuera». Y lo peor es que hay mujeres que no se dan cuenta de que eso significa que la única razón por la cual él estaba con ella era el placer sexual que le daba, no el amor auténtico, lo que la reduce a un objeto de placer sexual que puede cambiar por cualquier otra; y tampoco advierten que ese hombre se está comportando como un animal, que se guía por el instinto y que, por lo tanto, no vale la pena como esposo. De nuevo: les creen a las palabras, aunque los hechos les digan otra cosa.

Se puso el ejemplo de la infidelidad, por ser este el más fácil de entender, pero muchos hombres usan la manipulación psicológica para culpar a la mujer de todos los defectos que ellos tienen: «Es que usted es de mal genio», «Es que usted es muy celosa», «Es que estoy cansado de su cantaleta»… (mil ejemplos más se podrían poner aquí). Es verdaderamente impresionante la facilidad con la que la mayoría de las mujeres caen en esta trampa hipócrita y manipuladora: se cuentan por miles las consultas por parte de mujeres a los terapistas de pareja, preguntándoles si ellas mismas fueron las que fallaron, para que la relación se deteriorara.

En verdad es deplorable que ellas sean tan crédulas y estén tan inclinadas a caer en el complejo de culpabilidad. Por eso conviene que se graben en la mente y en el corazón esta consigna que resume lo que se ha dicho hasta ahora: la mujer debe creer solo en las actuaciones del hombre; no en sus palabras: principalmente cuando el hombre se excusa o cuando la acusa a ella.

 

7) Por lo que se acaba de expresar, la mujer que de verdad quiere conquistar a un hombre, también debe usar la séptima y última técnica de oro: Decidir con la razón, no con el corazón.

Con esta regla de oro parece que se le está pidiendo a la mujer que cambie en algo que constituye su interioridad, algo que a primera vista es muy difícil de cambiar. Pero ambas afirmaciones son incorrectas: esta regla no cambia nada de su esencia femenina ni les pide que hagan algo imposible. Se trata, no de dejar su hermosa sensibilidad femenina, que descubre espontánea y velocísimamente el dolor ajeno o expresa el sufrimiento propio, sino de no usarla en las decisiones. Dicho de otro modo, hacer a un lado los sentimientos y poner en el otro la voluntad; y, sin dejar de experimentar sus sentimientos, no dejar que ellos tomen las decisiones, sino que lo haga la voluntad, especialmente cuando se trata de las decisiones más importantes.

Hay aún otro modo de decirlo: la mujer se puede repetir constantemente esta frase: «A la hora de escoger lo que debo hacer, elijo lo que me conviene, no lo que me gusta». En esta frase está condensada la madurez: ¿Acaso no es verdad que el niño quiere lo que le gusta, mientras que el adulto hace lo que le conviene, aunque no le guste? Pongamos un ejemplo: Al niño le asusta tanto la aguja, que rechaza la vacunación, llora y hasta se rebela; pero el adulto se descubre el brazo o se baja el pantalón para que la enfermera lo vacune.

Esa madurez ayuda grandemente a la mujer a hacer todo lo necesario para conquistar al hombre, cuéstele lo que le cueste: sabe que, a la postre, será ella la que ganará: en primer lugar, conseguirá transformar a su pareja en el hombre ideal, sin cambiarle para nada su personalidad, sino que, por el contrario, lo hará crecer como hombre, como varón, como novio o esposo y hasta como padre, pues con el ejemplo le podrá enseñar todas esas virtudes a sus hijos, si los tiene. Es decir: ese hombre mejorará, se hará más amable —que significa: más susceptible de ser amado—, pues ella lo verá más alto, más digno, más elevado en todas sus características…, en una palabra: un hombre mejor, pues sus virtudes serán tantas y tan altas, que cualquier mujer se enamoraría de él. Y, en segundo lugar, como amante será maravilloso: ninguno le ganará en detalles para con su mujer, será caballeroso y amoroso, vivirá dedicado a ella, trabajando por su felicidad, pues esa será su dicha: ¡hacerla dichosa a ella!

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Mujeres

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on July 21, 2021

Hay prostitutas; y las hay desde los comienzos de la humanidad.

También hay mujeres pervertidas sexualmente, que se guían por el instinto, como los animales.

Hay otras mujeres que, llenas de buenos sentimientos e ilusionadas, se entregan a un hombre que no las valora —y por lo tanto que no las ama—, para luego descubrirse frustradas, tristes e infelices, aunque siempre anhelando un amor que nunca les llega…

Pero también hay mujeres que conciben la sexualidad como la expresión de un amor auténtico: una vez que se aseguran de que un hombre las ama de verdad, que vive y se desvive por ellas y que se ha dedicado a hacerlas felices, tienen ese encuentro sublime de amor con ellos, satisfaciendo así las exigencias de su altísima dignidad.

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Crisis de madres

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 1, 2015

Madres, crisisLa característica que más nos diferencia de los animales, más allá de la inteligencia y de la facultad de decidir —la voluntad—, es nuestra capacidad de amar, de amar hasta el extremo de olvidarnos de nosotros mismos por alcanzar el bien de quien amamos.

El amor maternal es el que mejor lo puede expresar: una mamá es capaz de dejarse matar por su hijo. No así los animales: las madres animales defienden su cría de los predadores solamente hasta cuando deben escoger cuál vida salvar, y optan entonces por abandonar a su cría y salvarse.

El ser humano puede definirse, por lo tanto, como aquel ser vivo que ama. Quiere decir esto que nuestra esencia radica en el amor.

Es por eso que lo que más nos realiza como seres humanos es amar y ser amados y, en consecuencia, lo que más daño nos hace es no amar ni ser amados.

De esta verdad se deriva que la mayoría de los problemas afectivos y emocionales del hombre se forjan en su etapa de formación más tempana, la infancia o niñez, que es la fase de desarrollo comprendida entre el nacimiento y la prepubertad (hacia los doce años de edad), pues todo ser humano requiere en esa época de una dosis de amor suficiente, para ser estable en ambos aspectos de su vida: el afectivo y el emocional.

Si un individuo recibe bajos niveles de nutrición en esta etapa de desarrollo presentará un índice de crecimiento biológico menor y quedará más propenso a determinadas enfermedades. Asimismo, si durante esos años una persona recibe una dosis de amor inferior a la que se requiere, no solamente sufrirá esa carencia sin poder entenderla, sino que, por no tener las herramientas necesarias para solucionarla, ocultarla, disimularla o, al menos, tratar de vivir sin que le produzca muchos daños, esa carencia afectiva derivará en una incapacidad para dar y darse en una entrega recíproca de amor, pues en las relaciones que tenga como joven y adulto sólo buscará suplir de alguna manera lo que no recibió en la infancia.

Por eso, hay individuos que buscan denodadamente a alguna persona a quién reclamarle el amor que tanto les faltó —y les falta—, depositando en ella todos sus afectos de manera enfermiza, posesiva y siempre psicodependiente, mientras que otros tratarán de abstraerse del amor por todos los medios, para no tener que sufrir nunca… Esto, como se vio más arriba, impedirá que la persona pueda realizarse y ser feliz.

Además de la disfunción en las relaciones interpersonales que todos estos individuos presentan, también adolecen de inestabilidades emocionales, que los harán más proclives que otros a sufrir muchas patologías psicológicas, como estrés, ansiedad, angustia, depresión, agresividad o cobardías y pusilanimidades, etc.

Durante la mencionada etapa de la infancia, por la precariedad de sus juicios y criterios, el niño no tiene otra medida para evaluar el amor que el tiempo que se le dedica:

—Mi mamá no tiene tiempo para mí; eso quiere decir que no me ama.

Quizás algunos —más creciditos— sean capaces de deducir:

—A mi mamá le interesa más el trabajo que estar conmigo; por lo tanto ama más su trabajo que a mí.

Es verdad que siempre se ha presentado el caso de parejas de esposos que, por sus escasos ingresos y para cubrir las necesidades básicas suyas y de sus hijos, ambos deben trabajar. Pero en los tiempos modernos muchas mamás están también ausentes en las vidas de sus hijos: unas porque desean “realizarse” como profesionales; otras, porque creen que es más importante forjarles a sus hijos un futuro económico estable que un futuro psicoafectivo y psicoemocional estable.

“Todos esos son criterios retrógrados”, afirman algunos pero, por desprenderse de la esencia del ser humano, son perennes e inmutables.

Basado en ellos, el lector decidirá si tiene hijos y, en caso afirmativo, cuántos.

El lector decidirá así el futuro de la humanidad: Hombres y mujeres sanos o enfermos; felices o desdichados.

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Monólogo de una mujer moderna*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 13, 2015

Son las 5:30 a.m. El despertador no para de sonar, y no tengo fuerzas ni para tirarlo contra la pared.

Me siento acabada… No querría tener que ir al trabajo hoy. Quiero quedarme en casa, cocinando, escuchando música, cantando, etc. Si tuviera un perro, lo pasearía por los alrededores. Todo, menos salir de la cama, meter primera y tener que poner el cerebro a funcionar.

Me gustaría saber quién fue la mujer imbécil, la madre de las feministas, que tuvo la idea de reivindicar los derechos de la mujer, y por qué hizo eso con nosotras, que nacimos después de ella.

Estaba todo tan bien en el tiempo de nuestras abuelas: se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, enseñándose mutuamente secretos de condimentos, trucos, remedios caseros, tips sobre la última moda, leyendo buenos libros de las bibliotecas de sus maridos, decorando la casa, podando árboles, plantando matas florales, recogiendo legumbres de las huertas y educando a sus hijos. La vida era un gran curso de artesanos, medicina alternativa y cocina.

Después se puso mejor: teníamos servidumbre, llegaron el teléfono, las telenovelas, la tarjeta de crédito, la Internet, ¡el e-mail! ¡Cuántas horas de paz, solaz y realización personal nos trajo la tecnología!

Hasta que vino una —a la que por lo visto no le gustaba el sostén— a contaminar a varias otras rebeldes inconsecuentes con ideas raras como esa de que “Vamos a conquistar nuestro espacio”. ¡Qué espacio ni qué nada! ¡Si ya teníamos la casa entera! Todo el barrio era nuestro, ¡el mundo estaba a nuestros pies! Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, vestirse y para hacerse ver bien delante de sus amigos. Y ahora…, ¿dónde están?

¡Nuestro espacio!… Ahora ellos están confundidos, no saben qué papel desempeñar con las mujeres: huyen de nosotras como el diablo de la Cruz. Ese chistecito, esa gracia, acabó llenándonos de deberes; y, lo peor de todo, ¡acabó lanzándonos a muchas dentro del calabozo de la soltería crónica aguda!

Antiguamente los matrimonios duraban; eran para siempre.

¿Por qué —díganme—, por qué un sexo que tenía todo lo mejor, que sólo necesitaba ser frágil y dejarse ayudar en la vida, comenzó a competir con los machos? ¿A quién se le ocurrió semejante despropósito? Miren el tamaño de sus músculos y miren el tamaño de los nuestros… Estaba muy claro: ¡eso no iba a terminar bien!

No aguanto más ser obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba (no por mí, sino porque mi trabajo me lo exige), para lo cual tengo que matarme en el gimnasio o reunir dinero para hacerme la mamoplastia, la liposucción, implantes en las nalgas…, además de morir de hambre, ponerme hidratantes, antiarrugas, padecer complejo de radiador viejo tomando agua a todas horas…; usar todas las demás armas para no caer vencida por la vejez, maquillarme impecablemente cada mañana desde la frente hasta el escote, tener el pelo impecable y no atrasarme con las canas, que son peor que la misma lepra; elegir bien la ropa, los zapatos y los accesorios, no sea que no esté presentable para esa reunión de trabajo…

Ver que no me falte más nada, tener que decidir qué perfume combina con mi humor o tener que salir corriendo para quedarme embotellada en el tránsito, y tener que resolver la mitad de las cosas por el celular, correr el riesgo de ser asaltada, de morir embestida por una buseta o un motorizado, instalarme todo el día frente a la computadora trabajando como una esclava (moderna, claro está), con un teléfono en el oído y resolviendo problemas uno detrás de otro, ¡que además ni siquiera son mis problemas!

Todo para salir con los ojos rojos (por el monitor, claro, porque para llorar de amor no hay tiempo).

¡Y teníamos todo resuelto!

Estamos pagando el precio de estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, operadas, con las uñas perfectas…, sin hablar del currículum impecable, lleno de diplomas, doctorados y especialidades.

Nos volvimos “supermujeres”, pero seguimos ganando menos que ellos y, en la mayoría de los casos, ¡de todos modos nos siguen dando órdenes!

¿No era mejor, mucho mejor, seguir tejiendo en la silla mecedora?

¡¡¡Basta!!!

Quiero que alguien me abra la puerta para que pueda pasar, que corra la silla cuando me voy a sentar, que me mande flores y cartitas con poesías, que me dé serenatas en la ventana…

Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar, ¿para qué había que demostrárselo a ellos?

¡Ay, Dios mío!, son las 6:10 a.m., y tengo que levantarme… ¡Que fría está esta solitaria y grandísima cama! ¡Ah!… Solo quiero que un maridito llegue del trabajo, que se siente en el sofá y me diga: “Mi amor, ¿me traerías un whisky por favor?” O: “¿Qué hay de cenar?” Porque descubrí que es mucho mejor servirle una cena casera que atragantarme con un sandwich y una Coca-cola light, mientras termino el trabajo que me traje a casa.

¿Piensas que estoy ironizando o exagerando? No, mis queridas amigas, colegas, inteligentes, realizadas, liberadas… y ¡pendejas! Estoy hablando muy seriamente. ¡Estoy abdicando de mi puesto de mujer moderna!

¿Alguien más se suma?…

ROCHY

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El machismo, ¿culpa de los hombres?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on October 24, 2008

No se sabe si la causa sea cultural o, como se dijo alguna vez, tiene su origen en las escrituras, pero hacia los 35 años de edad las mujeres solteras comienzan a sentir terror y angustia cuando escuchan la palabra “solterona”; mientras tanto, hombres célibes de mayor edad ni siquiera se inmutan por su condición.

¿Es que la cultura machista hace pensar a todos y a todas que la mujer no puede vivir sin un hombre que le sirva de apoyo psicológico y material? ¿Las preparamos para eso? ¿O es que aquello de que “ansiarás al hombre, quien te dominará” estigmatizó desde el Génesis a la mujer?

Lo que sí es patente es que los medios de comunicación estimulan constantemente a los hombres en el aspecto sexual: imágenes y fotografías de mujeres desnudas o semidesnudas son “el pan de cada día” en la televisión, el cine y la prensa escrita; cuando se trata de las películas, el “héroe” con rasgos de valentía y de moralidad se besa apasionadamente con cuanta mujer se cruza en su camino, cuando no tiene relaciones genitales con ellas. Esta cultura forja la creencia de que la mujer, lejos de ser un ser humano con valores, es simplemente un objeto de placer.

Aunado a esto, las mujeres con frecuencia se dejan llevar por tales conceptos hasta el extremo de que conquistan al hombre a través de conductas hedonistas, en vez de poner en alto su identidad como ser amable (que se puede amar), y su valor como futura madre.

Pero lo más habitual es que la mujer se considere a sí misma menos que el hombre. Cuando una madre, por ejemplo, aconseja a su hija que cuando sea grande luche mucho por llegar a ser igual que el hombre, tácitamente está haciéndole creer que las mujeres son inferiores, pues deben esforzarse para ser como ellos.

Un análisis poco profundo mostrará que las mujeres son superiores al hombre en el plano biológico (hasta ahora ninguno puede quedar embarazado o amamantar); también su ternura innata, su interés por ayudar, su paciencia con los necesitados y la unión con los que sufren demuestran que la mujer, generalmente, supera al hombre en el plano psicológico.

Sin embargo, estadísticamente, el índice de las que aceptan la infidelidad de su cónyuge, de las que se quejan de disminución del apetito sexual, de las que sufren porque se dan cuenta de que son buscadas únicamente como objetos de placer, es alarmante.

Cuando la mujer —madre en potencia— deje ver al hombre que su capacidad de amar y de sacrificarse (no hay mayor amor que el de una madre) debe ser correspondida por un amor igual, se iniciará el camino hacia la erradicación del machismo y de todas sus consecuencias devastadoras para la familia y, por ende, para la sociedad.

También se acabarán la palabra “solterona” (¿por qué no hay “solterones”?), y la frase “madre soltera” (¿existen padres solteros que se encarguen como ellas del bienestar de sus hijos, de su alimentación y educación, además de las cargas económica y laboral?).

Ellas y ellos dejan a un lado la coquetería con que se conquistaron. Pareciera que, una vez obtenido el “botín”, todo esfuerzo por perpetuar esa relación se dejara de lado: en la mujer, por ejemplo, se observa que, teniendo la potestad de hacer de su novio un digno padre para sus hijos, teniendo la capacidad de ir educando y hasta “moldeando” la personalidad de su esposo con esa coquetería, con ese “tire y afloje”, no la utilizan.

¿Cómo reaccionaría un hombre si su esposa se niega a la intimidad tras una mirada impura suya a otra mujer? ¿Cómo cambiaría un muchacho si su novia lo va dirigiendo hacia su alma enseñándole que el amor es la lucha total por hacer feliz al otro aun a costa de los propios intereses?

“La mujer no fue sacada del cerebro del hombre pues nunca se pensó que gobernara, ni de sus pies para que fuera su esclava, sino de su costado para que caminara a su lado, de debajo de su brazo para que fuese por él protegida y de cerca a su corazón para que la amara intensamente” (Hugo de Víctor, siglo XII).

   

 

 

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El sexo ‛débil’

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 22, 2008

Un análisis concienzudo de las diferencias entre el hombre y la mujer puede llevar a sorprender a más de uno… ¡y a más de una!

Para comenzar, es necesario recordar que son tres los planos en los que opera el ser humano: el biológico, lo que corresponde a la fisiología; el psicológico, que comprende la afectividad, las emociones, los sentimientos, etc.; y el espiritual, el plano en el que se maneja lo trascendental: la otra vida y lo que dejamos como huella en este mundo.

Conviene pormenorizar cada uno de los planos en los dos sexos:

 

El plano biológico

· Ningún hombre puede quedar, hasta ahora, embarazado. Tampoco puede disfrutar de esa experiencia maternal durante la gestación: los movimientos de su hijo, la sensación de tenerlo dentro de sí, de sentirlo vivo…

· Tampoco hay varón que pueda amamantar a su hijo, darle el alimento de su propio cuerpo, con todo lo que ello representa afectivamente…

· En la definición que da el Diccionario de la lengua española de las tetillas dice que son “menos desarrolladas que las de las hembras”. Efectivamente, se puede decir que estas son una atrofia de las glándulas mamarias, las cuales nunca se desarrollaron en ellos. Debe destacarse, además, que las telillas no sirven para nada.

· El sujeto masculino posee una hormona sexual: la testosterona y sus derivados, mientras que la mujer tiene dos principales: los estrógenos que desarrollan y mantienen los órganos genitales y fomentan los caracteres sexuales secundarios, por un lado; y por el otro, la progesterona o gestágeno, que faculta a la mujer para concebir y ayudar a desarrollar al producto de la fecundación.

· Si los hombres tenemos una zona erógena principal, el pene, las mujeres tienen dos: el clítoris y los bulbos vestibulares, trabeculado venoso ubicado a los lados de la entrada vaginal, con los cuales puede llegar también al orgasmo. Por eso la extirpación del clítoris —como se hace en alguna tribu africana con el nombre de “circuncisión”— es insuficiente para eliminar la satisfacción genital en la mujer.

· En el aspecto de la excitación sexual, no se sabe de hombres que puedan experimentar varios orgasmos durante una cópula, como sí se ha reportado en varias mujeres.

· En la misma línea, los orgasmos femeninos son más intensos: se sabe que, muchas veces, la mujer pierde el sentido durante el clímax, cosa que nunca ocurre en el varón. De hecho, la experiencia muestra que la mujer queda más satisfecha y, quizá por eso, no está pendiente de la próxima relación genital con tanta ansia como muchos hombres.

· Pasando a otro tema, por todos es conocido que la mujer tiene el umbral del dolor más alto que los hombres, en cuanto se refiere al dolor visceral (cólicos, gripe, etc.).

 

El plano psicológico

· En el campo de la responsabilidad hay superioridad: en el trabajo, por ejemplo, a las mujeres les cuesta un poco “salirse” de las reglas establecidas en las empresas; por eso, las estadísticas muestran que son más los gerentes que roban a su compañía. Debido a esto, hoy las corporaciones de ahorro tienen más mujeres como directoras de sus oficinas.

· Y las palabras de los gerentes y de los jefes de personal de las empresas muestran mucho: sus empleados más eficientes son mujeres, aun las que han sido abandonadas por sus esposos, con sus hijos, obviamente.

· En el campo afectivo, si alguien —por ejemplo— cuenta en un auditorio femenino la historia trágica de una mujer embarazada que va en un tren cargando a su hijo —un niño de brazos— y que cuando, al descarrilarse la máquina, intenta sin éxito evitar que las ruedas pasen cercenando un brazo de su pequeño niño, y que lo ve gritar de dolor, las mujeres se erizarán de pena y de dolor. Por su parte, esa misma historia presentada ante un público masculino haría que ellos simplemente dijeran levantando los hombros: “Huy, qué vaina”. Esto quiere decir que los sujetos masculinos no están, por norma general, tan cerca del dolor ajeno como las mujeres; a ellas les “llega” más, se conduelen más fácilmente, sienten con los demás.

· También su ternura innata y su interés por ayudar y por consolar las hace más humanas, la mayoría de las veces.

El plano espiritual

· En el aspecto religioso se nota un sentido de responsabilidad mayor en la mujer: basta visitar las iglesias y observar qué porcentaje de varones hay (en cualquier credo).

· En este plano, el de la trascendencia, se erige como principal la labor educativa (los hijos son, de algún modo, la continuación de nuestros seres), y en este campo se nota que la mujer, como madre, es más paciente, tolerante y comprensiva. Pocas veces las órdenes perentorias de los padres consiguen tanto como las palabras cariñosas de las madres.

· Ellas son, casi siempre, más respetuosas de los sentimientos de sus hijos y saben entender que, algunas veces, esas emociones les impiden actuar bien o responder más rápido y que es bueno esperar un poco. Claro, todo esto es lo común, porque hay muy buenos padres y madres malas, que por fortuna son la excepción.

· Las estadísticas muestran que, cuando hay una separación, la mamá suele quedarse con los hijos (son muy pocos los que luchan por sus hijos), y que a ellas les queda más fácil asumir el papel de padre que al revés: los padres el de las madres.

· Las capacidades para sacar un hogar adelante en ausencia del otro, el encargarse del sostén económico, afectivo y educativo muestran también el talento de la mujer.

· La mujer, además, tiene la potestad de hacer de su novio un digno padre para sus hijos, la capacidad de ir educando y hasta “moldeando” la personalidad de su esposo con esa coquetería, con ese “tire y afloje”: ¿Cómo reaccionaría un hombre si su esposa se niega a la intimidad tras una mirada impura suya a otra mujer? ¿Cómo cambiaría un muchacho si su novia lo va dirigiendo hacia su alma enseñándole que el amor es la lucha total por hacer feliz al otro aun a costa de los propios intereses?

· Y si son madres, son mucho más valiosas: ellas creen que no hacen nada siendo madres. ¡Cómo se nota cuando están ausentes! Algunas veces los descuidan para darles cosas materiales y luego se los encuentra por ahí, dando tumbos, queriendo sólo ganar dinero, poder, honra, placer, bienes materiales… sin nada en el interior… A veces se unen a ellos malas compañías que, junto con el ocio, los inducen a ser viciosos y se vuelven alcohólicos y hasta drogadictos…

La crisis de la sociedad es una crisis de madres: sólo con ellas se puede dar una educación integral a los hijos, sólo con ellas se formarán buenos ciudadanos, sólo con ellas habrá hijos felices que hagan el bien a sus semejantes, sólo con madres que dan amor —realidad que sí nos diferencia de los animales— se cambiará al mundo.

Pero para eso hace falta tiempo. Tiempo para sus hijos. A veces es necesario ayudar al esposo con las cargas económicas del hogar, pero en otras ocasiones, el bienestar material se pone por encima del bienestar psicoemocional, o mejor, integral de los hijos. A veces una supuesta “realización personal” (no hay mejor realización que ser madre) deja huérfanos de tiempo. A veces, las metas materiales de las madres dejan el vacío de lo más importante para un niño: el amor. Algunos y algunas se engañan diciéndose que es más importante la calidad del tiempo que se les dedica que la cantidad. Y ellos necesitan a la mamá —aunque suene redundante— cuando ellos la necesitan, no cuando ellas “pueden” darles ese tiempo: cuando el niño regresa del jardín infantil o del colegio, cuando hacen sus tareas escolares, cuando juegan con sus amigos (¿cómo se sabrá qué clase de amigos tiene nuestro hijo?), cuando tienen percances o accidentes, cuando, al ir creciendo, se sientan solos o tristes, cuando incluso su padre haya sido un poco duro con ellos…, en fin, siempre que se es hijo, se está creciendo y se debe tener una madre. Procrear con la intención clara de que los hijos no van a tener una madre a su lado es injusto e ilógico: nadie puede suplir a las madres; ni la abuela, ni la tía, ni el mismo esposo (los hombres somos menos cuando estamos solos que ellas sin nosotros), ni mucho menos, por supuesto, “la mejor empleada del mundo”.

 

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Si cambiamos otra vez la Constitución, si cambiamos al Presidente, si cambiamos a los dirigentes, si cambiamos la infraestructura del país… no cambiará el futuro de nuestra patria, pero si la mujer cambia habrá esperanza.

¡Y dicen que es el sexo débil!

¡No hay hombre que pueda tanto como una madre! ¡En sus manos está la resurrección del mundo! ¡Si quisieran salvarnos…!

 

Tomado del libro:

SABER VIVIR. Bogotá, Colombia. Indo–american press service limitada, 1999.

 

Este libro se puede adquirir en Indo–american press service limitada:

http://www.indoamericanpress.com/colecciones/varios/libros.htm#29

  

 

 

 

 

 

 

 

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La dignidad de la mujer*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 22, 2008

La mujer no fue sacada del cerebro del hombre, pues nunca se pensó que gobernara, ni de sus pies para que fuera su esclava, sino de su costado para que caminara a su lado, de debajo de su brazo para que fuese por él protegida y de cerca a su corazón para que la amase intensamente.

 

 

 

Hugo de Víctor, siglo XII

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Ese ángel*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 22, 2008

Ese ángel

 

Refiere una antigua leyenda que un niño próximo a nacer conversaba con Dios:

–Me vas a enviar mañana a la tierra; pero, ¿cómo viviré allá siendo tan pequeño y tan débil?

–Entre los muchos ángeles, escogí a uno que te está esperando.

–Aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, y eso me ha bastado para mi felicidad. ¿Podré hacerlo allá?

–Ese ángel te cantará y te sonreirá todos los días. Tú sonreirás muy feliz con sus canciones y sus sonrisas.

–Y, ¿cómo entenderé cuando me hablen si no conozco el extraño idioma de los hombres?

–Ese ángel te hablará y te enseñará las palabras más dulces y más tiernas que escuchan los hombres.

–¿Qué haré cuando quiera hablar contigo, Señor?

–Ese ángel juntará tus pequeñas manos y te enseñará a orar.

–He oído que en la tierra hay hombres malos… ¿Quién me defenderá?

–Ese ángel te defenderá aunque le cueste la vida.

–Pero estaré siempre triste porque no te veré más, Señor. Sin verte me sentiré muy solo…

–Ese ángel te hablará de mí, y te mostrará el camino para volver a mi presencia.

En ese instante una paz inmensa reinaba en el Cielo. No se oían voces terrestres.

–Y, ¿cuál es el nombre de ese ángel, Señor?

–Ese ángel se llama mamá.

Anónimo

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Votar, por el bien común

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 22, 2008

Código Penal, Código de Tránsito, Código Civil, Código de Derecho Canónico… Leyes, decretos, normas… Para proteger los derechos de los menores, de los ancianos, de los enfermos de sida, de los homosexuales, etc. Supuestamente tenemos —cada vez más— todo lo necesario para regular las relaciones humanas en orden al bien común, y así ser una sociedad justa y equitativa.

Pero debemos decir toda la verdad: en cada período legislativo, a veces los senadores y representantes buscan no solo el bien común, sino sus propios intereses: es muy halagador y da buena reputación que les sean aprobados sus proyectos, sean o no buenos para la sociedad.

Por ejemplo, se pretende despenalizar el aborto, sin tener en cuenta el estrago moral que ello causa: el común de la gente entiende que las madres podrán matar a sus propios hijos —criaturas inocentes—, por un supuesto derecho que ellas tienen.

Eso deja mucha confusión puesto que, aun cuando la mayoría de los ciudadanos no tengan suficientes conocimientos de genética o embriología, para entender que la vida humana comienza con la concepción, algo les dice que lo que están haciendo es un homicidio. De otro modo no se pueden entender la gran cantidad de estragos psicológicos y psicosomáticos que quedan en las madres que realizan abortos, estragos que difícilmente desaparecen, aun con terapias especializadas…

Pregunta: ¿Son estos estragos un bien común? ¿Son esas muertes de esos seres humanos un bien común?

Lo primero se llama aumento de la morbilidad: madres con más enfermedades psicológicas y psicosomáticas (sin contar los daños físicos que reportan las estadísticas aun en clínicas especializadas). Lo segundo se llama incremento en la mortalidad de individuos: todos los embriones y fetos que se abortan mueren; es necesario repetirlo: estaban vivos —lo prueba la genética— y quedan muertos.

Así, pues, debe evitarse que sean elegidos quienes propician la disminución del bien común.

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Cómo conquistar a una mujer, según una mujer*

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on June 15, 2008

Diciéndole siempre la verdad

Ofreciéndole sólo lo que sea capaz de dar

Demostrándole con hechos lo que le dice al oído

Siendo varonil: tomando la iniciativa, no esperando a que ella lo haga

Siendo generoso con el tiempo y los gustos

Valorando todo su ser, no fijándose solo en el físico

Mirándola respetuosamente, como a un ser humano, no como un objeto de placer

Entregándose a luchar por su felicidad

Dándose del todo, no a medias

Ofreciéndose como tapete para que ella pise blando

Comprometiéndose a seguir así eternamente

Amando con hechos, no con palabras

Invitando a Dios a participar de la relación

Escrito por una mujer

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