El amor matrimonial difiere de todos los otros modos de vivir el amor: consiste en el don total de la persona. Es el don de sí mismo, del propio «yo». Todos los modos de salir de sí mismo para ir hacia otra persona poniendo la mira en el bien de ella no van tan lejos como en el amor matrimonial. «Darse» es más que «querer el bien».
Una vez que se ha afirmado el valor —la dignidad— de la otra persona, viene la pertenencia recíproca de ambos, comprometiéndose así mutuamente su libertad. Y este compromiso, paradójicamente, es libre.
Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión (común unión) de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal para la generación y educación de nuevas vidas: ese «nosotros» caminando hacia el enriquecimiento personal y la procreación, evidencia palpable y hermosísima de su amor y continuación de sus propios seres.
Esta entrega tiene cuatro características:
1. Es humana, es decir, es sensible y espiritual, lo que significa que la voluntad y la razón gobernarán a los instintos.
2. Es total, esto es sin condicionamientos o reservas.
3. Es fiel y exclusiva hasta la muerte, dicho de un modo más sencillo, es de uno con una y para siempre.
4. Por último, es fecunda, no se agota en la comunión de los esposos, sino que está destinada a propagarse suscitando nuevas vidas
Todo esto significa más que lo que puede parecer:
Para que exista el amor auténtico, la entrega debe ser total e incondicionada en lo biológico, total e incondicionada en lo psicológico y total e incondicionada en lo espiritual.
La entrega del ser humano, de acuerdo con su propia dignidad —espiritual—, debe ser total, sin reservas egoístas.
La afectividad más en la mujer que en el hombre y la sensualidad en este pueden hacer que se equivoque el concepto acertado de entrega. La afectividad pura (las percepciones y las emociones que se experimentan en el trato) no puede sostener una relación y creer que esa afectividad es amor es causa de muchas decepciones. Al igual, después de un tiempo, cuando se desvela que la pasión fue la que guió la entrega, no quedará nada sólido. Y todo esto ocurre porque la entrega no fue total, se entregó parte (la afectividad o la sensualidad), no la totalidad de la persona.
Otro tanto ocurrirá si a la entrega se le ponen condiciones.
Si la entrega no es total o está condicionada —y por tanto no es verdadera— los esposos estarán a la merced de las veleidades y de los vaivenes de las pasiones, y un sentimentalismo irracional e inestable será, la mayor parte de las veces, su móvil. En esas condiciones será casi imposible hablar de sinceridad en la relación, y la seguridad de la fidelidad —requisito del amor— no existirá. Es seguro que en estas circunstancias el ego es el móvil de la relación, lo cual es casi siempre premonitorio del fracaso.