Saber vivir

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¿Somos realmente humanos?

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 24, 2018

Cuando se analiza con profundidad el adjetivo “humano” se llega a comprender que eso es, precisamente, lo que nos hace diferentes de todos los demás seres: los pensamientos, las palabras, las acciones humanas, los sentimientos…

Esto implica, por supuesto, que aquellas acciones que realizan también los animales no pueden probar que somos hombres. Sólo las acciones que no pueden realizar esos seres inferiores hacen patente la diferencia y, como consecuencia lógica, marcan nuestra dignidad. Dignidad que se expresa en la conciencia de que somos los seres más excelentes que hay, cuando menos en nuestro sistema solar.

Para el autoconocimiento del hombre es de gran utilidad el uso de algunas ciencias:

  1. La antropología, de antropo- (hombre) y -logía (tratado, estudio, ciencia), que trata de los aspectos biológicos del hombre y de su comportamiento como miembro de una sociedad, y la paleoantropología (paleo-: de «antiguo» o «primitivo», referido frecuentemente a eras geológicas anteriores a la actual), que engloba al hombre dentro del tiempo.
  2. La genética, parte de la biología que trata de la herencia y de lo relacionado con ella.
  3. La geología, ciencia que trata de la forma exterior e interior del globo terrestre; de la naturaleza de las materias que lo componen y de su formación; de los cambios o alteraciones que estas han experimentado desde su origen, y de la colocación que tienen en su actual estado.
  4. La hermenéutica, arte de interpretar textos.
  5. La anatomía, ciencia que tiene por objeto dar a conocer el número, estructura, situación y relaciones de las diferentes partes del cuerpo de los animales y del hombre.

¿De dónde venimos? ¿Qué es exactamente lo que nos hace humanos? Son las preguntas que es necesario hacerse para hallar nuestra felicidad y que estas ciencias nos ayudarán a contestar.

 

  1. EL HOMBRE EN EL UNIVERSO

¿Cuál es la edad del universo? ¿cómo comenzó?…

¿Cuál fue el origen de la vida? ¿cuándo se inició?…

¿Cuándo apareció el ser humano? ¿Cómo se hizo el paso del mono al hombre? ¿Qué características se tienen en cuenta para clasificarlos como tales?…

Si somos capaces de comprender los cambios que se produjeron en el pasado, estaremos en mejores condiciones de comprendernos.

A continuación, trataremos de responder estas y otras preguntas, basados en todos los elementos de juicio que poseen hoy las ciencias.

Si bien el conocimiento que hoy se tiene es mucho menor del que quisiéramos, los avances son ahora muy significativos y, sobre todo, útiles; por eso en estas líneas se interpondrán con frecuencia los vocablos «probablemente», «tal vez», «aproximadamente», y otros parecidos, lo cual no quiere decir que no sean afirmaciones distantes de la verdad sino que, por el contrario, son las que mayor credibilidad tienen ahora en el ambiente científico.

 

  1. El universo

La edad del universo debe ser determinada por el modelo cosmológico correcto, y los científicos que lo utilizan han llegado a la conclusión de que su comienzo oscila entre los 15,000 y los 18,000 millones de años antes de Cristo (A de C), aunque en los últimos años algunos tienen la tendencia a hablar de valores un poco menores.

Respecto de la teoría del inicio de la actividad del universo por una explosión, y de que producto de la cual se está llevando a cabo en estos momentos una expansión del universo, casi todos los científicos del orbe están de acuerdo.

En lo que no hay claridad todavía es si esa explosión fue el comienzo del universo o es solo un episodio más en su evolución porque, para unos, más adelante habrá un retorno (implosión) al que seguirá otra explosión de modo que el ciclo continúe: postulan que se dé crédito a la idea de que el universo tiene límites y que, al llegar a ellos, la onda expansiva regresará.

De cualquier manera, la creación no puede coincidir con un estado del universo, ya que el Creador le dio el ser al universo de modo que funcionara bajo ciertos aspectos determinados, uno de los cuales (como se estudiará más adelante) puede ser el azar.

La tierra, una nebulosa inicialmente, se condensó unos 4,500 millones de años A de C. Fuego vomitado por volcanes primero, y luego, un enfriamiento paulatino que, con la presencia de agua, fueron el «caldo de cultivo» para la aparición de la vida unicelular.

 

  1. El origen de la vida

Solo hay vida cuando existe lo que llamamos animación, movimiento, esto es, nacimiento, crecimiento, multiplicación, descendencia… Para ello es necesaria la presencia de algo que anime, el alma, lo esencial y más importante de una cosa, que le da forma sustancial, es decir la informa.

Por eso los minerales no tienen alma.

Los vegetales tienen el alma vegetativa.

Los animales poseen un alma sensible.

En el hombre esta sustancia es espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, y también informa al cuerpo humano y con él constituye su esencia.

Pero tanto en los libros y en las enciclopedias más conocidas del mundo, como en las entrevistas hechas a los más conocedores del tema se encontró, como respuesta a la pregunta: «¿Cómo empezó la vida?», casi las mismas palabras: no hay respuesta cierta, verdadera, segura, indubitable.

Se han postulado numerosas teorías, todas inconsistentes. Algunos, por ejemplo, creen en la llegada de una primitiva forma de vida a la tierra a través de una especie de vientos que viajan por el espacio, idea que no explica su origen, pues la vida se habría formado en otra parte.

El mundo científico no ha podido dilucidar cómo se produjo el cambio desde la materia inanimada hasta la vida.

Por otro lado, los intentos por producir la vida han sido numerosos e infructuosos: se ha puesto a funcionar una vida siempre preexistente, se han formado cadenas de proteínas, pero no se ha podido crear la vida a partir de la materia.

Lo que sí se sabe es la fecha aproximada del origen de la vida: 3,500 millones de años A de C: las formas más tempranas de vida son unas células parecidas a las bacterias, estudiadas a partir de fósiles de esas épocas.

 

  1. La teoría de la evolución

¿Cómo se transformaron esas primeras células en plantas y animales?

El naturalista británico Charles Darwin desarrolló su teoría de la evolución de las especies en el siglo XIX. A partir de ella, se concibió la idea de la selección natural.

Según esta teoría, los organismos vivos producen constantemente nuevos rasgos. Muchos de estos rasgos son neutros, es decir, no resultan beneficiosos ni perjudiciales. Pero de vez en cuando hay una característica que funciona especialmente bien, porque se adecua mejor al medio ambiente que las versiones anteriores y proporciona una ventaja reproductora a sus poseedores.

Esto es muy importante, ya que el aspecto crucial de la evolución es la reproducción: toda característica que aumente las probabilidades de un organismo de producir más descendencia será seleccionada.

Todavía no sabemos con certeza cuál es el mecanismo por el que se heredan los genes que tienen las características seleccionadas y no los otros genes, pero una vez que el nuevo rasgo beneficioso ha sido adoptado y se ha extendido a otros miembros de la especie, puede decirse que se ha producido una mutación y que la evolución ha actuado. La selección natural es el motor de la evolución.

Existen 3 requisitos indispensables para que se produzca la selección natural:

  • Es preciso que haya variaciones, una especie de continuo variar genéticamente que produzca diferentes rasgos susceptibles de ser seleccionados o rechazados. Estas variaciones se llaman mutaciones.
  • Es necesario también que haya un mecanismo de herencia, de manera que los nuevos rasgos se transmitan a las siguientes generaciones.
  • Por último, debe haber competencia formándose así una especie de embudo a través del cual solo puedan pasar los mejores equipados, ya que si los recursos fueran ilimitados, todas las variaciones tendrían éxito.

La genética, única ciencia que podría probar seriamente la teoría de la selección natural, tiene dudas al respecto, ya que en los estudios de las poblaciones se pueden destacar algunos caracteres genéticos, pero otros no se hacen evidentes ni son cuantificables, aunque estén codificados en los genes. Dicho de otro modo, hay mucha información genética que no se conoce todavía ni se hace evidente, aunque está presente en los genes de las células; por lo tanto, la selección natural sigue siendo una teoría, aunque ningún estudio serio la niegue y por el contrario los otros parezcan confirmarla.

La evolución no es un proceso lógico con intenciones u objetivos a largo plazo, como puede ser el perfeccionamiento o cualquier cosa por el estilo. Es algo que sencillamente sucede, de forma impredecible, a un ritmo variable y de modo inconsistente. Esto es el concepto del azar, del que se hablaba anteriormente, y que constituye una de las reglas de la evolución de las especies.

Si lo ponemos de una manera gráfica para comprenderlo mejor, habría que decir que es como si el Creador hubiese puesto a girar un trompo, como lo haría un niño, con la diferencia de que el niño puede despreocuparse de la suerte del trompo, mientras que Dios permanece siempre al lado de los seres vivientes, respetando la condición propia de su actividad (que en el hombre es libre), pero pendiente de su suerte e interviniendo para su bien, especialmente cuando solicita su ayuda.

Aunque Dios no ha abandonado a su creación, y a pesar de que está, como lo veremos, al tanto de los acontecimientos e interviniendo en la historia, ha dejado que el azar sea una de las reglas del devenir universal y humano.

Así se producen, según los científicos que aceptan la teoría de la evolución, la extinción de las especies y la formación de nuevas especies. Estos dos mecanismos explicarían cómo la vida se desarrolló desde esas formas unicelulares que vivían 3,500 millones de años A de C hasta los animales que hoy pueblan la tierra, los que surcan los mares, lagos y ríos, y los que vuelan por los aires.

Es muy posible -y también quizá probable en un futuro no muy lejano- que en ese panorama de la evolución también esté el hombre. Es más: existen científicos que, aun a pesar de la falta de evidencia sólida desde el punto de vista genético, ya consideran un axioma que el hombre proviene del mono.

Si se acepta -como ellos- esta teoría, se entenderá cómo se llevaron a cabo la aparición de nuevas especies y la extinción de otras muchas.

Así se puede comprender que no solamente las glaciaciones (grandes invasiones de hielo que en épocas remotas acontecieron en zonas muy extensas de distintos continentes) y otros desastres naturales acabaron con algunas especies, como ocurrió con los dinosaurios que, luego de existir por unos 160 millones de años, se extinguieron hace 65.

En fin, dentro de ese proceso evolutivo debemos ubicarnos ahora en unos animales llamados antropomorfos, es decir, animales que, de algún modo, tienen forma o apariencia humana. Los más representativos son, en su orden, el lémur, el mono, el chimpancé y uno que ya dejó de existir: el australopiteco.

El científico Carl Von Linné (Linneo, 1707-1778) agrupó a los seres vivos así: el grupo más pequeño, integrado por individuos tan parecidos entre sí que, excepto en muy sutiles detalles, resultan idénticos en la práctica, es una especie; un grupo de especies pertenecen a un género; varios géneros constituyen una subfamilia; varias subfamilias se agrupan en una familia; las familias unidas entre sí hacen al orden; y los órdenes forman la categoría más amplia, denominada clase.

El orden de los primates es el de los mamíferos de superior organización, plantígrados, con extremidades terminadas en cinco dedos provistos de uñas, de los cuales el pulgar es oponible a los demás, por lo menos en los miembros torácicos (los miembros superiores).

Los primeros primates existieron desde 70 millones de años A de C. Los llamados primates avanzados hacia los 45 millones de años A de C. Luego vinieron los propiopitecus (35 millones de años A de C), los driopitecus, que vivían en los árboles, y los ramapitecus, que ya se desplazaban por la tierra, y que vivían hacia los 10 millones de años A de C.

Entre los primates de hoy están el lémur (mamífero cuadrúmano, con los dientes incisivos de la mandíbula inclinados hacia adelante y las uñas planas, menos la del índice de las extremidades torácicas, que son ganchudas, y la cola muy larga), el mono, el chimpancé y el hombre.

Los homínidos, familia a la que pertenece el hombre, está compuesta por todas las criaturas que han vivido en las líneas evolutivas desde la separación los chimpancés hasta el presente. Como se verá, incluye al australopiteco, al homo habilis, al homo erectus y al homo sapiens (este último es sinónimo de ser humano).

 

El australopiteco

Un primate de gran importancia fue el australopiteco, ya que, según las fuentes más conocedoras del tema, es uno de los eslabones de la cadena antecesora del hombre.

Se han descubierto dos grupos de fósiles: el australopiteco afarensis, que vivió entre los 4 y los 3 millones de años A de C, y el australopiteco africanis, cuyos restos apuntan hacia los 3,5 y 2,5 millones de años A de C.

Los restos de ambos fueron encontrados en África, razón por la que se ha afirmado siempre que la raza humana se inició en ese gran continente.

El australopiteco pertenece a la familia de los homínidos.

Medía un promedio de 1,20 m, tenía entre 30 y 70 kilos de peso y su cerebro era un poco mayor que el de los actuales monos.

Uno de los rasgos que lo hace tan especial es que se sabe, por las características de los huesos de sus piernas y por la presencia de arcos plantares de sus pies, que caminaba, es decir, con esta especie se inició el bipedismo. Efectivamente, Mary Leakey y otros paleoantropólogos realizaron varios hallazgos de pisadas que se remontan a tres millones y medio de años A de C.

Otra conducta diferente de la de los demás animales hace poner los ojos de los paleoantropólogos en esta especie: usaba palos y piedras para defenderse.

Como se ve, los rasgos descritos presagian al hombre, pero no son tan consistentes para poder llamar al australopiteco un ser humano (decir que el bipedismo es humano haría también a algunos pájaros seres humanos). Este es simplemente un animal más desarrollado.

 

El homo habilis

Con un desarrollo cerebral un poco mayor que el de los australopitecos, el homo habilis vivió entre los 2 y 1,8 millones de años A de C.

No solamente cazaba, sino que hay evidencia de que planeaba sus cacerías.

Pero lo más llamativo de esta especie es que se han encontrado pruebas de que hacía trabajos en piedra: hachas, algunas formas primitivas de martillos y otros instrumentos útiles (de ahí su nombre). Hay evidencia de que algunas piedras eran utilizadas por ellos para conseguir alimentos.

Por estas características hay quienes se atreven a considerarlos ya humanos. Sin embargo, como se verá más abajo, se necesita mucho más para completar las características que hacen a un ser humano.

Es importante decir que en este mismo período (entre 2 y 1 millón de años A de C) vivieron los que hoy se llaman australopitecos robustus y otras especies animales similares, lo cual ha hecho pensar a algunos que el homo habilis no es un eslabón de la cadena evolutiva que termina con el hombre, pero sí que vivió simultáneamente con otros animales.

 

El homo erectus

Casi justo al desaparecer el homo habilis, es decir, entre 1’750.000 y 300.000 años A de C, vivió un ser de aspecto menos simiesco que su predecesor, que hoy se reconoce con el nombre de homo erectus, de características sorprendentes para todo estudioso:

Sus mandíbulas más pequeñas, lo mismo que sus dientes, nos muestran que la dieta era menos dura.

Sus cerebros más voluminosos inducen a concluir su mayor inteligencia.

El famoso hombre de Java, a cuyos restos se les atribuye hoy una antigüedad de 1’750.000 años, es el más representativo.

El uso del fuego (hacia los 500.000 años A de C) para cocinar alimentos, para calentarse e, incluso, para cazar, lo ponen por encima de todos sus antecesores.

Otro aspecto destacable es que este ser inició las migraciones: ya los límites de su andar no dependían de si esa tierra ofrecía o no las cualidades necesarias para albergarlo. Es importante señalar, para explicar esto, que los animales herbívoros dependen de los recursos vegetales de un hábitat concreto, pero los carnívoros como el homo erectus no tienen esa limitación.

Esta característica, sin embargo, obedecía todavía a las leyes de la teoría de la evolución. Según esta, hay tres formas diferentes de responder a la limitación del área donde vivían: podían extinguirse, si por ejemplo no tenían posibilidad de retirarse a ninguna otra región; en muy raras ocasiones podían beneficiarse de una modificación genética que determinara la aparición de una nueva especie; o podían desplazarse hacia una nueva región geográfica donde las condiciones imperantes se asemejaran a las de su antiguo hábitat.

Pero, otra vez, estos rasgos todavía no completan la lista de los requisitos para que un ser pueda ser llamado humano.

 

  1. El homo sapiens

La fecha exacta de la aparición del homo sapiens es una incógnita: la mayor parte de los paleoantropólogos son amplios y afirman que se trata de un tiempo que osciló entre los 230.000 y los 100.000 años A de C: algunos restringen el inicio del homo sapiens a los 200.000 años A de C, y aun hay quienes votan por los 100.000 años A de C.

A continuación se detallarán, una a una, las características que lo hacen tan especial:

  • Al aparecer el homo sapiens sucedió algo de dimensiones asombrosas: los animales, hasta este punto, iban evolucionando de tal manera que sus cuerpos se acomodaban al medio, según la teoría de la evolución de las especies; ahora, por primera vez, un ser acomodaba el medio a su cuerpo: comenzó a cambiar las condiciones del ambiente para su propio beneficio.
  • Hubo, también, algo que puede impresionar a quien estudia el origen del hombre: hasta ahora, los animales, como se vio con el homo habilis y el erectus, eran capaces de hacer herramientas.

Esas herramientas eran fabricadas para realizar acciones específicas: un palo, por ejemplo, era utilizado por el homo habilis o por el homo erectus para defenderse de los animales, y se cree, incluso, que se quedaba con el palo como medio de defensa.

Así se creaba una asociación neuronal (cerebral) entre la acción y el efecto que produce: “Si le pego a esa fiera con este palo, lo ahuyento”. Esto es producto de un patrón neuronal (un modelo de comportamiento). Es probable que la ley del azar de la teoría de la evolución intervenga en esa asociación y que luego se herede.

Pero el homo sapiens logró realizar algo que no se puede explicar a través de las leyes de la genética. En el ejemplo anterior, el ser humano no sólo utilizaba el palo para defenderse, sino que con él abría hoyos en la tierra para buscar hormigas u otro tipo de alimento, y también lo usaba para otros muchos fines. Es decir, su capacidad de análisis le dio la libertad para saber que una herramienta sirve para realizar acciones diferentes. Pero hay algo más: no solo usaba el palo, sino que cogía piedras y otros elementos para hacer lo mismo que hacía con el palo. Esa capacidad de análisis era ya tan avanzada que le dio la libertad para pensar que varios instrumentos podían servir para la misma finalidad. Además, se disparó la producción de herramientas en multitud de formas y, lo que es mejor, comenzó a hacer herramientas para fabricar herramientas.

Dicho de otro modo, se acabó la restricción cerebral que asociaba la acción al efecto, es decir, apareció independencia en el patrón neuronal, (antes rígido para los animales). El homo sapiens posee esa independencia pues tiene una comprensión abstracta (no rígida) tanto del acto como del instrumento.

¿Qué produjo esa capacidad de deducir que varios instrumentos podían ser utilizados con una misma finalidad, y que una misma herramienta tuviera varios usos?

Algunos creen que la genética tiene la respuesta, pero la genética tiene unas leyes, y esas leyes restringen los cambios, aunque sea en un porcentaje muy bajo. Con esas restricciones es imposible explicar estas nuevas capacidades del ser humano.

Otra teoría es que la plasticidad cerebral (capacidad modeladora del cerebro) podría ser la causa de este asombroso cambio, pero este cambio es de tal magnitud, que resulta obvio que el mero aprendizaje o la sola plasticidad cerebral, pueda llegar a producirlo.

Se debe concluir que algo extraordinario sucedió entre el hombre y sus predecesores. Ese “algo” debe ser una fuente de vida mucho más poderosa que la evolución, y se explicará al terminar esta enumeración de las características propias del ser humano.

  • El homo sapiens ya utilizaba el lenguaje.

Si bien algunos paleoantropólogos creen que sus pliegues (cuerdas) bucales no estaban bien desarrollados para ello, sí se cree que el homo habilis y el homo erectus emitían sonidos con los que se comunicaban ideas precisas y cortas, como lo hace ahora el actual cercopiteco, un mono catarrino, propio de África: con un vocabulario de 10 palabras diferentes da a entender a los otros ideas como “peligro”, “leopardo”, etcétera. A esto, por supuesto, no se le puede llamar todavía lenguaje.

Rod Caird -escritor y productor de documentales sobre antropología- cuenta en su libro “Hombre mono”, que entrevistó a Terrence Deacon, neurobiólogo de la universidad de Boston, en agosto de 1993. En esa entrevista Deacon dice textualmente:

“Un buen experimento de lenguaje con animales es el que plantea la pregunta: ¿qué diferencia hay entre enseñar a un animal a utilizar mecánicamente una serie de gestos o de símbolos que representan algo y enseñarle a comprender lo que está comunicando?”.

A un chimpancé se le pueden enseñar unas trescientas palabras y a actuar de acuerdo con ellas, mientras que un niño de 4 años conoce aproximadamente unas cinco mil.

El hombre entiende conceptos abstractos; puede hablar sobre el futuro, sobre cosas que no existen o sobre el espíritu; además, todos los idiomas y dialectos están hechos por numerosísimos vocablos y poseen reglas precisas, que están bien lejos de los gruñidos y primeras vocalizaciones animales.

Se sabe que los primeros homo sapiens ordenaban vocablos, es decir, construían frases que expresaban ideas amplias y claras, con las que no solo se comunicaban, sino que hacían partícipes a los otros de sus pensamientos y de sus sentimientos.

Se han encontrado pruebas arqueológicas de ornamentación, pintura y otros símbolos visibles, que son paralelos al concepto del lenguaje; el arte en sí mismo es gráfico, y nadie que no disponga del lenguaje puede asignar un significado a un pequeño rasguño en la pared.

Por eso, la mayoría de los estudiosos coinciden al afirmar que el lenguaje se inició a los 100.000 años A de C, con todas sus extraordinarias propiedades de rapidez, volumen y abstracción.

  • Si se compara un ordenador (computador) con el cerebro del homo sapiens, se infiere inmediatamente que al ordenador hay que decirle qué hacer, mientras que el cerebro hace las cosas por su cuenta. La capacidad creadora independiente del cerebro hace que los humanos actuemos espontáneamente, y es la base de nuestra habilidad para pensar, planificar e influir drásticamente (para bien o para mal) sobre el medio ambiente.

El mayor y más avanzado ordenador del mundo todavía necesita programas pensados por humanos para empezar a trabajar. El cerebro humano, en cambio, trae tanto el hardware, como el software.

Esto es lo mismo que decir que una de las características más representativas del ser humano es la voluntad. Hasta este momento de la evolución, los animales se manejaban por instintos, no por la voluntad.

  • Junto con la voluntad nació la capacidad de hacer abstracción intelectual: el homo sapiens separaba, como hoy, por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar el mismo objeto en su pura esencia o noción.

Al comienzo se creía que el tamaño del cerebro incidía mucho en la capacidad intelectual, ya que los paleoantropólogos observaban que el cerebro de los homínidos, en la secuencia de la evolución, fue creciendo. El australopiteco tenía unos 400 cm³ (lo mismo que un chimpancé moderno), el homo habilis, entre 650 y 800 cm³, el homo erectus, de 850 a 1.000 cm³, y los primeros homo sapiens y los neandertales, entre 1.100 y 1.400 cm³. El hombre moderno está en ese rango, pues tiene aproximadamente 1.350 cm³. Pero el cerebro de una ballena grande puede ser cuatro veces mayor.

  • Otro aspecto que se ve en la historia del homo sapiens es la tolerancia, palabra que el Diccionario define como “Respeto o consideración hacia las prácticas o hacia las opiniones de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras”. Obviamente este rasgo característico del ser humano no está presente en los animales.

Se desprende de la tolerancia, la palabra respeto, rasgo que caracterizará, entre otras cosas, al ser humano.

Como se ve, el nivel que se observa en el homo sapiens es inmensamente superior.

  • Los análisis realizados en chimpancés, especialmente los de la doctora Jane Goodall, a primera vista hacen pensar que en estos animales hay ciertas actitudes que algunos se aventuran a llamar “humanas”: maquinaciones, actitudes compasivas, engaños maquiavélicos, pequeñas muestras de lo que en el ser humano se llamaría ternura, violencia y crueldad.

Pero en los estudios psicológicos se rechaza la idea de que estas características, por sí mismas, puedan definir al ser humano. De hecho, las llamadas “actitudes compasivas” y la “ternura” se explican con el instinto: todos hemos visto moverse la cola de un perro al ver u oír a su amo, lamerse a las leonas entre sí, arroparse a los mapaches… Y nadie ha pensado jamás llamar ser humano a los mapaches, a los leones, a los perros ni a ningún otro animal. En suma, esas son actitudes animales, no características humanas, aunque el hombre las eleva a un nivel que los animales no alcanzan.

En cambio, lo que sí admira, es la aparición de la solidaridad.

Los animales abandonan a su suerte a los individuos débiles de su especie. Frecuentemente los débiles son los atacados y destrozados por los predadores. En ninguna otra especie, fuera de la humana, los individuos se preocupan y se ocupan de los débiles, de los enfermos, de los ancianos, de los que no pueden valerse por sí mismos…

Pero, llamar a esta conducta solidaridad es subvalorarla. Se trata de bondad verdadera, que impresiona y mueve, con el ejemplo, a seguirlo. Todos nos conmovimos con las vidas de algunos personajes, como la madre Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida al bienestar de los pobres y desamparados, y nos conmovemos al leer la historia (o verla en cine o televisión) de tantos que han dado su vida por un ideal similar.

Si se define adecuadamente, de lo que se está hablando es del amor, que sí expresa la diferencia entre el ser humano y los otros animales.

  • Hay pruebas de que la competencia sexual era menos evidente entre los hombres, que la de sus antecesores, los animales: apareció una especie de respeto por la mujer del prójimo.

Otro aspecto que algunos paleoantropólogos destacan es que, ya que en la época de los australopitecos había una diferencia notable entre las dimensiones corporales de los machos y las hembras, parece que los machos estaban rodeados de algo parecido a harenes de hembras.

Sin embargo, el homo sapiens cambió de actitud:

En la entrevista concedida a Rod Caird (comentada más arriba), Terrence Deacon amplía su explicación sobre el lenguaje así:

“Creo que el problema que se plantea al instalarse en un entorno en que la carne se convierte en un elemento necesario para criar a la prole es el de encontrar medios para establecer conductas sociales predecibles, concretamente en torno a la sexualidad: conductas socialmente aceptadas en cuanto a la inclusión o a la exclusión de las relaciones sexuales. Unas relaciones así establecidas no son meros apareamientos; en cierto sentido son promesas. Son mensajes acerca de un futuro posible, acerca de lo que debe o no debe suceder, y esto es algo que no puede representarse con un gruñido o un gesto. Creo que el primer contexto en el que evoluciona la representación simbólica es algo así como un ritual de boda, la determinación pública y social de ciertas obligaciones sexuales y exclusiones reproductivas.”

Si las 7 características descritas hasta ahora dan certeza acerca de la gran diferencia existente entre el hombre y sus antecesores, este aspecto de las conductas sexuales es particularmente impresionante: el homo sapiens fue el primero que entendió la responsabilidad de la paternidad, de la maternidad y del concepto “familia”; y esto desde el punto de vista natural (es lo natural en el ser humano), y en orden a la procreación de los hijos: el hijo debe ser educado para seguir enriqueciéndose en todos los ámbitos de la vida, pues su esencia es diferente de la de los demás seres vivos: puede ser cada vez más sabio, cada vez más hábil, cada vez más dueño de sí mismo, puede amar cada vez más… Los matrimonios de hoy, con sus ritos, movimientos y sonidos, y en presencia de la sociedad (como dijo Terrence Deacon) son un desarrollo más del homo sapiens en su historia.

De aquí se desprende la idea de que la infidelidad es un retroceso del hombre a etapas anteriores, como la del australopiteco.

  • Pero lo más fascinante del homo sapiens es que fue el primero en hacer rituales y ceremonias religiosas. Robert Foley (biólogo y profesor del King’s College of Cambridge, director del Laboratorio de Antropología Biológica Duckworth y autor del libro “Another unique species”) cuenta que el famoso hombre de Neandertal, que vivió entre 130.000 y 35.000 años A de C, ya enterraba los cadáveres de sus congéneres.

Se puede establecer por la diferencia que había en los ritos, que en algunos de ellos se agradecía a determinados miembros del grupo que tuvieron una sabiduría especial o que habían hecho aportes importantes a la comunidad.

Así mismo, la mayoría de esqueletos hallados presentan cicatrices de fracturas curadas en vida del sujeto: se sabe entonces que los miembros heridos de la comunidad recibían algún tipo de cuidado hasta que mejoraban y podían incorporarse de nuevo a las actividades cotidianas.

Es más: los estudios científicos permiten pensar a los paleoantropólogos que los miembros más ancianos (de cuarenta y cinco o cincuenta años) de los grupos sociales eran valorados por sus recuerdos y por sus conocimientos aun después de haber perdido el pleno uso de su fuerza física.

Estos análisis llevan de la mano a sacar una consecuencia muy especial: los actos sociales iban en beneficio del individuo, y no al revés.

  • Aún más admirable para el estudioso de la paleoantropología es que los entierros obligan a pensar a cualquier investigador que el homo sapiens creía en la inmortalidad del alma: hay una gran diferencia entre el mero hecho de deshacerse de un cadáver maloliente y un entierro ritual con todas sus connotaciones de respeto y de preocupación por la vida en el más allá del difunto.

Somos los únicos animales conocedores de nuestra condición de mortales. Los demás animales experimentan miedo ante una muerte inminente y expresan ese temor, bien con las actitudes, bien con la secreción de la adrenalina, que prepara al cuerpo para luchar o para huir. Pero nosotros, los humanos, podemos reflexionar diariamente sobre la finitud de nuestra vida, y parece razonable considerar que el conocimiento de la muerte (a diferencia del miedo a una muerte inminente) hace que tengamos una actitud muy distinta respecto de la vida.

Así, se puede deducir que el principal distintivo del ser humano es la conciencia de que él mismo es, por naturaleza, un ser religioso: en esta etapa nacieron las creencias acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social, y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.

Por primera vez en la historia de los seres vivos, aparece uno que se percata de su espiritualidad, de su trascendencia, de su inmortalidad. Por eso es inexplicable la existencia de los ateos: el ser humano es religioso por naturaleza, y se puede afirmar sin fanatismos que el ateísmo es un retroceso en la evolución del hombre.

El arte simbólico que se encontró en las cavernas, con búfalos y rituales mágicos, por ejemplo, es un testimonio histórico de que se adquirió el conocimiento reflexivo del destino del hombre y, además, de que apareció la conciencia de que a través de esos rituales se podían someter las fuerzas de la naturaleza. La sabiduría, en este sentido, se guió más tarde hacia una cultura mágica en los cazadores, y hacia una cultura mítica en los agricultores.

Al terminar esta enumeración de las características del homo sapiens, se puede decir que no hay duda de que el espíritu marca definitivamente al hombre, y que es su presencia lo que lo hace completamente diferente a sus antecesores: el homo sapiens se diferencia de los demás en que tiene espíritu.

Por eso, ya no hay razón para pensar que es una sola la especie que agrupa al homo sapiens, al homo erectus y al homo habilis: la primera de estas es una especie perfectamente bien diferenciada de las otras 2.

En fin, son tantas y tan extraordinarias las diferencias entre el homo erectus y el homo sapiens, que no se pueden explicar con solo 2 cromosomas más, como sucede entre el chimpancé y el hombre actuales.

Tampoco se ha explicado, a través de la teoría de la evolución, ese cambio tan extraordinario: la existencia del alma espiritual. Si tenemos presentes las palabras que Robert Foley dijo en otra entrevista hecha por Rod Caird, en octubre de 1993: “La selección se limita a solucionar pequeños problemas aislados”, nos nace una pregunta: ¿Qué se solucionó con el advenimiento del espíritu? Y esta interrogación no tiene respuesta.

Somos los primeros homínidos de aspecto más bien frágil y musculatura débil. Esto ha sucedido, no solamente porque la vida es menos exigente desde el punto de vista muscular, es además (y posiblemente esta razón sea más su causa) porque el espíritu es el nivel superior al que estamos llamados, y provee al hombre de una infinidad de recursos para resolver problemas de cualquier índole.

En esta innovación, la presencia del espíritu, está centrada la esencia del ser humano: si un ser no tiene espíritu no es humano; por el contrario, si hay espíritu, estamos ante la presencia de un hombre o de una mujer.

 

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Pedofilia en la Iglesia Católica

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on September 3, 2018

-¡Qué porquería! ¡Eso es la Iglesia Católica! ¡Qué asco!

-La Iglesia Católica: ¡todo un “ejemplo” a seguir!

-¿Qué pruebas más necesitan los católicos para saber que su religión es de pedófilos?

Estas son algunas de las frases que se oyen a propósito de los curas pedófilos…

Y en verdad eso es algo atroz, de lo más pervertido que puede haber, inaceptable desde todo punto de vista. ¡Y lo hacían ocultando su maldad bajo el disfraz de la piedad y de la fe!

Por esto, deben ser castigados con las penas más severas, tanto desde el derecho canónico (inmediata pérdida del estado clerical y excomunión), como desde el derecho penal (según el estado o país).

Pero también sería bueno revisar la forma de hablar: si aplicamos esos mismos criterios para juzgar otros casos, por ejemplo, a los narcotraficantes, guerrilleros y secuestradores colombianos, ¿cómo nos sonarían esas mismas frases?:

-¡Qué porquería! ¡Eso es Colombia! ¡Qué asco!

-Los colombianos: ¡todo un “ejemplo” a seguir!

-¿Qué más pruebas necesita el mundo para saber que todos los colombianos son narcotraficantes, guerrilleros y secuestradores?

Así como el porcentaje de narcotraficantes, guerrilleros y secuestradores es mínimo, comparado con todos los colombianos de bien, el de los clérigos pedófilos también lo es: en el Mundo, hay cerca de 5.500 obispos, 416.000 presbíteros y 45.000 diáconos: un total de 466.500 clérigos o personas de la jerarquía eclesiástica. De ellos, se acaba de saber que menos del 1% son pedófilos. Y el otro 99%, ¿acaso también lo es?

Además, la Iglesia Católica la componen los casi mil doscientos ochenta millones de bautizados, no solo la jerárquica eclesiástica. Cuando se dice que la Iglesia Católica es pedófila, ¿se está queriendo afirmar que todos los católicos lo son? ¿No sería más acertado decir que algunos -muy pocos- miembros de la Iglesia actúan así?

Es que generalizar es un acto irracional.

Seamos equilibrados, sensatos.

 

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