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¡Retrógrado!

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on April 12, 2016

Así califican muchos a quienes piensan o tienen conductas que consideran propias de tiempos pasados, contrarias a las innovaciones o cambios: “Es una persona retrógrada”; “Tiene ideas retrógradas”

Pero este adjetivo se usa siempre en forma despectiva, peyorativamente: indicando algo desfavorable. Esto hay que aclararlo, porque hay conductas de tiempos pasados que fueron buenas y hasta mejores que las actuales. Un ejemplo: Hoy, en Colombia, por el supuesto derecho fundamental a la educación, un estudiante de Bachillerato puede matar al rector de la institución educativa a la que asiste: la Ley ordena que se lo debe graduar como a todos los demás, ¡y no se lo penaliza, por ser menor de edad!

Aquí cabe la pregunta: ¿Es esto un avance o un retroceso? O, si se quiere: ¿Se considerará retrógrado a quien pretenda cambiar las normatividad vigente por la anterior?

Otro ejemplo: ¿Defenderíamos como un avance la fabricación de armas más modernas (que matan más seres humanos en menos tiempo y que destruyen mucho más el hábitat que las anteriores) y tacharíamos de retrógrados a quienes se oponen a ello, invocando la sensatez del hombre moderno y procurando la paz?

Hay un fenómeno que ocurre con frecuencia en el ámbito de la medicina: se descubre que medicamentos y tratamientos antiguos logran curaciones más fácilmente, más rápidamente o con efectos colaterales menores que las técnicas más modernas…

Y lo mismo pasa con las ideas supuestamente retrógradas: con criterio objetivo, podemos afirmar que las hay mejores que las actuales.

Pensemos en los valores que se inculcaban antaño en los hogares y en los centros educativos, en las virtudes que se empeñaban en implantar tanto en los hijos como en los educandos, etc.

¡Cuánto nos sorprende escuchar a los abuelos contar aquello de que “En mi época no se hacían contratos ni promesas de compra-venta; se creía en la palabra dada, porque se respetaba.”!

Y nos sorprende porque las personas pícaras y hábiles para engañar  pululan por doquier. ¡Hoy más que antes! Lo que significa que —en este campo de la honestidad— sería mejor ser retrógrado, en el sentido auténtico de la palabra, sin esa connotación peyorativa: ¡a veces tener ideas o costumbres contrarias a las innovaciones o cambios es bueno!

En consecuencia a todo lo dicho, deberíamos eliminar de nuestro léxico la palabra “Retrógrado”; podríamos usar: “Anterior”, “Antiguo”, o cualquier otro adjetivo del gusto de cada uno.

Y esto implicará también evitar el uso indiscriminado de términos como: “Tradicionalista” o “Progresista”, que con frecuencia tienen un uso similar despectivo.

No se quiere decir con esto que todo tiempo pasado fue mejor, como se afirma a veces, sino que no deberíamos permitir que el fanatismo irracional nos esclavice criticando todo lo pasado…, o todo lo futuro o todo lo actual, pues en todo tiempo ha habido y habrá conductas e ideas malas y buenas.

 

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La enfermedad del III milenio

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on February 16, 2014

 

¿Tiene la vida algún sentido? ¿Por qué existe la enfermedad? ¿Qué explicación hay para el sufrimiento humano? ¿Por qué nacen algunos en hogares ricos y otros son tan pobres? ¿Dónde se encuentra la felicidad auténtica? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Existe Dios? ¿Existe la suerte… o el destino? ¿Por qué sufrimos estrés? ¿En qué consiste el amor?…

Por supuesto: hay muchas preguntas más. Pero la más importante es: ¿Puede ser feliz un ser humano sin resolver estas inquietudes?

Y tú, ¿ya contestaste estas y tantas preguntas que nacen durante la adolescencia? ¿O las muchas ocupaciones de la vida —estudios, trabajo, amistades, noviazgo, matrimonio, cónyuge, hijos, etc.—, hicieron que te olvidaras de buscar el sentido de tu existencia?

Tal vez lo que hiciste fue elegir creer en lo que subjetivamente te pareció más factible, sin el menor estudio… Así decidiste en qué dios creer, qué te puede dar más felicidad, qué es lo correcto, con quién casarte, si tener hijos o no, qué estudiar, etc.

Y quizá las circunstancias, sin preguntarte siquiera, dispusieron en qué empresa debías trabajar, cuánto ganar, dónde vivir, con quién…

Efectivamente, ahora que comenzó el tercer milenio, los seres humanos —que llevan cerca de doscientos mil años sobre la tierra— nunca habían vivido más inconscientes:

No solamente ignoran su esencia sino que toman las decisiones más importantes de su vida sin criterios seguros, obviamente porque una cosa lleva a la otra: si ni siquiera sé quién soy, qué soy, ¿cómo voy a saber lo que me hará feliz? Si no conozco mi dignidad, mi valor como ser humano, ¿cómo voy a dimensionar si los actos que realizo me procurarán el verdadero bienestar?

Y lo que es peor: al no tener una norma objetiva para la toma de decisiones, la mayoría de los habitantes de este globo terráqueo usan el primer criterio subjetivo que les viene a la mente:

  • unos se entregan por completo a divertirse y procurarse los mayores placeres, reduciéndose así a una especie de máquinas de autocomplacencia;

  • otros dedican todos su esfuerzos a ganar dinero y poder, esclavizados por el deseo de tener, en el que fundamentan todas sus seguridades, sin pensar siquiera qué harán cuando les llegue a faltar;

  • algunos encaminan sus vidas a sobresalir en el campo profesional, a lucirse en cualquier arte o con la apariencia, pensado así atraer las miradas y la admiración de los demás, demostrando con esto lo vacíos que se sienten por dentro;

  • hay quienes a lo único que aspiran es a no padecer dolores y sufrimientos, convirtiéndose así en seres pusilánimes (incapaces de emprender cualquier ideal), cobardes y apocados, siempre tristes…

Y son todos estos quienes deciden casarse por infinidad de razones distintas al amor auténtico, único criterio que asegura la felicidad conyugal perenne; y también de estos grupos es de donde salen esas personas que eligen la vida religiosa o sacerdotal por capricho, para esconderse, por seguridad económica, comodidad…, por cualquier razón diferente al amor a Dios…

No tienen ideales algunos, fuera de sus mezquinos egoísmos.

Son los que uno les pregunta por qué salen a estudiar o a trabajar, y contestan un par de palabras que denotan su esclavitud, su falta de libertad: “Porque toca”.

Suelen ser mediocres en sus vidas, en sus labores, en sus relaciones… ¡Ni siquiera se les ocurre dejar un legado en este mundo!…

No parecen seres humanos vivos, parecen zombis (muertos que parecen vivos), porque en realidad no están vivos: vivir es tener una razón para hacerlo; sobrevivir es apenas mantenerse vivo. Los animales, por ejemplo, simplemente sobreviven.

Para agravar su desgracia, precisamente porque no perciben el gran valor que tienen como personas humanas, piensan y actúan en contra de su propia naturaleza, de su propia dignidad:

  • usan la sexualidad, no para donarse y enriquecerse mutuamente y abiertos a la procreación como expresión natural del amor verdadero, sino para usarse el uno al otro en un utilitarismo degradante, que hace del otro un simple objeto de placer sexual, no una persona con valores y sentimientos que desea ser respetada y amada, facilitando la promiscuidad vil, cada vez más pare3cida a la conducta animal;

  • con este mismo criterio sobre la vida sexual, inducen a la infidelidad, que cae sobre el otro, con toda su carga de frustración y dolor, y que deja secuelas psicológicas graves en sus hijos, casi imposibles de superar sin ayuda profesional especializada (se llegan a propiciar, como si fueran naturales, orgías sexuales en las que mezclan los cónyuges de dos o más parejas);

  • defienden la idea de que la homosexualidad es simplemente una opción —a pesar de ser antifisiológica y contraria a la anatomía natural—, y hasta exigen el “derecho” de las parejas homosexuales a adoptar hijos, olvidándose del natural derecho del niño a tener un padre y una madre;

  • llegan a defender el homicidio de personas humanas en el vientre materno, sin tener en cuenta los conocimientos científicos —genéticos y embriológicos— que demuestran lo que el sentido común ya sabía: que la vida comienza con la concepción y que, por ser humana, merece el mismo respeto que la de un adulto…

Se podría seguir indefinidamente mostrando qué tan ruin puede llegar a ser el individuo por este camino.

En fin, basados en la falacia de que “todo lo moderno es mejor”, promueven todos esos errores contrarios a su propia esencia, como si fueran aciertos, sin darse cuenta que jamás los llevarán —ni a ellos ni a quienes intentan persuadir— por los caminos de la felicidad, pues tanto cuando se vulnera el derecho a la vida como cuando se viola la entraña misma de su dignidad, aparecen tal corrupción y tal perversión, que la vida se deshumaniza y esclaviza.

En cambio, quienes son coherentes, es decir, quienes saben que sus actos no deben ir en contra de su propia naturaleza, se esfuerzan en conocer esa naturaleza profundamente y ejecutan cada una de sus acciones en concordancia con ella.

Con esta libertad de pensamiento y de acción (ya no se dejan guiar por el error), sin permitir que el acaso o las circunstancias decidan por ellos, eligen acertadamente entre las diferentes opciones y descubren que hay una razón para su existencia en este mundo, que tienen una misión y que cumpliéndola se realizarán como verdaderos seres humanos, dirigiendo sus vidas hacia la auténtica felicidad.

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Bienestar duradero y estable

Posted by Mauricio Rubiano Carreño on November 15, 2012

En un avance de la vigésima tercera edición de su Diccionario, la Real Academia Española define la palabra: Trastorno como: “Perturbación de las funciones psíquicas y del comportamiento”. Y así fue como denominé a la homosexualidad frente a una psicóloga que, con aire de librepensadora moderna, me cuestionó:

—¿Trastorno?

—Sí.

Ella repitió su pregunta con la sonrisa que suelen poner los doctos en una materia cuando habla un lego con ellos, mientras se le quebraba un poco su voz por una ligera risa refrenada que salía de su boca:

—¿Trastorno…?

—Ya que hablo con una profesional, me animo a explicarte que en una cópula sexual entre un hombre y una mujer, cuando ella está excitada, las glándulas de Bartolino, que se encuentran a la entrada vaginal, segregan una sustancia lubrificante para impedir que el roce de las mucosas produzca en ellas excoriaciones o erosiones (pérdida del epitelio o peladuras). En cambio, en el caso de dos hombres homosexuales, ni en el recto ni en el ano hay tales glándulas, lo que ocasiona esas excoriaciones, que explican en parte la alta incidencia de VIH positivo y sida entre los homosexuales, comparándola con los índices en heterosexuales. Esto quiere decir que la relación homosexual es antifisiológica o, lo que es lo mismo, va en contra de la función normal —natural— de los órganos genitales.

Ella repitió, casi de memoria y al pie de la letra, lo que enseñan en muchas facultades de psicología con base en la llamada Ideología de género:

—Es simplemente la elección de una opción. Y si eso los complace, ¿qué importa? ¿Qué tiene de malo? Lo que ocurre es que la cultura de nuestros retrasados pueblos y las religiones son un fardo que no nos deja ser actuales… Hay que tener “mente abierta”. En Noruega, por ejemplo, a todos les parece normal optar por la homosexualidad…

Lo que esta psicóloga está lejos de entender es que la felicidad auténtica es mucho más que una complacencia biológica transitoria, temporal, efímera, como lo es el placer sexual. Las estadísticas, por ejemplo, muestran al mismo tiempo que las uniones de homosexuales son más inestables que las heterosexuales y que tanto el índice de los trastornos psicoafectivos como psicoemocionales es más alto en el primer grupo. Por eso hablaba de trastorno: perturbación de las funciones psíquicas y del comportamiento.

Al explicarle todo esto, cambió súbitamente el tema (como suelen hacer quienes detectan en un interlocutor cualquier asomo de moralidad), y pasó a hablar del aborto:

—Otro tema en el que estoy de acuerdo es la interrupción del embarazo, sobre todo en el caso de una violación: ¿Cómo es posible que obliguen a una mujer a sufrir 9 meses por algo que ella no deseó? Yo critico a las mujeres que abortan cuando libremente quedan embarazadas; pero ¿¡una mujer violada!?

Y usó con la palabrita mágica que había utilizado para el tema anterior:

—Ella debe tener la opción de abortar.

Y continuó:

—Ella tiene el derecho a elegir no seguir con ese embarazo.

Le expliqué que la ciencia —la embriología y la genética principalmente— han dejado claro el instante en el que comienza una nueva vida: la concepción. Y añadí:

—Esa nueva vida tiene los mismos derechos que cualquier otro ser humano.

Asintiendo con su cabeza, dijo:

—Sí; yo estoy de acuerdo: la vida comienza con la concepción. Pero la madre va a sufrir mucho durante esos 9 meses…

Entonces le pregunté:

—¿Lo que quieres decir es que el derecho a la vida que ese nuevo ser humano tiene es menos importante que el derecho de su madre a no sufrir esos pocos meses?; porque en realidad no son 9, como dices, sino unos siete y medio, desde que se entera de que está embarazada. ¿Tiene ella el derecho de matar a ese ser indefenso solamente por no sufrir? ¿No crees que con ese criterio se podría crear el derecho de matar a quien nos haga sufrir?

Aquí repitió el argumento:

—Es que es ella quien va a tener ese hijo en su vientre ese tiempo… Ella tiene derecho…

Para tratar de regresar al tema del bienestar auténtico, anoté:

—Tú sabes, por experiencia, cuán difícil es tratar a una persona que abortó; sabes la cantidad de secuelas psicológicas que quedan…

—Sí. Es de los casos más difíciles de tratar. Las secuelas son aterradoras.

—Por eso te pregunto: ¿Qué es psicológicamente peor: soportar esos meses de embarazo y dar al niño en adopción o sufrir las secuelas del aborto?

Esto es lo que se olvida con más frecuencia: que el bienestar que se busca la mayoría de las veces es algo pasajero, temporal: pero lo que debe propiciarse es un bienestar duradero: la tranquilidad, la serenidad, la paz, la complacencia de haber hecho lo correcto.

El homosexual no se satisface con unos minutos de placer genital; se sentirá plenamente feliz cuando haya podido sentirse realmente amado.

Y a la mujer violada no se le debe sobrecargar —ya tiene un fardo bastante pesado con la violación de que fue objeto— con el peso psicológico de haber cometido un homicidio contra quien es —aunque sea a pesar suyo— ¡su propio hijo! Ella tiene la noble opción de dar a su hijo en adopción (hay muchas solicitudes hoy día) o, como lo han hecho otras mujeres, tener a ese hijo y educarlo, con la consecuente sensación de haber hecho algo loable, altruista, generoso, magnánimo, que no le depara malestar sino un bienestar psicológico muy alto.

No se trata, pues, de ver quién es más librepensador o más moderno; tampoco se trata de no sentirse ahogado por religiones o culturas atrasadas; y mucho menos de ser rebeldes contra unas normas pasadas de moda, teniendo “mente abierta”… Se trata de buscar lo mejor para el ser humano y que eso no sea temporal o pasajero, sino lo más duradero y estable: su felicidad auténtica.

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